Los amores de Aldo
Aldo Parada cuenta que pasó la mejor etapa de su vida rodeado de sus dos grandes amores: su mujer, Eva Lillo, y la bodega Barón de Río Negro. Sus ojos dejan asomar alguna lágrima mientras recuerda aquellos días de temporada alta en la bodega, en la que no importaban los horarios ni el cansancio, sino el “entregar los pedidos en tiempo y forma”.
Aldo Parada nació en Las Lajas pero vino a Allen de muy pequeño así que se siente un allense más. Fue hasta 4° en la Escuela 23 y le costaba bastante así que comenzó a ayudar a su mamá en el trabajo de la viña en la bodega Cunti. “Salíamos de la escuela y nos íbamos a la bodega, comíamos ahí y nos poníamos a trabajar, a atar viña… yo no tenía papá, pues murió cuando yo era chico... Mamá también fue sirvienta en Cunti, ella nos mantuvo a todos y con mis hermanos la ayudábamos; era otra vida, sacrificada, pero siempre alcanzaba para vivir… Yo hice de todo, era jovencito y ya trabajaba, en Barón de Río Negro contrataban pibes para poner el papel dorado a las botellas de champagne. Con una brocha le poníamos engrudo a las botellas y con un trapo húmedo pegábamos las etiquetas y sacábamos el exceso de pegamento. Después le poníamos el bozal, ese aro que se pone golpeándolo de a poquito.” nos cuenta Aldo marcando con sus manos los detalles del trabajo
La historia de amor de Aldo con la bodega Barón de Río Negro comenzó, al igual que con Eva, en 1954 y de una manera muy particular, que su protagonista cuenta entre risas y vergüenza. “Con Eva íbamos al cine y fue ahí donde empezó todo, tocándonos entre las butacas, después fuimos a la plaza… pero los padres de ella no querían saber nada. Yo caí en Barón escapando de mis suegros, en ese entonces tenía 16 años nada más, pero sabía que Eva, dos años mayor que yo, era la mujer de mi vida. Un día la fui a buscar en bicicleta y me la llevé y se terminó todo!! como no teníamos dónde ir, nos fuimos a la bodega porque ahí teníamos familiares. En principio sólo por unos días hasta que se calmara todo. Nunca más me fui”.
Aldo conserva celosamente en una pequeña cajita de madera todos los recibos de sueldo que le dieron en la bodega. Entre la montaña de papeles prolijamente ordenados se encuentra con el primero de ellos y eso es el detonante perfecto para que siga contando la historia. “Tenía unos 19 o 20 años y el capataz, Cholo Genes, me tomó como empleado efectivo. Cholo, un año más tarde se fue a trabajar la Millacó y yo quedé como capatáz” relata Aldo, orgulloso de su rápido progreso. También aprovecha y reniega de estos tiempos, en que todo se hace con maquinas, que todo perdió el toque humano “Hacíamos todo a mano, todo a pulmón y cuando el trabajo estaba terminado la felicidad era grandísima, estábamos orgullosos de lo que hacíamos y cómo lo hacíamos”.
El proceso de realización del champagne quedó grabado en la memoria de Aldo como si lo hubiera tallado en piedra. Cada vez que lo recuerda viaja a ese “húmedo y siempre caluroso lugar” y parece sentir en sus manos nuevamente la viscosa textura de las uvas rompiendo su piel. “Las uvas que trabajábamos en Barón de Río Negro eran las Pinot, pero tenía que ser antes de que estén maduras para que tenga el gusto acido característico del champagne. Entre dos personas se volcaban las jaulas con uvas en tinas de madera y ahí se prensaba. El jugo prensado corría por unas canaletas en forma de espiral hasta llegar a unas piletas subterráneas grandes. La temperatura ahí era alta para ayudar a la fermentación. Como todo buen champagne lo hacíamos con dos años de añejamiento, nunca menos, ahí hacíamos la diferencia, no apurábamos el producto. Después el enólogo Gaspari preparaba las levaduras para el vino, como si fuera para hacer pan, y las mezclaba en un litro de vino, después en diez litros y finalmente en un mezclador con dos mil litros. El agitador lo mezclaba bien y nosotros lo estábamos vigilando siempre”.
Para Aldo lo primero era el trabajo y la responsabilidad, “Nosotros nos íbamos a la casa cuando terminábamos, había horario de entrada, pero no de salida. Hacíamos 1500 botellas por día, y cada vez más, más y más. Llegamos a hacer 2500 botellas en diez horas, y es todo un record si hablamos de que hacíamos el mejor champagne del país. Una vez envasadas, las botellas se estibaban en una cámara donde había una estufa a leña. Era necesario mantener una temperatura constante de 18°, para que las levaduras siguieran trabajando y se consiguiera esa presión que sentimos cada vez que destapamos un champagne. Una vez que la presión interior de las botellas llegaba a 4 atmósferas se cortaba con la fermentación haciendo que la temperatura bajara rápidamente, llevando todas las botellas a otra cámara, donde hacía mucho frío. Si tardábamos más de la cuenta explotaban muchas botellas. Una vez que terminaba el enfriamiento, las botellas pasaban a unos pupitres donde se marcaban con tizas y se dejaban reposar con el pico inclinado hacia abajo. Y se iba haciendo el “remuelle” se le decía, tenias que ir girando la botella a cada rato y se le hacía otra marca con tiza, para dejar asentado que esa botella se había movido. Con esto conseguíamos que todo lo turbio, toda la borra, pasara del fondo de la botella al corcho. Tenías que ir moviéndola todo el tiempo, despacito. Después venía el proceso del degüello, donde se agarraba una pinza especial y se sacaba una grampa del corcho, haciendo un pequeño orificio. Se ponía el dedo para que no se escapara nada de adentro y se pasaba a una máquina donde se dosificaba. Le echaban un licor que se hacía de vino blanco, también realizado con uvas Pinot, se colocaba azúcar candia, una azúcar muy dulce que era grande como la piedra lumbre, entonces, se hacía una almíbar y se agregaba coñac. Depende el champagne que se quisiera obtener era la cantidad de cada ingrediente. Teníamos el Demi Sec, que era el más dulce, el Seco, Extra Seco y Brut, que era el más seco de todos, casi sin nada de licor. Y ahí ya estaba listo para poner en las cajas y salir al público. Era un producto reconocido mundialmente, salía mucho al extranjero. A la bodega venían muchos turistas, se llegaban a juntar 2 o 3 colectivos esperando para entrar. Venían enólogos franceses, que decían que en el mundo había champagne igual al nuestro pero no superiores. También venían personalidades y turistas, especialmente cuando se hacía en Allen la Fiesta del Yeso. Estuvo Horacio Guaraní, un famoso que trabajaba en la Revista Dislocada y otros. También llegaron a filmar todo para sacar en revistas porque era muy famosa la bodega”, cuenta Aldo mientras se llena de orgullo.
1979 fue un año que Aldo recuerda con gran tristeza. Las palabras ya no salen con la fluidez que lo hacían y los recuerdos no llenan más el ambiente de humedad y texturas. “Barón empezó a andar muy mal, los hijos de los dueños, los Pearson, la dejaron caer. Se atrasaron con los pagos al personal y la producción comenzó a decaer, cada vez era menos y el trabajador fue el perjudicado. Nosotros vivíamos ahí y, primero, nos defendimos pues teníamos animales y verduras pero después no se pudo más… me fui a Millacó. Lo vi a Genes y me dio trabajo, cuando se jubiló quedé yo en su lugar”, cuenta con tristeza.
Millacó también es un buen recuerdo para Aldo. “Tenía capacidad para 13 millones de litros de vino, en un momento superó la capacidad y los piletones no daban abasto así que se tenían que vaciar y volver a llenar. Para eso teníamos que hacer esperar a los chacareros que nos tiraban la bronca porque traían uva y no había lugar, tenían que parar la cosecha en plena temporada hasta que se vaciaban las piletas para así poder recibir más uva. En Millacó se trabajaba todo tipo de uva, se vendía mucho el blanco abocado, lo hizo enólogo Antonio Utrero y salía mucho. Yo me retiré cuando comenzó la decadencia de la bodega, no pude arreglar sueldo y renuncié. Fue difícil y entre a trabajar en el aserradero de Raimundo y Malacarne, que también se fundió por no poder pagar a los empleados y finalmente entré a la destilería donde estaba la bodega de Campetella”.
Aldo nunca tuvo auto, en bicicleta se “robó” a su novia Eva, trasladó a sus hijos a la escuela 23 y fue a todos sus trabajos. La historia que nos cuenta Aldo es una historia de amor que se une a otra historia, la de su pasión por el trabajo que realizó tantos años en la bodega Barón de Río Negro. Su historia de amor nos habla de Eva, con la que construyeron una hermosa familia que Aldo sustentó gracias a todos esos años de trabajo apasionado en la bodega.
Para cerrar su historia de vida, Aldo nos deja un último recuerdo, que refuerza su amor y pasión. “Un día de mucho trabajo en la bodega, se rompió la bomba y yo me puse a arreglarla pues se necesitaba urgente. Mientras estaba arreglándola me agarró corriente y casi me muero… pero, como es la mente ¿no? Yo pensaba en mi familia, en mis hijos y en Eva, en cómo iba hacer si yo me moría y no sé como pude desprenderme… que increíble, ¿no es cierto?.
Entrevista (2005): Florencia Barrera. Texto: Leonardo Stickel y Graciela Vega