Ocio y tiempo libre en Allen (1940/1950). Segunda Parte.

 “Cada persona tiene la facultad de oír sonidos y ver imágenes que percibió en el pasado (…) esto ocurre en un presente ubicado en la mente y en el corazón. El pasado es presente y el presente es pasado al mismo tiempo y, se encuentran en la misma dimensión y época, si los trae el pensamiento; las imágenes y vivencias tienen relevancia y fuerza espiritual, e influyen en los sentimientos y percepciones de las personas relacionadas con ese pasado, física y espiritualmente. Así ocurre cuando recuerdo a mi valle en todas sus épocas”(Katz, W.  2008).

Tengo una radio en la cabeza

que me habla de cosas que ya no existen,

una radionovela con propaganda de Cadúm,

la gesta de Bairoletto con voces sobreactuadas

a las 4 de la tarde.

 

El patio es un universo de geranios en latas oxidadas,

sombras y sombras de distintos verdes,

aromas de menta y harina,

el agua fresca de una bomba a orillas de una acequia

y el sol,

el sol que parece tan verdadero.

 

Yo camino perdido entre los nogales y los cerezos,

jugando a la vida

entre los colores de la tarde.

 

Es la foto donde me gustaría morirme

pero el tiempo pasa,

el tiempo pasa

si.

Daniel Martínez, Katrú – Memorias del Manzano (inédito)

Espacios  de libertad

En Allen, la chacra y las zonas aledañas a la ciudad como el río, los canales y las bardas fueron los lugares elegidos para el esparcimiento. Los distintos sectores y, en especial, los jóvenes, salían a pasear y a realizar diversas actividades al aire libre como comer un asado, tomar mate, jugar y compartir con la familia y los amigos. Generalmente, los días feriados y los fines de semana eran los momentos elegidos para la distensión y la diversión. Las fotos y los testimonios dan cuenta del uso del tiempo libre de manera valiosa y con persistencia de costumbres y formas de comportamiento “en sociedad” que limitan la espontaneidad. 

Foto: Maria Luisa y Emilia Genga

En este proceso es especialmente significativa la importancia de la fotografía. Lo que se conforma como objeto “retratable” tiene que ver con los cambios tecnológicos, estéticos, culturales y sociales. El fotografiarse empezó a implicar un cambio en la conducta y en la apariencia, la imagen comienza a cobrar más importancia: había que arreglarse y posar, había que buscar el lugar correcto, la compañía y la mejor vestimenta.
En el proceso en el que el tiempo libre y el "hacer algo" con él comienza a ser fundamental para la vida social de las personas y no sólo ya para las clases acomodadas, este se transforma también en un espacio de consumo. La fotografía irrumpe en el ocio y el tiempo libre porque estos empiezan a ser importantes y había que mostrar lo que se hacía con ellos. De esta manera se generan patrones de conducta para ser retratados y el hecho, en ocasiones, se transforma, con el tiempo, en un fin en sí mismo. 
La imagen se convirtió en hegemónica y atraviesa la vida de las personas en la sociedad moderna. Será clave cómo visten, cómo se mueven, cómo se ven unos a otros… En este sentido las fotografías son especialmente importantes para analizar la época en tanto que dejan entrever una densa red de significaciones de  la vida social del momento y  las implicaciones futuras de este proceso.

Para la foto: Alberto “Tito” Langa y familia. Por María Langa.

El retrato fue la tendencia en la fotografía de la época; la pose, el “prepararse” para la toma fue la modalidad elegida por casi todos los fotografiados. Todas las imágenes analizadas en ese apartado, se situaban en el pueblo y en torno a él. La conducta en esos espacios estaba regida por reglas colectivas y el ideal del mandato doméstico. Se sabía adónde se podía ir, qué hacer y cómo comportarse; el pueblo y aledaños era un espacio de transición hacia el "afuera" del pueblo porque salir de los límites pueblerinos era aún todo un acontecimiento que con los años fue creciendo en detrimento de las actividades en la localidad.

Las hermanas Genga de paseo por el pueblo.

Sin embargo, a pesar de los formalismos que dominan la vida pública, el pueblo en los años estudiados (y gran parte de los ‘60) todavía era vivido como el “hogar” y, en cierta manera, funcionaba como una zona protectora de los habitantes. Salir a pasear era salir por el pueblo, recorrer sus pocas calles centricas y, con algo más de organización, ir a las bardas, al río, a una chacra...

Foto: Laura Fuentes.

 

Con el desarrollo urbano se trastocó la “vida pueblerina”, ese espacio público que se redefinía lentamente y donde “nos conocíamos todos”, como recuerdan muchos testimonios. La modernidad fue ampliando la oferta y la demanda de bienes, el Estado aumentaba su intervención en la sociedad y las nuevas modalidades de la cultura de masas fueron produciendo cambios en la privacidad e intimidad de las personas.

En la perdida de privacidad, los más afectados ¿los niños?. Foto: Diositeo González.

En la región, algunos espacios como el río y las plazas se mantuvieron como lugares de esparcimiento y aún hoy lo siguen siendo. La reunión con amigos y en familia era la forma de socialización por excelencia;  la vida pueblerina no ofrecía muchas otras posibilidades y estos grupos y  ámbitos serán los últimos bastiones que los individuos sostienen frente al avance de nuevas modalidades de socialización y uso del tiempo libre.

 

“Mi viejo siempre la llevaba a mi vieja a la chacra de la Natalia

para que le copiara la receta de los tallarines.

Subíamos en la camioneta y partíamos a lo de la tana,

cuando llegábamos estaba todo armado para la fiesta” 

Extracto- Daniel Martínez, Katrú – Memorias del Manzano (inédito).

El almuerzo en la chacra con asado o "la pasta", costumbre italiana, en familia o con amigos, fue una tradición persistente y estuvo relacionada con la importancia de frutícultura. Las fotos muestran grupos de edades distintas,  una mesa dispuesta desde temprano con "la picada" (muchas veces con productos de factura familiar), mientras se esperaba el asado.

Almuerzo familiar chacra Fasano

Ver: Esta foto en el facebook 

En algunas los más jóvenes simulan beber, tal vez para emular a los adultos. En otras, se retrata el paseo por la chacra y un grupo mostrando “el orgullo familiar”: las frutas. Dar una vuelta por la chacra era actividad obligada de la tarde (en especial para los novios) y se aprovechaba para cosechar algunas frutas que después se repartían entre la familia.

Foto: familia Rial

 Los trabajadores también son recordados en algunas imágenes, compartían las reuniones de la familia pues algunos ya forman parte de ella debido a los años de trabajo en la chacra familiar. La centralidad de algunas fotos está puesta en el producto, cuyo valor simbólico emergía como herencia de un pasado de esfuerzo y trabajo familiar. En los años ‘50 la familia, en general, ya no era pluriactiva es decir, ya no era necesario que todos sus integrantes se abocaran al trabajo mancomunado para cubrir las necesidades, como había sucedido en períodos anteriores. En las fotografías podemos establecer quiénes son cada uno por la vestimenta, en especial en los hombres, pues la diferencia es más marcada entre la ropa del peón y la de los patrones, quienes lucen prendas usadas en su tiempo libre. Las mujeres ya usan polleras más cortas y tejidos más ligeros, vestidos que ahora muestran la línea del cuerpo. El pañuelo aparece como accesorio necesario para las actividades campestres, se lo ve en varias imágenes y seguramente se lo usaba para cubrirse del sol o para contener el cabello y poder realizar variadas actividades.

Foto: Flia Genga.

Fotografiarse en la escalera cosechadora era un retrato habitual. Muchas fotografías muestran, en especial, a los más jóvenes posando en la escalera cosechera, un retrato que vuelve a fortalecer el imaginario asociado con la importancia de la chacra y el producto.

Foto: Elba "Beba" Calderón

Mirta Lobato señala en su Libro "Cuando las mujeres reinaban: Belleza, virtud y poder en la Argentina del siglo XX" que las fiestas de la “producción” fueron impulsadas para promover los productos de una región. Las reinas con su belleza “coronaban el éxito productivo de miles de personas a los que en el lenguaje de la época se identificaba con el universal masculino de trabajadores y empresarios” (Lobato, M. 2005). Poner la belleza en “competencia” fue clave en las fiestas de la producción de pueblos y ciudades desde los años ‘30. Estas festividades fueron sumando la participación popular y el entretenimiento con espectáculos variados que, de alguna manera, eran espacios de “interrupción” del duro trabajo cotidiano, un nuevo espacio para el ocio y el tiempo libre de la familia y de encuentro con amigos, en especial para la juventud.

Una de las reinas (ver bandas con los nombres de galpones de empaque) es Elvira Ávila, esposa de Manuel Stazionatti

“A veces a la tardecita le entrábamos al río

a pescar con una red y 2 botes,

con la humedad  un frío te subía por los pies

y se te instalaba despacio

en el centro mismo de los huesos”

Extracto- Daniel Martinez, Katru – Memorias del Manzano (inédito)

 

“Las aguas frescas y cristalinas, producto de los deshielos en la cordillera, recibían también a muchos afluentes que, traían rumores de leyendas y viejas historias, de llantos por pueblos reducidos, robados y exterminados y por tierras arrebatadas en nombre de la civilización.

En los atardeceres, cuando el trajinar se aplacaba y las voces menguaban, comenzaba a escucharse la voz de las aguas sobre las ondas y el suave contacto con las orillas”  (Katz, W. 2008).

El río era ese lugar omnipresente en el desarrollo del pueblo. Desde su cauce sus aguas corrían por canales y acequias hasta llegar a la puerta misma de casi todas las casas.  Tal vez por eso ir al río de picnic, a tomar mate, a pasear a pie, en bote o en alguno de los “vaporcitos”, fue una actividad popular en la época. Muchas fotografías muestran ropas ligeras, polleras amplias y camisas claras, grupos sociales diferentes en un mismo espacio: el río Negro.

Foto: M. L. y E. Genga.

 “Cuando joven formé parte de los grupos de la iglesia, con ellos organizábamos distintas actividades como ir al río de picnic. Nos acompañaba el cura y la pasábamos muy bien, los distintos grupos estábamos siempre juntos. En el grupo en que yo participaba estaba Reus, Iglesias, García, Piergentili, Manzaneda, Marcheggiani, Sánchez, casi todos eran de Guerrico” (Gustavo A. Vega 2008).

Foto: F. Gabaldón.

Los canalitos que surcaban el pueblo proveían el agua para el consumo doméstico. La ciudad en sus inicios estaba atravesada por canales que regaban las chacras que rodeaban la ciudad y también eran lugares de paseos. Uno de los  canales recordados por muchos testimonios es el que estaba ubicado en la actual calle San Martín y que fue cerrado a finales de los años 50' (Ver aquí: Caminante... hay camino!)

Algunos, los más jóvenes, los usaban como balneario particular, generalmente a escondidas de los padres pues, en algunos, la fuerte corriente del agua era muy peligrosa.

Foto: Laura Fuentes.

 “Cada casa tenía una entrada de agua desde la acequia a un aljibe para almacenarla. Mientras corría agua por los canales no había mayormente problema, sólo había que estar atentos a que el agua viniera limpia, porque muchas veces venía color chocolate, hay que recordar que no estaban los lagos donde actualmente se decanta el agua. El verdadero problema surgía cuando se cortaba el agua para la limpieza de los canales (…) se almacenaba en los aljibes que por lo general tenían una capacidad de 5000 litros, pero llegaba un momento en que se acababa y era necesario comprarla. Recuerdo que venía a casa un camión tanque con agua dulce que traía del río y  descargaba en el aljibe y también pasaba un aguatero con agua un poco salada que provenía del surgente que había en la esquina del Hospital, hoy intersección de Velasco y acceso Güemes. El aguatero llenaba tambores y como el agua era muy “dura”, era utilizada sólo para algunas tareas domésticas como el lavado de pisos y baños. Como el agua no era apta para el consumo humano era una tarea diaria hervirla y luego airearla, acción que consistía en pasarla de un recipiente a otro varias veces. En casa había una pava enorme de 5 litros, de las que se usaban en los comedores de chacra, cuando se le daba la comida al personal, a la que llamábamos jocosamente la “pavona”. Otro método de potabilizar el agua era hervirla y luego pasarla por un filtro de piedra porosa. Años más tarde surgieron los filtros a vela que se colocaban en la cañería y tenía una canilla para extraer el agua. Cada tanto había que limpiar la parte central o vela donde se depositaban las impurezas que traía el agua, principalmente tierra porque se veía marrón. De esta semblanza hogareña cabe rescatar y valorar el espíritu de trabajo y dedicación de nuestros mayores ya que no era tan fácil la vida y no se gozaba de tantas comodidades como actualmente (Magdalena Bizzotto, para Yappert, S. 2010).

Los encargados de mantener este sistema de acequias con compuertas en funcionamiento eran unos personajes muy particulares y recordados por muchos habitantes de la época: los tomeros. Estas personas eran empleados municipales que debían mantener el sistema de riego en funcionamiento. Bajaban y levantaban las compuertas para llevar el agua alrededor de los barrios y se organizaban por turnos.

Las acequias pobladas de plantas y sauces, estaban plagadas de renacuajos que los niños se entretenían en cazar.

“Los chicos del barrio le sacábamos canas verdes a los tomeros. Levantábamos y bajábamos las compuertas de tal manera que llevábamos el agua a un solo lugar y hacíamos una pileta para bañarnos. Pero cuando los tomeros salían a hacer el recorrido se ponían furiosos y nos corría a los piedrazos” (“Cacho” Canale, 2009).

“Yo tuve un país de pájaros,

una manzana en medio del camino

lustrosa como un sol de marzo.

 Tuve un mar en una acequia angosta

que a veces ni siquiera agua tenía.

 Tuve toda la sombra

que se precisa en una siesta

cuando hay buenos amigos.

Tuve una zapatilla vieja y rota sin marca conocida

que me envidiaban los que andaban descalzos”

 

Extracto- Daniel Martínez – Katru – Memoria del Manzano (Inédito)

Continuará

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