El barrio Norte

Vivir en "el barrio" es, para muchos, un sentimiento. Quienes viven allí mantienen aún aquellas formas propias del pequeño pueblo que alguna vez fuimos, donde el "nos conocemos todos" habita con la solidaridad de "ser vecino"… aunque ya no se conozcan todos... 

El barrio Norte se fue conformando al son de aquellos que llegaban a trabajar en las chacras, trabajadores migrantes que venían mayoritariamente de Chile.  Solo algunas casas en el barrio son antiguas: Mirabetti, Carabelli, Fernández VegaAbelina Masina y Canale. Muchas de ellas son anteriores a la fundación del pueblo. Allen no fue trazado con el tradicional formato de damero[1], algunas casas debieron ser esquivadas al trazar el pueblo, lo que indica que ya existían desde antes. La construcción de dependencias para la carga de productos y la construcción del canal de riego fue delimitando lentamente una división entre norte y sur. El Plano esquemático de Allen hacia 1950 daba indicios de estar articulado con el plano fundacional. Un nuevo puente, en el extremo Este de la playa ferrocarril, permitía acceder al nuevo loteo desde el sur de las vías. También bodegas, galpones de empaque y frigoríficos se habían ido estableciendo entre las vías y el canal principal, al Oeste y al Este de la playa ferroviaria. Sólo la fábrica Bagliani se erigió en la zona sur del pueblo, alejándose del área en la que en aquellos momentos se estructuraba el sector industrial. El remate de quintas y solares realizado al norte del ferrocarril en 1947 permitió cierta articulación con el plano original del pueblo.

Trazado de Allen 1910

En Allen existieron algunos edificios anteriores a su fundación, cuya ubicación sugiere que instalar un comercio o una casa familiar inicialmente no priorizaba el área que luego se urbanizó. El pueblo no fue trazado en forma de damero pues hubo algunas casas que fue necesario esquivar al trazar el pueblo. La construcción de dependencias para la carga de productos y la construcción del canal de riego fue delimitando lentamente una división entre norte y sur. Los sucesivos gobiernos municipales del período estudiado fueron marginando a la zona norte de sus políticas y los planes de obras públicas nunca llegaban.  

El Plano esquemático de Allen hacia 1950 daba indicios, según Vapñarsky, de estar articulado con el plano fundacional. Un nuevo puente, en el extremo este de la playa ferrocarril, permitía acceder al nuevo loteo desde el sur de las vías. También bodegas, galpones de empaque y frigoríficos se habían ido estableciendo entre las vías y el canal principal, al oeste y al este de la playa ferroviaria. Sólo la fábrica Bagliani se erigió en la zona sur del pueblo, alejándose del área en la que en aquellos momentos se estructuraba el sector industrial.

El remate de quintas y solares realizado al norte del ferrocarril en 1947 permitió cierta articulación con el plano original del pueblo. La base era entre 12 y 50 pesos, según el tamaño del lote, y se dividía en 70 cuotas de las que “se pagarían 10 al contado al firmarse el boleto de compra venta, en concepto de seña y a cuenta de precio. Las restantes cuotas deberán abonarse mensualmente entre el 1 y el 10 de cada mes. Las ofertas deberán hacerse por cuota mensual a pagarse” (en Remate de Quintas y Solares, 1947).

 

Los remates en la zona norte significaron la pérdida de tierras de aquellos primeros habitantes que se habían establecido en tierras fiscales, predominantemente de origen chileno y cordillerano. Estos sectores tenían una cultura campesina y se dedicaban a actividades primarias, principalmente la ganadería (caprinos y otros) complementadas con una agricultura de subsistencia de tipo criancero:

“En los años ‘50 las tierras donde teníamos animales y verduras nos las sacaron (…) toda la familia tuvo que salir a trabajar en las chacras de lo que sea todo el año y las chicas de sirvientas en las casas de familias del pueblo” (L.P. 2009).

 Según el mapa de trazado de Allen de 1910 la zona Norte tenía varios terrenos "escriturados en propiedad". Esos terrenos, cercanos casi todos a las vías del tren estaban, según las referencias del mapa "deshabitados". A pesar de que las leyes de la época obligaban a los propietarios a habitar las tierras, pocos dueños las ocuparon; la mayoría hizo negocio parcelando y vendiendo su tierra a los inmigrantes a un costo mayor de lo que las obtuvieron.

“Es necesario que se haga algo en bien de la parte norte de nuestro pueblo (…) dichos pobladores, siempre echados al olvido, siguen viviendo sin que a sus propiedades se les dote de obras de irrigación, como no sea la que por sus propios medios se han construido algunos pobladores a costa de sus sacrificios. Igual sucede con la falta absoluta de alumbrado público y domiciliar, y solamente por formulismo se recogen algunos tarros con basura para irlas a tirar a un lado del desdichado barrio”

                                                                                    Voz Allense, junio 1933.

  Así se refería Ignacio Tort Oribe, director de Voz Allense, en aquellos años no muy lejanos de la fundación de Allen. El barrio siempre careció de obras que satisfagan las necesidades básicas. Los primeros gobiernos municipales hicieron muy poco por la zona, la prioridad en la obra pública fue el área frente a la estación de trenes y abrir caminos en las zonas de chacras. El primer Concejo Municipal (1916) presidido por Patricio Piñeiro Sorondo tomó la decisión de trasladar al barrio Norte a todos los prostíbulos de Allen, dispersos, en general, en la zona de chacras. Esta medida  proporcionó un importante ingreso al municipio en concepto de impuestos a “casas de tolerancia” (ver un análisis más profundo en Especiales de PA). Trasladar a las prostitutas a la zona norte fue una medida acorde con los tiempos[2] que impulsaban a “ordenar” el espacio habitable, marginando a aquellos sectores considerados peligrosos.

Parte II – Legislar la prostitución: primeros gobiernos de Allen (1916-1936)
 

De esta manera, el barrio Norte fue adquiriendo una imagen negativa fortalecida con la llegada de trabajadores en temporada de cosecha quienes se ubicaban en el barrio de manera precaria. Más tarde, el asalariado rural golondrina, “encontró opciones complementarias que le permitieron asentarse en forma definitiva” (Bendini y Radonich, 1999).

Uno de los primeros Concejos Municipales que no tuvo a P. Sorondo como Presidente fue el de 1923. Quedó a cargo de la Presidencia Hans Flügel junto Tomás Aragón y Aquiles Lanfré. Este Concejo se abocó a la realización de obras públicas y tomaron la decisión de alambrar las dos márgenes del canal principal en la zona poblada. Así, a las vías del tren y el canal, se sumó el alambre, sellando definitivamente la división del pueblo en dos sectores, Norte y Sur.

Los testimonios recuerdan al barrio como “un arenal, sin plantas y con pocas construcciones de material (…) solo ranchos de adobe poblados por familias chilenas”.  La gente de este lado del pueblo “medio despreciaba al barrio Norte”. Recuerdan también que cuando eran chicos estaba prohibido ir “al barrio”, además, los que vivían “allí eran mal vistos, como si fueran culpables por ser pobres”. Esto se acentuaba por las carencias que tenía el barrio como la falta de agua e iluminación de las calles; además, la zona “no se veía desde el centro cuando corría viento”.

Cuando corría viento no se podía salir “ni a la vereda porque no se veía nada, desde mi casa (calle Mariani) no se veia mas alla de la plazoleta" M.L. Genga. El barrio Norte era un arenal sin plantas, un lugar poco considerado por las políticas del momento, con escasas construcciones. Ya iniciaba el estigma de la diferencia: “La gente de este lado medio despreciaba al barrio Norte”, comenta Emilia Genga. Varios testimonios más recuerdan la prohibición de ir “al barrio”, ese lugar “que no se veía desde el centro cuando corría viento”, donde no había luz ni agua. Esto lo determinó como lugar de afincamientos precarios y como un  espacio de sociabilidad informal de los sectores populares.

El agua tardó en llegar a la zona norte, con lo que se demoraron los asentamientos. Sin embargo, existen algunas construcciones muy antiguas como las de Mirabetti (calle Escales), Carabelli (calles Pellegrini y Avellaneda), Fernández Vega y Canale.

El Concejo que asumió en 1923 con Hans Flügel, Tomás Aragón y Aquiles Lanfré, se abocó a obras públicas y alambró las dos márgenes del canal principal en la zona poblada “dividiendo al pueblo en dos sectores, Norte y Sur, esta tarea fue apoyada y autorizada por el Ing. Rodolfo Ballester, administrador de la obra Dique, que hoy lleva su nombre” (Silenzi, L. 1989). Si bien este concejo consiguió a través de la Dirección de Irrigación construir puentes, se puede decir que esta decisión crucial selló definitivamente la división Norte-Sur.

“Alé Antonio Baquer nació en 1933 y cuenta: ‘cuando yo era chico en este barrio había, como mucho, diez casas’. En esos tiempos las casas eran pocas y los terrenos baldíos dominaban el paisaje del barrio Norte, recién en los años ‘40 y ‘50 salieron tierras para la venta junto a la promesa de servicios que tardaron bastante en llegar. ‘Todos los días salíamos con mi hermano Pepe y mi hermana Amelia a buscar agua. La acarreábamos en baldes de 15 o 20 litros… yo me hacía el vivo y llevaba dos latas de aceite de 5 litros nomás, porque era el más chico en ese momento. Traíamos el agua y la poníamos en una bordaleza de uvas de 200 litros. También teníamos un filtro hecho de ladrillos y arcilla que cargábamos con 15 litros, de ahí sacábamos para tomar’, recuerda Antonio”[3].

“Cuando Irma [Canale, N. del A.] llegó al barrio junto a su marido y sus dos pequeños hijos, la imagen era completamente distinta a como lo es ahora. Casi no se veían casas y las pocas que había eran de adobe. El lugar todavía tenía un aspecto muy similar a las bardas, con montes y yuyos enormes que rodeaban las dos únicas cuadras con las que contaba el Barrio Norte de aquella época. ‘Nosotros veníamos de otro barrio que después desapareció. Era una propiedad privada y nos mandaron a todos para acá. Fuimos varias familias que vinimos y que todavía seguimos en el barrio’, cuenta Irma y afirma que ‘Esto era puro monte y yuyos. De a poco lo fueron desmontando, me acuerdo que venía Don Córdoba y Don Jacinto Sepúlveda con el arado y trabajaban todo el día, a sol y a sombra para alisar el terreno. Los vecinos le alcanzábamos agua o mate’. No había luz, agua potable, ni gas y cuando el sol se escondía, las noches en el barrio eran tan oscuras como silenciosas. ‘Todos usábamos el agua de las acequias que rodeaban el barrio. La usábamos para todo, para bañarnos, lavar la ropa, tomar, regar, era el único agua que teníamos. En la esquina de casa teníamos colgando un filtro de 30 litros. Era de esos enormes de cemento y ladrillo y abajo se ponía un tarro y se juntaba el agua limpita lista para tomar’, recuerda Irma”[4]

Vivir en el barrio

Juan Andes vive en el barrio Norte desde fines de los años ’60, pero sus amigos siempre fueron de allí. Pasó 15 años viviendo en una de las casillas del ferrocarril que estaban frente al municipio, precisamente en la única que hoy queda en el lugar. Llegó a Allen el 27 de octubre de 1953 a trabajar en la estación de ferrocarril como capataz encargado y tuvo tiempo para escribir canciones y poemas que hoy tienen al barrio Norte como protagonista.

Descendiente de alemanes y rusos piensa que tantos años de vida son demasiados, tal vez por la cantidad de recuerdos, que a veces prefiere olvidar.. Sin embargo, se ilumina cuando cuenta sus andanzas en los bailes del Club Alto Valle y en Sociedad Italiana. “El cacuí”, así decían cuando se preparaban para ir al “bailongo”: “vamos al cacuí”.

J

Juan Andes

Juan también se siente poeta y cada vez que puede llama a la radio o manda un poema para que sea leído al aire y así recordar viejas épocas de tangos, amigos y alegrías. Como buen habitante del barrio es hincha de Alto Valle y recuerda la pintura que estaba en una pared del viejo club, cuando sólo existía la pista sin techo. La pintura representaba a los “tangaroas” y era “un indio con taparrabo y plumas, todos decían que el modelo había sido Cochinga Cantero, vecino del barrio de mediados de los años ‘50, cuando un tal Ledesma lo pintó”.

Foto: Miguel Fernández Vega.

Parece, como también aseguran muchos otros pobladores del barrio, que lo de “tangaroa” fue un nombre “inventado” por un vecino de apellido Cudemo, quien acostumbraba a poner sobrenombres a todos los del barrio. Vivía enfrente del Club pero no sabe por qué les puso así, aunque algunos dicen que era por un pájaro de los pagos de Cudemo.

Cudemo en alguna de las muchas fiestas de la fruta. Foto: Fernández Vega

Mitos y Leyendas

Tangaroas

El recuerdo puede anclarse en esa tarde de la primavera del ’61 cuando anuncié en la escuela que por fin nos mudaríamos a la primera –y única- casa propia que mi padre pudo construir con su esfuerzo de hombre trabajador. Uno de mis compañeros, con esa traidora naturalidad que es propia de una edad en la que todo es disculpable, sentenció:
-Entonces ahora sos tangaroa. Todos los que viven al otro lado del canal son indios, son tangaroas.
Tangaroas ¿De dónde había salido esa etnia que no aparecía en el gris manual
Estrada, fuente inequívoca del conocimiento escolar de la época? Indios hay en todas partes- dijo mi madre- y lo de los tangaroas es un invento. Claro que más tarde comprendería que para una rusa grandota como era ella el ser considerado indio no tenía mayores implicancias porque quién la llamaría india, viviera donde viviese.
Con el paso de los años algunos datos fueron enriqueciendo la leyenda de los tangaroas: un silbido particular les permitía comunicarse ya sea para reunirse o para avisar la presencia de la policía –el barrio siempre fue estigmatizado con el tema de la delincuencia-, hubo esquinas que funcionaron por años como lugares de encuentro, el amor por el club Alto Valle les permitió reivindicar el orgullo, la dignidad menoscabada por la otra parte del pueblo, la de este lado del canal.
Es curioso, pero cuando se me ocurrió escarbar en la memoria de viejos habitantes del Barrio Norte, muy pocos recordaron quién fue el que los llamó así. Los más memoriosos me hablaron de Cudemo, el ocurrente speaker de la propaladora que alegraba las tardes pueblerinas, conducía los actos públicos y oficiaba de animador en los bailes del club Alto Valle. Cudemo, que también vivía “al otro lado”, le puso nombre a la discriminación, si eran indios no serían mapuches ni tehuelches, serían “tangaroas”.
Recidivas de la sensación de frustración, de la bronca por años de arbitraria postergación, del comprensible resentimiento que anida en el corazón del que se siente injustamente marginado, se agolpan hoy en las gargantas de quienes al grito de
¡VAMOS TANGAROAS! alientan a los once que gambetean la posibilidad de tener su instante de gloria o guían el subrepticio aerosol de quienes estampan un ¡TANGA
100%! en algunos paredones del centro. Porque, en forma insconsciente, la identidad del tangaroa se configura en relación con aquello contra lo que se define.
         Marta Inés Tenebérculo
 

De su vida conyugal recuerda a su concubina Juana María, quien murió después de siete años de convivencia, “casi me vuelvo loco, no podía trabajar, mis amigos y compañeros de trabajo estaban preocupados porque no podía salir de la tristeza”. Sus amigos del barrio eran muchos, pero Rubén Rojas, “el del bar, era mi gran amigo”. El bar de Rojas ubicado en una de las entradas al barrio era muy concurrido, allí pasaban muchas tardes y noches como la que nos regala en el poema “La Barra del Barrio Norte”, realizado en el año ‘66 y que recuerda a muchos de aquellos amigos:

 Permiso le pido al barrio, que con atención me escuche/ mientras que yo desenbuche algo que tengo adentro/ porque en este mismo momento mi memoria está como un resorte/ les voy a recordar a la barra del barrio Norte/ barrio de grandes varones, de tauras y de matones, de entreveros y jugadas/ barrio de grandes “pagadas” al monte y al pase inglés/ donde el Cacho, el Japonés, Medina, Yale, los hermanos Cantero y otros que nombrar no quiero/ vivieron esa emoción. Barrio de grandes jugadas que gemía en los garitos/ donde tantos compadritos que venían de otro lao/ dejaron más de un pretal volviendo todos patitos/ Barrio Norte, lindo barrio pa’ la joda estando todos juntitos/. Recuerdo que en una ocasión estaban casi toditos/ entre ellos el loco Castañete, el Chivo y el petizo Miguelito/ más allá también estaban pero ya casi echados sobre la silla/ el “Palomo”, el Víctor y el viejo Mansilla/ siguiendo la barrera también estaban sentaditos de perfil/ el Mocho, el Perpe y los hermanos Marifil / y más allá también, estaban pero sin hacerse sentir mucho y como hermanos en desgracia/ el Sapito con el Piojo y el pelado Castillo con Santucho/ y allá en un rincón estaban discutiendo, despacio el gordo Ávila con don Juan y Narciso con el Ignacio/. Y mientras la fiesta en el solancio largaba en la cancha de bochas/ también se jugaba un partido de campanilla con los parejos/ juegan palitos con el gringo Luciano y tronquitos con el negro Melgarejo/. Y volviendo para el salón se escuchó uno que dijo/ ¡vamos a jugar un truquito pa’ festejar este día memorable!/ y ahí nomás se sentaron, Jaja con Zapallito y Venancio con su compadre/. Barrio Norte, lindo barrio y de pebetas hermosas/ donde también vive mucha gente laboriosa que ha progresao trabajando/. Ya los tengo que dejar porque se me está aflojando el resorte/ pero en fin, mis muchos años vividos aquí en el barrio Norte me dicen/ que fue de espinas y flores/ y que la amistad y los amores/ el mejor de los mejores es mi querido barrio Norte.

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Y así Juan se despide, regala varios poemas y toca unas canciones con bombo y armónica. Dice que ya no toca la guitarra, pero siempre que puede recita y toca los instrumentos en fiestas familiares y con amigos. Tiene una hija y nieta “adoptivas” y uno de los amigos que siempre lo visita es Ballester con quien hace poemas y “liman” (corrigen, aclara) todo lo que escriben.

Casa de Mazzina recordada como la "Casita de Tucumán"

Los recuerdos de otros habitantes del barrio, traen a la memoria temas menos gratos. Especialmente se repiten constantemente las historias sobre las inundaciones por las copiosas lluvias, en particular aquella que sucedió a mediados de los años 60:

 “‘La inundación del ‘65 fue muy fea, no dejó nada en pie. Cayó una tormenta terrible en las bardas y se venía toda el agua con barro y se llevaba todo a su paso, casas enteras, chanchos, gallinas. Colchones, el agua traía lo que te imagines’ recuerda Abelina con la mirada perdida, como si estuviera allí de nuevo. ‘Hasta la mitad de la casa llegaba el agua, por suerte fue de día y no nos agarró de noche, s no hubiera sido más grave todavía’” (Abelina Mazzina para Stickel, L. 2009)

Abelina Mazzina

“Cuando se largaba a llover en las bardas era todo un tema. Las calles que bajaban del barrio hasta el canal grande se transformaban en canales enormes, con agua que llegaba hasta las rodillas y a veces más. Era agua con barro que arrasaba con todo, no había nada que se pudiera hacer. Cada vez que llovía fuerte teníamos que quedarnos sentados mirando como el barro pasaba por adentro de casa y se llevaba todo. Una vez hasta el ropero me llevó. Al otro día íbamos al alambrado del Club Alto Valle a juntar las cosas que quedaban enganchadas, zapatillas, ropa y hasta gallinas y conejos podías encontrar” (Irma Canale, 2009).

Irma Canale

Otro problema en el barrio fue, casualmente, el agua, pero esta vez la falta de ella. Cuando los pobladores la iban a buscar a la estación del tren, tenían que cruzar por una pasarela que era de madera y colgaba: “a veces le sacaban las maderas y no sabías ni cómo pasar. Era la única manera de cruzar. Si no tomábamos el agua del canalito o del tanque que quedaba a dos cuadras del Club Alto Valle. Después pusieron la canilla en la esquina, que era para todos” (Elvira Molina, 2008).

En cada historia aparecen distintos personajes del barrio, pero hay uno en especial que surge en todas ellas, un personaje en común, muy querido por todos: “Escudemo” o “Cudemo” depende quien cuente la historia. Él vivía en una de las casa más viejas del barrio, la llamada “casita de Tucumán” donde alquilaba una habitación a Mazzina.

“Escudemo (sic) le enseñó a muchos chicos a hacer un silbido que se hace juntando las dos manos y soplando por uno de los extremos”, recuerda Cacho Canale, otro habitante del barrio, “y en el barrio empezaron a usar ese silbido como manera de comunicarse. Los pibes llegaban a la cancha de fútbol y empezaban a silbar así y al ratito los chicos empezaban a llegar. Ese ruido imitaba el de un pájaro que se llama Tangaroa, de la zona de donde venía Escudemo. También dicen que una tribu de indios tiene ese nombre y como los del centro siempre dijeron que en el barrio somos todos indios, de manera irónica él nos puso ‘Tangaroas’”. “También le puso apodos a todo el mundo, apenas te veía te ponía un apodo y listo, ya quedabas rebautizado. Estaban La gorda Palacios, el Loco Colipán, el Muñeco de Barro, el Gordo Canale, el Chancho Parra, Zapallito Medina, Jaja Medina, el Ciego, El Oso Rojas, Ojito Colipán, el Chulengo, Billy Kerosén, Grasita Canale, Popeye San Martín y muchos más”, recuerda riéndose Cacho.

No sabemos si hay un apodo para ella, pero Abelina Mazzina es nieta de uno de los más antiguos pobladores del barrio. Abel, su abuelo, construyó su casa antes de 1910. Es el edificio que todos en el barrio llaman la “casita de Tucumán”. Sus ladrillos unidos con barro y sus rejas coloniales la transforman en una reliquia histórica que lentamente el tiempo fue borrando del paisaje barrial del norte de la ciudad. Abelina llegó al barrio en 1945 desde Río Colorado cuando los abuelos Mazzina fallecieron y el resto de la familia se vino a Allen. Sólo estaban en pie las viviendas de José Fernández y de Panuchi y el conventillo de Videla con algunas habitaciones que eran alquiladas a los que venían a trabajar la temporada.

Los Mazzina: una «casita de Tucumán» en el Barrio Norte.

Abelina hace fácil imaginarse un Barrio Norte en plena gestación, con sus primeros habitantes haciendo sus casas en los tiempos libres, luego de largas jornadas laborales. Estaban ya también aquellos primeros comercios ubicados en el centro de Allen y que atravesarían la historia de la ciudad hasta llegar a la actualidad. “La única manera de llegar al centro era por el puente de la calle Avellaneda, no existía otra forma, después se hizo una pasarela colgante y después los otros puentes. Mi papá iba en sulky al centro y se compraba toda la ropa en Tienda El Barrio o en la tienda El Buen Trato, eran los lugares que vendían las bombachas que le gustaban a él” recuerda Abelina.

Foto 2010

  El Barrio Norte poco a poco se fue poblando y los lugares que antes ocuparon la jarilla y los yuyos ahora eran ocupados por casas de los más diversos materiales. Algunas eran de chapa y otras de barro, algunas sólo eran viviendas y en otras también funcionaban comercios. “Empezaron a llegar muchas familias”, recuerda Abelina, “la de Don Méjico (Hernández), Jaime y Don Gómez, que puso una relojería y joyería. Antes se vivía mejor, si bien no teníamos agua corriente, usábamos la de una acequia, vivíamos bien. Nosotros le cosechábamos las uvas y las cerezas a Fernández, se ganaba poca plata, pero no necesitábamos más que eso, no había mucho para hacer” (Abelina Masina, 2009).

Hace 15 años que Abelina ya no puede vivir más en la casa que construyeron sus abuelos cien años atrás, porque corre riesgo de derrumbarse. Ahora vive a tan sólo 50 metros de ahí, en una pequeña casa, siempre cuidando que nadie se meta a vivir en la ahora abandonada residencia Mazzina. “Es una lástima que se vaya a caer toda la casa, tiene casi los mismos años que Allen (…) le tienen cariño, se va a ver raro el terreno sin la casa” se resigna hoy Abelina.

(Los testimonios de Abelina Mazzina, Antonio Baquer, Irma y Cacho Canale son de Leonardo Stickel para "Allen… nuestra ciudad" – 2009)

Algo más...

Noticias de una época!!

Río Negro, 1966

Rio Negro, 1968


[1] Plano de una urbanización o ciudad que se parece al tablero del juego de damas.
[2] Ver estudios sobre el “barrio Gris” en la capital neuquina: Carrasco, Oscar: “De perfumes caros y medias baratas: el  Barrio Gris”. La cuestión del orden y control de la prostitución en Neuquén Capital, 1947-1964. Primeras Jornadas de Historia del Delito en la Patagonia, 2000.
[3] Leonardo Stickel para “Allen… nuestra ciudad”, 2009
[4] Idem 3

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3 Respuestas

  1. Mavis Florencia Soriano dice:

    Yo caminé ese barrio cuando iba a la escuelita nº 80, hice allí mi primer grado. Cruzaba el puente frente a la estación y si… había un bar en la esquina ni bien se cruzaba el mismo. Recuerdo que iba sola a la escuela y siempre me daba miedo este cruce, porque solía haber alguno que se había pasado de copas y eso me asustaba (nunca le dije de esto a mi madre). También debo agregar que los varones de 4º grado plantaron los primeros árboles que dió un poco de verde a la escuela y también alfalfa, creo, puesto que esto mejoraba lo salitrosa que era la tierra. Retomando otro tema quiero decir que era Cudemo, persona siempre muy bien trajeada y morocho elegantón (yo lo conocía) todos en Allen lo conocían por aquellos tiempos. Que pena no se haya podido resguardar la » casita de Tucumán» ….

  2. OSVALDO RODRIGUEZ dice:

    CUDEMO ERA UN POCO EL CACIQUE DEL BARRIO NORTE, ERA MUY RESPETADO SOBRE TODO POR LA GENTE JOVEN, SIEMPRE ESTABA DISPUESTO A AYUDAR A LA GENTE. EL NOMBRE «TANGAROA» NACE DE UNA PELÍCULA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (CON JAPON) DONDE UNOS KAMIKASES EN LA PALÍCULA DE HACIAN LLAMAR TANGAROAS (VALIENTES). OSVALDO (Balito)

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