Gervasio Sosa: Un esfuerzo comunitario

El gimnasio Kamba de Allen es un ejemplo de desarrollo deportivo comunitario. Primero y único en la zona, lleva a delante desde 2007 una tarea diaria de inclusión para jóvenes de la ciudad sin ningún apoyo estatal. Hoy contiene a más de 50 personas que se acercan diariamente para entrenar.

La actividad deportiva ha sido desde que el ser humano vive en sociedad, una herramienta para crear lazos comunitarios. Esta dimensión esencial del deporte se recupera en estas experiencias, que lo plantean desde su inclusión en la vida cotidiana. Kamba se inauguró en 2007, con la presencia de varios funcionarios públicos de la ciudad y muchas personas del barrio. Fue el fin, o tal vez el comienzo, del trabajo del deportista allense Gervasio Sosa. Este ex boxeador de la ciudad comenzó a pensar a principios de 2000 cómo devolverle a la comunidad todo el apoyo que le había brindado, a pesar de sus problemas con el alcohol (ver historia de vida).Comenzó realizando actividades en los barrios y, paralelamente, construía un salón en la casa donde vivió toda su vida. “La idea mía era el boxeo”, nos cuenta, “Trabajaba todas las temporadas, juntaba la plata y compraba los ladrillones”. Así construyó el gimnasio desde cero con sus propias manos y la ayuda de la comunidad. Tardó cuatro años para poder terminarlo. Existen numerosos estudios, investigaciones, encuestas y análisis académicos que justifican la implementación políticas locales de deporte comunitario. Pero Gervasio lo plantea sintéticamente: “¿Por qué fundar un gimnasio comunitario? Porque los chicos del barrio no se pueden pagar un gimnasio”. Kamba recibió gente de todas las edades y de todos los barrios: “La gente del barrio lo tomó como propio y lo cuidan”. La difícil realidad que enfrentan los chicos en la calle e incluso al interior de sus familias lleva, según la asistente social Norma Mora, a reacciones violentas ante la violencia simbólica que viven diariamente. Gervasio señala que “pasan dos cosas: la droga y el alcohol están al acecho de los chicos. En cada esquina están parados, más incluso que en mi época. Hoy es como comprar caramelos. Un nene empieza fumando en la vereda de su casa, después se va a la esquina y más tarde al centro, pero ya con otras intenciones. Esto es lo que tenemos que frenar y una de las mejores forma es el deporte, el deporte comunitario”. Entre los más de 50 usuarios se cuentan jóvenes con problemas de adicción y de conducta, con familiares detenidos e incluso algunos que están bajo vigilancia. Gervasio señala que suelen ser visitados por veedores judiciales y asistentes sociales. Incluso, algunos agentes sanitarios han llevado chicos con problemas para que empiecen el gimnasio. “La gente les tiene miedo”, dice Gervasio, “yo no les tengo miedo, porque son grandes personas. Después te tienen un respeto… porque fuiste el único que le diste la oportunidad de abrirle la puerta o de hablarle”. Dice que la mayoría de los chicos y chicas que llegan a Kamba buscan integrarse. “Lo primero que te preguntan es el precio”, comenta, “Yo les digo ‘no, vengan al gimnasio, después vemos’. Hay chicos que yo quería que entraran sí o sí al gimnasio, que los he visto fumando, tomando, que le han allanado la casa… Son los que quiero que estén acá adentro, porque teniéndolos cerca uno puede conocer su realidad y de ahí podes trabajarla”. Este es el punto que también destaca Norma Mora: “la posibilidad de integrar el deporte en su realidad cotidiana, no para tapar lo que les pasa, sino para expresarlo de otra manera”. “Hoy la violencia va de la mano de cada uno de nosotros, está instalada en la calle”, destaca Gervasio, “escucho hasta en los medios, les cerramos todas las puertas. Y los chicos lo manifiestan haciendo daño a la comunidad, rompiendo un banco, un cesto de basura, pegándole un piedrazo a una vidriera”. Entonces cuando ve un chico en el barrio en malas condiciones, lo lleva al gimnasio: “Yo he visto chicos que le pegaban a la bolsa con una ansiedad, con unas ganas de descargarse… de reloj, te digo, diez minutos y se iban. Ya con eso ellos se van de otra manera”. Al respecto, el profesor de Educación Física Damián Santarelli destaca la importancia del deporte como herramienta de cambio social: “el trabajo deportivo bien encauzado inculca valores, disciplina, buena conducta, impulsa a la superación personal”. Gervasio lo confirma en la práctica: “el chico que corre el domingo, se cuida el viernes. El que ganó una carrera, para la próxima quiere estar mejor y se empieza a cuidar solo. De esa manera nosotros le vamos ganando terreno a la violencia”. Asimismo, no es menos importante el trabajo que se realiza desde el gimnasio con personas mayores o jóvenes que, sin tener problemas tan graves, encuentran en Kamba un lugar para mejorar su salud, bajar de peso y sentirse mejor con su imagen corporal.

ACTIVIDADES

Kamba tiene diferentes posibilidades deportivas. Las personas que asisten pueden probarlas y participar en todas. Una de las principales es el boxeo recreativo. Muchas veces se lo cuestiona por ser considerado un deporte violento. Sin embargo, Gervasio resalta que lo trabajan como una actividad recreativa, no competitiva. Se les enseña a practicarlo como un deporte y, a la vez, aprenden a defenderse y a manejar su fuerza. Además, destaca que la violencia que sufren los chicos cotidianamente es mucho mayor y que la práctica deportiva del box les enseña límites y buena conducta. “Si no lo haces canalizar por el boxeo, les va a explotar por cualquier lado”, dice Gervasio, “el chico que engendra violencia desde su hogar, si después no la canaliza por otro lado, la va a aplicar el doble en la calle. A través del boxeo canaliza su bronca, su impotencia, su deseo, de muchas cosas que pasan alrededor de él. Y ese es el momento de hablarles porque yo no estoy formando chicos violentos, yo quiero que los chicos descarguen sus problemas y de ahí les hablo”. Tanto varones como mujeres practican boxeo recreativo. Pero también pueden acercarse a utilizar las máquinas del gimnasio, las bicicletas fijas o el caminador. Incluso asisten personas que tienen problemas de salud y necesitan rehabilitación. Holga Benitez también colabora con Gervasio en Kamba. Da clases de aeróbic a 20 mujeres tres veces por semana y también las saca a hacer treking. “Es importante sacarlas de la rutina del trabajo de oficina, del trabajo en la casa, del estrés”, señala Holga, “muchas tienen dolores musculares y problemas de postura”. Al mismo tiempo, realizan periódicamente actividades en los barrios y carreras para juntar fondos. Siempre hay algo para hacer: una venta de pollos para comprarle un par de zapatillas a seis hermanos del barrio Progreso, una carrera a beneficio de un vecino enfermo, una exhibición de boxeo en el polideportivo local.

FUNCIONAMIENTO

Kamba abre todas las mañanas de 8 a 12 y a la tarde el horario se extiende desde las 15 hasta las 9 o 10 de la noche. Los chicos hacen turnos para poder compartir los materiales y el espacio, que es reducido. Los chicos y, principalmente, grandes que pueden pagar, abonan una cuota mensual de $40 y todos pueden asistir libremente a cualquieras de las actividades todos los días de la semana. Quienes prefieren ejercitarse sólo algunos días, pueden pagar $5 la hora. Lo que se recauda ayuda a pagar los servicios y elementos de limpieza. El gimnasio no recibe ningún subsidio ni aportes de instituciones. Las máquinas han sido donadas por personas de la comunidad. El único subsidio que recibieron en estos cuatro años vino del Ministerio de Familia de la provincia y se destinó a comprar dos bicicletas fijas. Además, se hacen eventos como triatlones y otras pruebas atléticas para recaudar fondos. Estos se destinan a la compra de guantes, vendas de uso personal, bolsas y otros materiales necesarios para el desarrollo de las actividades. Gervasio y todos los colaboradores de Kamba continúan buscando apoyos para financiar una futura expansión del salón y para construir baños y vestuarios. También aspiran a crear un comedor deportivo y realizar exhibiciones al aire libre en los barrios para inspirar a más chicos y chicas a comenzar actividades deportivas.

EL LUCHADOR “Yo las pasé todas”, asegura Gervasio Sosa, padre y coordinador del Gimnasio Comunitario Kamba, y ni bien comienza a contar su historia, uno no duda que es cierto. Nació en El Cuy, pero encontró su pasión en la ciudad de Allen: el deporte. Un boxeador con los pies en la tierra, una historia que nos ayuda a comprender su trabajo actual y una voz que habla por muchas voces calladas, por tantos relatos no contados. A piñas, saltos, carreras y hasta tiros pasó su vida. Un luchador que venció a los contrincantes más fuertes: la pobreza y el alcohol. Una vida dedicada al deporte, alejada de esas grandes ilusiones marketineras. Gervasio es un crack que no aparece en grandes marquesinas, ni en publicidades, ni en programas deportivos. Pero sí está presente en la vida de muchos jóvenes allenses que encuentran un espacio de contención en su gimnasio.

EL BARRIO

Sus primeros pasos en el deporte los dio en el barrio Bifulco donde creció, trepando árboles, saltando acequias y paredones, corriendo en las calles de tierra, jugando en el potrero: “yo de la infancia tengo esos recuerdos lindos de jugar al aire libre, de aprender a nadar en el canal. Había muchas carencias, pero por ahí no lo sentíamos porque había otras cosas que las cubrían”. Su papá falleció cuando era muy pequeño, así que siempre vivió con su mamá y sus hermanos. También tuvo padres de corazón: “Yo siempre digo que gracias a los vecinos yo hoy soy la persona que soy”. De pibe era el chico de los mandados y la gente del barrio le daba una taza de té, lo invitaba a comer y también lo guiaba: “el vecino tenía el derecho, por ejemplo, de decirte ‘Gervasio, lo que estás haciendo está mal’, ‘Gervasio, andá a lavarte y a peinarte que vas a ir conmigo a comer’”. Esas relaciones de solidaridad comunal lo marcaron fuertemente y se reflejan en su trabajo comunitario actual. Su infancia, como él mismo dice, fue la típica de un chico de barrio. No pudo terminar la escuela primaria y es una deuda pendiente que está intentando saldar. Desde chico tuvo que salir a trabajar con sus hermanos para ayudar a su mamá. “Yo tengo la escuela de la calle, yo lustraba zapatos. Éramos 5 o 6 lustrabotas. Estar en la calle era todo un riesgo todos los días, la ley del más fuerte”. Cuando terminaban, “nos comprábamos pan, el galleta, y nos íbamos a la chacra y comíamos galleta con uva”, cuenta riendo, y agrega “¡mirá lo que comíamos!”. Además, también a fin de año iban con su familia y algunos chicos del barrio a envolver y desbrotar viñas: “con eso nos generábamos dos cosas: tener para las fiestas un par de alpargatas nuevas y un pantalón vaquero nuevo”.

DE ARQUERO A BOXEADOR

A los quince años pasó del potrero a la cancha del Club Alto Valle, uno de los más antiguos de Allen con sede en el Barrio Norte de la ciudad. “Tenía muy buena mano para atajar. Yo siempre digo que los chicos de los barrios por andar saltando acequias, en los árboles, desarrollamos la agilidad mejor que los chicos de la ciudad, porque vos de chiquitito vas sorteando obstáculos. Siempre le cuento a los pibes que los deportistas de mayor jerarquía han sido de las provincias, los mejores campeones del mundo de boxeo, los mejores jugadores. Porque un chico que vive, nace y se desarrolla en un departamento no tiene ese privilegio que tenemos nosotros. Entonces desde ahí nacen las condiciones”. El boxeo entró en su vida casi de casualidad. Cuando jugaba al fútbol era un arquero codiciado porque atajaba bien y si había un problema no tenía drama de irse a las manos: “Las cosas se arreglaban así. Nos íbamos a las manos y después nos saludábamos y éramos amigos para toda la vida”. Por eso cuando por 1971 José Ricardo Negrotti llegó al Club Alto Valle desde Olavarría para enseñar boxeo, sus amigos lo llevaron enseguida. Así empezó a entrenar: “me hacía caminar de un lado al otro del gimnasio ‘la izquierda en punta, la izquierda en punta, la izquierda en punta’, como quince días”, se acuerda Gervasio. Un año más tarde, ya fue seleccionado para pelear en un festival regional de boxeo. “Yo nunca había visto una pelea ni en televisión”, dice y se le escapa una risa, “Yo lo único que sabía sacar era el uno, dos. Pero lo sacaba tan de adentro que la gente se sorprendía. No gané por knock out porque el pibe estaba por caerse y yo lo esperaba que se recuperara. Y la gente me gritaba ‘¡dale, dale!’ Pero como yo nunca había visto una pelea… así que esperaba a que se levantara, que se acomodara y de vuelta encaraba”. Esta primera victoria con el Club Alto Valle lleno, le ganó el primer reconocimiento de la comunidad y lo impulsó a seguir trabajando. Paralelamente, seguía jugando al fútbol por varios años, hasta que finalmente se dedicó por completo al box. “Empezaron a salir peleas por todos lados. Peleé en todo el Valle. Tengo todavía gente que me recuerda”, dice orgulloso. Ganó la final del campeonato amateur y se fue a pelear por el título nacional a Mendoza en el ’73. Le ganó la final a un chico que después fue profesional y llegó a pelear por el título argentino. Para mitigar la idea de rivalidad entre los contrincantes de este deporte, Gervasio cuenta que se hicieron muy amigos con este boxeador y que pelearon muchas veces en el Valle, porque “la pelea que hacíamos con ese muchacho gustaba mucho a la gente porque él era muy peleador y yo era muy estilista” Trabajaban con el único promotor de la zona, Ortiz, que lo llevaba a todos lados a pelear. Así empezó a ganar un dinero por pelea que le permitía pagar un alquiler y mantenerse: “yo cada quince días peleaba. Porque era un trabajo para mí”. Tuvo varias propuestas para hacerse profesional. Los hermanos Giménez quisieron llevárselo a Bahía Blanca. Pérez Pascual y el Dr. Andreotti, entrenador del Luna Park, lo buscaron para que vaya a Buenos Aires. Pero Gervasio rechazó las insistentes propuestas. “Yo no quería irme de Allen”, dice con seguridad, “pero también tenía miedo”. Su experiencia ya le había dado una muestra de lo que le esperaba. “No sé dónde estaría hoy y no sé cómo hubiese quedado, porque los golpes dolían más siendo profesional”, resalta Gervasio, “yo he visto cantidad de boxeadores profesionales que no han quedado bien” Además, adelanta una crítica de la forma en la que se maneja el boxeo, que luego intentará modificar desde su gimnasio: “Generalmente el boxeador es una maquinita, no piensa, no lo deja pensar el manager. Entonces cuando te ven condiciones te quieren explotar. Yo creo que me salvé de esa máquina de picar carne. Yo analizo mi vida hoy y digo el destino quiso que no me vaya de Allen porque hoy ahora puedo generar cosas acá junto con los chicos”. “El boxeador es peleador de nacimiento. En el gimnasio se lo pule nomás, se le enseña a parar y a sacar la mano”, explica, “pero ya está incorporado el temperamento, esa fuerza sobrenatural que cuando vos sacas y te rompen todo y seguís para adelante y te tienen que matar para sacarte del ring”. Pero no todos pudieron salvarse de esa “máquina de picar carne”. “Terminás unas peleas totalmente destruido. Yo hoy muestro mi cara, porque era estilista. Muchos no pueden. Yo le digo a los chicos, los boxeadores quedan con la cara en la nuca, destruidos, la cara es un mapa”.

 

LOS GUANTES Y LA NOCHE

Gervasio nos cuenta que la noche y todo lo que viene con ella, es un denominador común de los boxeadores retirados. Nuestro personaje colgó los guantes en el ’87 y no fue la excepción a la regla. La exigencia del entrenamiento no les permite salir, ir a un baile, el boxeador “no tiene vida”, dice Gervasio. Por eso, cuando se retiran les agarra lo que él llama “la juventud tardía”: “querés hacer todo. A mí me pasó y pasó con muchos conocidos”. “Uno quiere salir y estar en un boliche y la gente te conoce y te palmea ‘¿qué haces campeón?’, ‘vos sos el mejor’ uno se siente el mejor y a veces se cuelga de eso”, cuenta Gervasio, “y la pagás caro. A todos los boxeadores que conocí le pasó y a mí también. En Allen en el boliche la mesa donde estaba Gervasio era sagrada y el que tenía problema se venía a esconder atrás de mi espalda.” A pesar de haberse retirado, siempre siguió entrenando, porque le gustaba el deporte. Eso sí, el viernes “salía de caravana” y volvía el martes. De la mano con la vida del boxeo llegaron “la mala vida, las malas juntas. La noche tiene de todo y ahí se generaban los problemas”. “Tuve serios problemas con el alcohol a raíz de andar en la noche”, declara Gervasio, con la seguridad de quien ya lo dejó atrás, “nosotros somos una familia genéticamente con tendencia alcohólica. De hecho tengo cinco hermanos muertos por el alcohol. Mi familia se destruyó por eso”. Pero Gervasio logró salir: “uno de los fundamentos fue el deporte. Por eso yo abrazo tanto al deporte. El deporte me enseñó a mí a conocer, a hablar, a ubicarme, me llevó de la mano y me abrió puertas que yo nunca hubiera abierto por mis propios medios”. Hace diez años se metió en una pelea y recibió cuatro disparos, uno en el cuerpo y otro en el cráneo. Estuvo un año en recuperación. En ese momento corría triatlones y pruebas combinadas. Esa noche había salido a conseguir el dinero que necesitaba para poder participar en una competencia en Gral. Roca. “No encontré los $30 pero sí me encontré con un amigo de la noche que me dijo ‘no, qué vas a ir a correr, vamos a tomar’. Y me quedé, porque uno es tan guapo pero es tan débil para el vicio”. La comunidad de Allen lo ayudó en su recuperación, a pesar de verlo en mal estado por el alcohol: “yo por ahí el domingo me mandaba una carrera de aquellas y después me veían tomando en la calle”. En 2002, cuando se recuperó de los disparos, falleció su mamá. Fue un momento muy difícil para Gervasio: “me quedé solo, tenía que decidir qué hacer con mi vida”.

EL AVE FÉNIX

“Yo casi me quedo a la mitad, luché con mi salud, con mi vida y salí de ese túnel y pude ver el sol. Cambió toda mi historia. Pero a los pibes yo hoy les hablo desde esa manera”, dice hoy Gervasio, mirando su vida a la distancia. Su espíritu de barrio sintió cómo la comunidad lo ayudó cuando él estaba mal. Entonces se preguntó “¿cómo puedo devolvérselo a toda esa gente?”. “Trabajando para la comunidad”, fue la respuesta. Empezó de a poco a hacer trabajo comunitario. Primero trabajo en uno de los barrios más alejados y olvidados de Allen: el Maruchito. Para el día del niño y ocasiones especiales iba a hacer actividades deportivas y les preparaba a todos un chocolate, repartía huevos de pascuas o algún regalito navideño. También organizaba carreras con gente del barrio a beneficio de vecinos enfermos que no podían pagarse el tratamiento. Mientras tanto, de a poquito iba construyendo, sin aportes de ninguna institución, un salón en el terreno de su casa. Con estas ganas de transmitir su experiencia y ayudar a la comunidad nació el gimnasio Kamba. Actualmente Gervasio se llena de orgullo por poder abrirle las puertas al deporte a tantos chicos de los barrios. Especialmente a aquellos que, como él, están expuestos a la violencia, las drogas y el alcohol. “¿De qué manera podemos nosotros tener una comunidad más sana?”, nos interpela Gervasio, y en seguida responde “dándoles lugar. Nosotros los mayores que ya vivimos” yo viví de todo y me quedé con lo bueno. Pero también es bueno andar en todas, porque las conocés todas, nadie te va a mentir. A mí ningún pibe me puede hablar de la noche, de la droga, del alcohol”. Desde esta experiencia de vida les habla hoy Gervasio a sus chicos en el gimnasio. Nadie los entendería mejor que alguien que estuvo en su posición. Con el deporte y su sabiduría de barrio los aleja del túnel o les muestra la luz de salida. Desde su posición busca mejorar la realidad con la que se enfrenta diariamente para dejar algo a su comunidad: “si yo fuera empresario, dejo una fuente de trabajo. Como soy deportista, dejo deportistas para la comunidad, pero sobre todas las cosas, buenas personas”. Entrevista y texto: María Langa

Gervasio dixit:

“El chico tiene mucha ansiedad de hacer cosas, de poder descubrir cosas nuevas, pero si no se las damos, tenemos chicos cada día más perdidos”

“Una vez me agarró una maestra y me dijo gracias Gervasio desde que los chicos están con usted se han abierto en la escuela, están más accesibles a compartir y eso para mí es bárbaro. Yo hay chicos que les digo, vos tenés que estudiar, terminar la primaria, porque yo necesito profesores de educación física acá. Y ellos se ponen las pilas y estudian”

"Yo siempre digo, hoy que se habla tanto de la crisis, la crisis. Yo toda mi vida viví en crisis”

“Yo dejé pasar el tren muchas veces y ahora no tengo ni las vías”

“Yo le digo a los chicos, la noche es un túnel. Se va la luz con el sol y vuelve cuando sale. Y en ese túnel puede pasar de todo. Hay muchos que se quedaron dentro del túnel y hay otros que están luchando para salir”

“un día peleé un día viernes en Catriel y el día domingo me fui a atajar a Catriel. Entonces la gente decía ¿ese no es Gervasio Sosa el que peleó el viernes acá? Entonces me gritaban ¡Gervasio!”

“Todo eso del deporte es lo que a mí me purificaba. Gracias al deporte estaba mejor”

“yo viví de todo y me quedé con lo bueno. La vida nuestra es un colador: al final de tu vida vos colas todo y dejás lo mejor, lo más lindo”

Algo mas...

Los trofeos

En Kamba hasta los triunfos son comunitarios. Los trofeos que van ganando se donan al gimnasio para que sean entregados en los triatlones, carreras y demás actividades que se realizan.

Ellos dicen:

“Empecé a venir al gimnasio hace un año, porque estaba muy gorda. Vengo toda la semana una hora y media” (Marianela, 18 años)

“Hace cinco meses más o menos que volví a empezar el gimnasio. Vengo todos los días dos horas a la tarde. A veces, cuando no tengo clases, vengo a la mañana también. Me ayuda a sentirme más cómoda conmigo misma, me siento mejor” (Samy, 19 años)

“Hace casi dos años que vengo. Me recomendaron venir y como yo era más gordita, mi mamá me insistió y me acompañó y al final vine. Me ayudó un montón. Bajé muchísimo de peso, más que nada el boxeo. Te desahogas mucho. Me ayudó para sentirme bien yo. El deporte te ayuda a superarte, a mejorar el físico y sentirte mejor” (Verónica, 19 años) “Empecé hace tres días y vengo tres días a la semana. Vine con un amigo. Hago boxeo. Gervasio habló con mi mamá y empecé a venir” (Lautaro, 12 años) “Yo empecé porque quería que cuando fuera grande enseñarle a mamá. Vengo de chiquito, hago boxeo. Gervasio habló con mi mamá y dejo de vez en cuando, para que no me haga mal al crecimiento” (Gustavo, 11 años) “Yo estoy acá con Gervasio desde que abrió. Aprendí de él todo lo que me enseñó de boxeo y ahora lo ayudo a él con los chicos y chicas que quieran aprender. Lo primero que me gustó fue el cariño que me brindó Gervasio y las ganas que le pone al deporte por los chicos. Yo jugaba al fútbol nomás. Un amigo me trajo y yo me quedé mirando desde la puerta. Gervasio me hizo entrar y así empecé. Tiene muchos beneficios, que los chicos en vez de estar en la calle puedan venir a hacer un deporte y que se puedan encontrar cómodos en un gimnasio. Yo vengo todos los días a entrenar desde la Costa, después de trabajar” (Daniel, 24 años) Fotografías: facebook Gimnasio Comunitario "Kamba"  

También te podría gustar...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *