Talón de Oro

"Otro personaje en Allen fue “Talón de Oro”, un boxeador y bohemio total. Era hermano de dos cantantes de tango famosas, las Hermanas Verón.  Se lo veía caminando por el pueblo acompañado de un perro que lo seguía a todas partes. Lo gracioso de su perro era que cuando veía a una señora con tapado de piel le ladraba siguiéndola un buen trecho. En una oportunidad sus hermanas lo vinieron a buscar y lo llevaron a Buenos Aires para ocuparse de él a fin de que tenga un mejor pasar. A los pocos días apareció de vuelta en Allen y contaba que no se quedó porque lo hacían bañar todos los días y extrañaba a su perro" (Cuqui Pomina).

Era el último recreo de la mañana y los chicos lo esperaban en el portón de la vieja Escuela 64, la que estaba al lado de la Shell. Él volvía, después de haber trajinado el centro del pueblo, con unos pocos ejemplares del Río Negro abajo del brazo, para hacer la rendición de las ventas en el kiosco de don Héctor Iribarne, quien lo consideraba uno de sus mejores canillitas. Entonces detenía su andar simiesco y vacilante para atender el reclamo de los chicos:

- Cantate algo, Talón… Y él, verdadero adelantado en eso de apelar a la tercera persona para referirse a sí mismo, cantaba. Con la melodía de La Batelera - una vieja canción que muchos recordarán- el personaje exorcizaba su afición al trago:“Paseando ayer con Talón, Nos fuimos hasta el Rincón, Unas copitas tomamos Y Lontita se puso a cantar. Suelta el vaso, Taloncito, Que me altera tu manera de beber. Suelta el vaso y ven a mis brazos Que ya debes descansar.” Los chicos, a decir verdad –los varones-, le festejaban la ocurrencia y esperaban el otro ritual de Talón, el de la despedida: el golpe en sus cabezas, con uno de sus dedos tullidos, acompañado del “Un, dos, tres. Solamente tres. Vamos, Taloncito, nomás”. Dicen que había sido boxeador y que cuando llegó a Allen, bien entrada la década del ’50, peleó contra un oso en un circo. También que contaba con orgullo que era hermano de Las Hermanas Verón, famosas cancionistas de la época. En el pueblo pronto se hizo conocido, además de canillita fue lustrabotas y vendedor de billetes: -Me quedan dos, sólo dos- voceaba en las esquinas, mientras mostraba sus cinco dedos deformes. -Talón, ¿por qué les vendiste a esos paisanos los billetes cortados por la mitad? ¿No sabés que así no sirven?- le recriminó alguien. -Enteros tampoco, porque son de la semana pasada- replicó Talón, a quien si algo le sobraba era picardía. Dos perros, primero el “Torito” y después el “Sopa” compartieron su soledad en el conventillo, sus noches llenas de voces, sus delirios. El “Sopa” estaba a su lado cuando lo encontraron entre los tamariscos que rodeaban los terrenos del ferrocarril; el sigiloso salto de gato de la muerte le impidió protegerlo, por eso, cuando tuvo la certeza de que Talón no volvería, cruzó el bulevar, se instaló en la vereda de enfrente y se dejó morir.
Marta Inés Tenebérculo.
Diario Río Negro 8 julio 1965
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