Saúl Colodner

Saúl Colodner nació el 16 de septiembre de 1935, en un pueblo de La Pampa, Bernasconi, que supo ser muy importante en algún momento. Vivía allí con sus padres, Marcos y Raquel, y su único hermano, Samuel. Allí hizo hasta tercer grado y luego viajó a Bahía Blanca para seguir estudiando. Pero unos años después empezó a viajar más seguido a su pueblo para visitar a su futura esposa en el campo que estaba enfrente de donde su familia vivía.

Ya a los 17 años, tuvo que tomar una decisión: seguir estudiando o trabajar. “Mi viejo sacó del bolsillo, no sé cuánto era en ese momento, unos 5 millones, y me dijo: esto es lo último que te doy” cuenta hoy Saúl. Así que tomó el dinero que le alcanzó justo para hacer el viaje hasta el Valle. No conocía la zona, pero su papá había escuchado que era muy linda y además había un tío que tenía una tienda en Allen y otro que vivía en Cipolletti. Así llegó Saúl a la ciudad, con la misma valija con la que se había ido a estudiar a los doce años y con el mismo colchón enrollado. En el camino se encontró con un camión frutero que había volcado: “Mis viejos no sé si alguna vez habían comprado una manzana para comer de postre y como iba a la casa de mis tíos sin regalos, con las manos vacías, con el pulóver que tenía improvisé una bolsa y la llené de manzanas para regalárselas” cuenta.

Así, manzanas en mano, llegó a lo de sus tíos. “Llegué de pantalón corto, a pesar de tener 17 años. Pero ojo: con un trajecito. Pantalón corto, camisa clarita y la corbata. El 22 de febrero del 52 llegué y al otro día, a la mañana, mi tío me vino a despertar y me trajo dos pantalones largos. Me recibí de adulto”, dice Saúl.

Cuando Saúl llego a Allen no había gas, no había asfalto, no había agua. Se tomaba el agua de la acequia, desde allí se llenaban los aljibes de las casas. Recuerda que “se filtraba con 8 o 10 ladrillos que se ponían en forma de embudo. Le echabas el agua arriba y abajo ponías un balde. En la calle San Martín corría un canal y en invierno se congelaba y nosotros patinábamos sobre el agua congelada. Nos agarrábamos con una soguita y uno corría por la orilla arrastrando a otro. Me acuerdo que jugábamos con Laura y Meri Pecoretti, Marta Cirigliano, con Norma Zan…” recuerda contento. Pero en invierno “el agua se compraba. Los trenes llegaban y se cargaba agua en el ferrocarril, estaban los tanques para cargar la locomotora, que eran a vapor. De ahí sacaba la gente. Si no traían agua de Cipolletti. Se vivía bien, pero todo era muy precario… mi tío tenía una heladera que era un cajón de madera todo forrado con chapa adentro. Y compraban barras de hielo y las ponían adentro para enfriar las cosas”.

La tienda de su tío estaba donde hoy está el comedor de Richard Palacios y allí empezó a trabajar. “El primer cliente que me tocó atender me pidió una chupaia. Yo entendí una toalla, le empecé a mostrar toallas. El cliente solamente me decía: no. Miré, buscando a mi tío o a la empleada para que me ayudaran. No había nadie. Se habían tentado y se habían ido. Hasta que el cliente, que era chileno, me dijo: esto quiero. Me mostró los sombreros de paja, les decían chupaia. Fue mi primera venta, vendí un sombrero”. Saúl recuerda que en aquellos tiempos había muchos chilenos que “no trabajaban tanto en la fruta, sino en las canteras. Había muchas cuadrillas de trabajadores y al jefe siempre le regalábamos un frasquito de perfume de Claro de Luna. Si le regalabas algo a él, después todos venían al negocio”.

Cuando tenía 21 años Saúl quedó encargado de otra tienda, “La Confianza”. Fue entonces cuando trajo a sus padres a vivir con él. Con el tiempo, logró tener una tienda propia “ubicada en donde está ahora Kadima, hasta que compré la esquina adonde estamos ahora. Esa esquina era de Pepe Piriz y había una casa de venta de artículos para el hogar. Tres años, me llevó hacer el salón. Los constructores fueron Boris Musevic, el Colorado Robert y el que dirigió la obra fue Isaac Skop, que era ingeniero civil. Ya hace 31 años que tengo la tienda acá. Entonces tuve las dos tiendas. Mi señora quedó en la que teníamos en la Avenida Roca”.

Siempre le interesó la vida pública del pueblo porque “mi papá siempre estuvo metido en comisiones”. Por eso en el año ‘70 se involucró en la actividad política.  La Cámara de Comercio lo designó como su representante y así empezó su carrera política. En el Municipio, alternando períodos, estuvo unos 13 años. Fue candidato a Intendente por el PPR y en la época del proceso militar, con Ducás, quiso formar un Consejo Asesor. “El Concejo Asesor era el Intendente y once Concejales que representaban a distintas instituciones”, explica Saúl, “siempre funcionó y nunca tuvo problemas de quórum. Nunca jamás. Porque dentro del Concejo estaba Diez y otro hermano Diez, el papá del ‘Quesito’. Entonces cuando estaba uno de ellos siempre contábamos ‘DIEZ… once doce trece’ y así ¡siempre teníamos quórum para sesionar!”, bromea, “no, en serio, nos llevábamos muy bien, se trabajaba mucho”.

Cuando ganó Osvaldo Jáureguy por el peronismo, Saúl quedó como Concejal. Continuaron trabajando hasta el golpe. “Cada uno tenía asignadas responsabilidades”, dice, “así como ahora están funcionando distintas Secretarias, en aquel entonces no había Secretarios, había Directores y no había puestos políticos. Cada Concejal se hacía responsable de un área y trabajábamos ad honorem. Lo único que teníamos, después de las reuniones, que se hacían los viernes a la noche, era un asadito gratis que lo pagaba la Municipalidad”. Le gustó tanto la actividad política que descuidó la actividad comercial. “Tanto es así, que me costó un negocio, después tuve que empezar de nuevo”. “Si yo hubiese estado en el negocio, hubiese sido distinto. Igual no lamento haber estado en política”, asegura Saúl´

Concejo: 1971

“Es más, cuando asumió Carlos Sánchez yo presenté mi renuncia. Entré… en un estado depresivo… salía afuera, veía la Municipalidad y me largaba a llorar. Después, la gente que había ayudado en mi gestión me venía a ver para que los siguiera ayudando, pero yo ya no tenía nada que ver. Además, había cambiado la forma de hacer política. No era lo mismo”, dice un poco triste.

De todas formas, Saúl recuerda sus tiempos en política con mucho cariño. Cuenta que aún muchas personas se le acercan para agradecerle lo que hizo por ellas mientras trabajaba. Como una mujer que tenía un niño sin padre y le fue a pedir chapas. Él le dijo que fuera al Hospital y que se pusiera un DIU, para no volver a quedar embarazada. La mujer se negó porque decía que si lo hacía ningún hombre la iba a querer, entonces Saúl le dijo que fuera y lo hiciera y que después le daría chapas buenas, no de cartón, sino de cinc. La mujer se puso el DIU y un día le agradeció porque “sigo haciendo mi vida y no tengo más problemas”. O también Alonso que se lo encontró un día y le dijo “yo tengo casa gracias a vos”, porque se enteró de que  le habían dado casa a alguien por acomodo y “armó un despelote y se la sacaron y se la dieron a él”.

Pero no todo fue trabajo para Saúl y pudo encontrar en su agitada vida tiempo para la diversión. “La salida de antes, casi obligatoria, era ir a bailar a la Sociedad Italiana”, cuenta,  “mis amigos eran Sergio Pecoretti, Basilio Saray, Federico Tonon y nos juntaba a jugar al truco o íbamos en la camioneta de Pecoretti a pasear a Neuquén”. También recuerda que “era muy común contar cuentos de alguien, de algún candidato, que se usaban para reírse de él. De Fernández Carro se contaban muchos cuentos, como aquel que decía que  tenía dos perros: uno chiquito y un galgo grandote. Y que estaban corriendo una liebre y la liebre se subíó a un árbol. El grandote le ladraba y el chiquito daba vueltas alrededor del árbol. Dio tantas vueltas que gastó el árbol, se cayó y así el chiquitito agarró la liebre”.

Otro famoso cuento que Saúl recuerda era aquel que también contaban de Fernández Carro. Decía que un día iba en la camioneta con su perro y se quedó plácidamente dormido por el cansancio. Bruscamente se despertó por los movimientos de la camioneta y al mirar a su lado vio a su perro de caza manejando el automóvil, entonces se asomó por el parabrisas y vio que el can iba persiguiendo a una liebre “¡Con razón tanto movimiento!” remataba. Pero Saúl tiene su propia historia de ruta y cuenta que iba manejando para Roca cuando vio una rueda que pasó por su lado, así que paró y la levantó. Cuando llegó a su destino el auto se cayó para un costado porque le faltaba una rueda.

Saúl recuerda también a “Talón de Oro”,”yo vi su última pelea en la cancha del Club Unión. ¡Le pegaron tal paliza! Era muy buena persona. Era como enero, nunca un día fresco. Siempre andaba con su perro que se llamaba “Sopa”. Era el personaje de Allen”. “Otro personaje era García, un borrachín, lustrabotas capaz de lustrarte la camisa en vez de los zapatos, y otro era Calvete que decía que trabajaba en ‘Fichersa’. En realidad era “Fischer Sociedad Anónima”, cuenta divertido.

Saúl es un hombre que conoció toda  la vida de Allen, desde la actividad comercial a la actividad política. Hoy  la mira desde un punto de vista diferente y reflexiona sobre la sociedad allense. Así, desde su experiencia dice que “ahora la gente humilde es más solidaria que la gente pudiente. Antes no era así, en general, éramos todos solidarios”.

Para saber más:

“Lo que hice hasta ahora fue gracias a la gente de Allen”. Entrevista a Saul Colodner en Allen… nuestra ciudad, 2008.

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