Laura Fuentes: Eterno resplandor de una mente con recuerdos

“Una niñez que venía desde lejos/ desprendiendo el olvido que arrastraba/ me traía la imagen de mi madre/ y el cálido caudal de sus palabras/ un padre con cansancio en su mirada/ deseoso del hogar que lo esperaba/ en el calor filial de la familia/ que jornada a jornada lo premiaban” (Mi familia, 1989).

Laura Fuentes, 2009.

 
     

Entrevista realizada en 2009.

Laura Fuentes es una joven jubilada del gremio de la fruta, escribe poemas y dibuja. “Yo te saco cualquier tema y te hago un poema”, nos dice. Ella revive los tiempos  “con olores y recuerdos” de un Allen que “ahora parece un viejito con bastón, un pueblo rural con esa entrada tan lejos de la ciudad a la que a nadie le interesa entrar”.

Su primera casa estaba “enfrente dela UNTER, tenía un gran patio adelante y un altillo” y pertenecía a Cirigliano “un caudillo de acá, con una facha que me encantaba, igual que don Nicanor Fernández, que vivía en frente del mástil, siempre con un poncho y un bigotito fino, todo un señor”. Para que no tengamos que imaginar aquel lugar, nos entrega un dibujo que hizo de su casa rodeada de acacias, eucaliptos y sauces, con una higuera detrás y el canal al frente, aquel canal que atravesaba la que luego sería la calle San Martín.

Plaza San Martín.

Pero a los seis años tuvo que abandonar este paisaje, porque su papá compró un terreno en el Barrio Hospital e hizo allí una casita de adobe. “En esos terrenos que luego se fueron vendiendo”, cuenta Laura, “había una pista de aterrizaje y recuerdo que luego que pasó la máquina para emparejar encontramos un botón de Estados Unidos”. Tal vez  algún tesoro hallado en aquel lugar la impulsó a  coleccionar monedas. Algunas fueron producto de la fortuna y también muy antiguas, como aquella encontró en un canal y que luego regaló a un novio. “Es de 1916 y Dolisnky no supo decirme de dónde  porque es muy extraña”, dice recordando aquel ejemplar tan especial de su colección.

Laura fue a la Escuela 64 y recuerda “a la maestra Urdaspilleta que era muy severa, también al maestro Villegas, que tenía un espejito y se miraba mientras nos enseñaba, no sé,  tal vez lo hacía para espiarnos. Yo repetí como dos veces pero terminé sexto grado en la Escuela 80 de la que no me acuerdo mucho, pero le hice un poema pues recuerdo a mis compañeros, los bancos, los tinteros, el patio…” enumera,  perdida en los recuerdos. “Tengo la Libreta de Ahorro”, continúa luego de un momento, “que era obligatoria y no podías tocarla hasta cumplir los 15 años. Una cosa que no olvidaré jamás es un tortazo que le pegó un maestro a un alumno”.

Laura nos cuenta que empezó a escribir poemas a máquina, pero después la tuvo que vender. Igual, le resta importancia: “yo me imaginaba todo, incluso en la escuela cuando explicaban algo yo me iba pensando, viendo lo que explicaban, como si fuera cierto”. Pero las autoridades escolares no entendían su forma creativa de aprender así que, “después llamaban a mis padres porque decían que yo era muy distraída y me suspendían”, agrega Laura, un poco enojada aún.

Pero se alegra al  contar cómo se divertían cuando eran chicos al volver de la escuela, corriendo y pasando por la bodega de Biló donde los trabajadores les regalaban uva blanca o jugando en los canales. “Lo que me lleva son los olores”, dice sensitiva, “a tierra mojada, a las plantas o el pan de campo tostado con manteca que nos hacía papá a la mañana temprano, antes de salir para la escuela”.

Pero luego de terminar 6°grado, no puedo continuar con estos paseos después de la escuela, porque tuvo que dejar de estudiar. “Había que irse a estudiar a Roca o Neuquén y mi papá no quiso”, explica, “se hablaba de muchos peligros y no nos dejó seguir estudiando”.

Dionisio, el papá de Laura, nació en Chile en 1892 y fue radical desde muy joven. En Allen trabajó en la tienda Aragón como peón de patio. Luego se empleó en el ferrocarril y, finalmente, en el Hospital. “Él fue linyera hasta que llego al valle, hablaba y contaba muchas cosas, nosotros lo escuchábamos”, relata su hija, “Él se reía de mí, pues yo inventaba cosas, les contaba historias a mis hermanos y  cuando me veía decía ‘ya está la tonta contando pavadas a los pibes’.

Muchos recuerdos de la infancia se entretejen en Laura con las memorias de Dionisio: “Yo iba al negocio del papá de Tito Morales y me embriagaba el olor a cuadernos, lápices y gomas, a libros nuevos… me compraba revistas en lo de Bentata, D´Artanian, Corin Tellado, Colmillo y me quedaba leyendo, ¡¡me encantaba el romanticismo de Corin Tellado!! Papá me dejaba, pero no me permitía leer en la mesa, si me veía se enojaba. Pobre mi papá, trabajó tanto y no se pudo jubilar. Tenía 73 y veía que no podía lograr la jubilación después de más de 30 años de servicio, así que un día se enfermó y murió”, cuenta triste su hija.

Dionisio Fuentes

Pero su mente vuelve a cosas más alegres. Laura recuerda lo mucho que se divertían cuando era joven. “Iba  mucho al cine Lisboa, a los bailes y hacíamos asaltos, venían todos los amigos y la orquesta de Laponi, que tenía guitarra eléctrica” dice esta poeta allense. “Todos traían algo y compartíamos. También íbamos a los picnics de Estrella Polar, venía toda la familia y se bailaba con la orquesta de Perego. Lo más lindo eran los Carnavales. Nos juntábamos un grupo y nos disfrazábamos. Una vez nos disfrazamos, yo de Paturuzú y otros de Upa, Ezequiel, la Patora, mi hermano de Isidoro Cañones, fuimos al corso y ganamos el concurso. Recuerdo que uno de los organizadores era Bonfanti”.

También se acuerda de los miedos cuando salían, especialmente aquellas noches en la que la oscuridad se tragaba todo. Un miedo constante era el Chancho, ese “que decían que esperaba escondido en el puente, negro, como la noche, porque caminar por las calles era una boca de lobo, apenas unas lamparitas cada tanto” dice Laura para pintarnos lo tenebroso de  la escena. “También uno se asustaba con los cuentos que te contaba la gente, de muertos que tiraban al canal”, continúa y las historias de miedo fluyen  como si se las hubieran contado ayer, “con mis amigas hablábamos de esas cosas, del chico que lloraba… ese que decían que te lo podías encontrar y no tenías que mirarlo ni atenderlo porque era un diablo. También del viborón de Biló, de hacer cruces de sal para correr las tormentas. Yo las hago cuando veo que se viene una muy fuerte y la espantás. Yo he sentido cosas, te diré, sobrenaturales. Una vez  estaba sentada acá en casa mirando la tele y sentí el aroma de los estofados de mi padre y nadie estaba cocinando. Después un día olí un perfume, el de mi padre, que era ‘Tulipán azul’, el que usaba siempre, pero no había nadie, fue un minuto y se fue el aroma. Yo digo: seguro  que me viene a visitar y se va”.

Ver "El Chancho" Aqui

A los 18 años, Laura comenzó a trabajar en la fruta. Pero cuando no había trabajo se iban a Plaza Huincul. “Yo empecé tamañando frutas, después fui embaladora en la AFD, allí aprendí el oficio y después me fui a Fruti Valle”, nos cuenta. “Fui delegada cinco veces y siempre me elegían, pero yo me cansé un poco de eso. Cuando estaban los militares también me querían y yo dije ¿para qué? ¿Para pedir permiso para tomar agua? ¡¡Si es lo único que nos dejan hacer!!”, exclama Laura. “Trabajé 30 años y me jubilé”, continúa. “No fue facil jubilarme, recién en el 2002 lo logré, pero seguí trabajando en lo de Pennesi, porque si no  no comía. Me acuerdo que el patrón me decía ‘para qué te vas a jubilar’ y yo le decía que yo no me iba a pasar toda la vida trabajando, que también quería hacer mi vida”.

Su papá e incluso su abuelo al que recuerda “que hacía ranchos ajenos” han sido muy importantes en su vida, pero Laura no se casó. No quiso y ella dice que no está arrepentida: “tengo muchos amigos que vienen a visitarme, a charlar, nunca estoy sola, yo no salgo a visitar, todos vienen a verme”.

Así que el amor lo canalizó en los poemas:

“En las noches te recuerdo/ porque no quiero dormirme/ porque te sueño en mis sueños/ para no ponerme triste/ para no vivir pensando/ lo mucho que me quisiste/ y porque sé tú que me quieres/ y siempre me lo repites” (fragmento de “Tú”, 1983).

También dolores:

“Se marchó por un camino de verdes pardos/ echó a andar y su destino, le fue apretando los dientes/ le mostró la realidad de los que sufren hambre/ de los que no tienen nada, de los que tiene bastante/ de aquellos que nunca piden, y aquellos que no comparten/ de los que viven rogando para que el pan les alcance” (fragmento de “Caminante”, 2001).

Hizo tantos poemas que ya no recuerda el número y saca de un cajón y de otro, papeles, cuadernos, fotocopias. Con algunos escritos participó de concursos y ganó premios. A ella todo la motiva porque tiene muchos recuerdos. Y así nos enumera los pobladores que vivían en aquellos años 40 o 50, de los que “ya nadie se acuerda”: el taller de Gabaldón, la carnicería de Montero, la heladería de Merodio, la casa dela Sra de Diazzi, la panadería de Carosio,  el vasco Ateca y su camión, el famoso Cacho Cuello, los Oliver, el mercadito de Álvarez en el centro y la herrería de Muñoz, una de las más importante de la época. También: “el bar El Rincón, donde está hoy el Banco Nación, y que era de los parientes de los Morales y enfrente estaba el almacén de Mariano Sánchez, al que le decíamos Mariano “chancho”. En la esquina, la verdulería de Véspoli, los Arrieta, los Carril y de la Unter para allá, donde hay una casa muy bonita, vivía Romero. Cruzando la pasarela, y donde todos pedían fiado, estaba Rudecindo, que tenia un almacén en el barrio Norte”.

Equipo femenino de fútbol (campeonatos de los galpones de empaque): José Schomberger, Figueroa, Flores, Elena Quiñones, Ballejos, Gladis Rojas, Rosa Bustamante, Luisa Schomberger, Domingo Flisinger Marta Leal, Norma Cristobal, Laura Fuentes y Niní Gomez.

Saliendo un poco del pasado, si es que eso es posible, Laura hoy se reúne, a veces, con las compañeras del gremio, aunque reconoce que “somos más de mil pero no saben juntar al grupo, porque todo es un problema. La gente trae muchos problemas, hay mucho egoísmo, falta organización, no es como en otros lados. Nosotros queremos largar energía, nada más”.

¿Y sobre Allen hoy? ¿Qué piensa Laura, la poeta, la trabajadora, la ciudadana…? Nos lo dice a través de su poema:

Mi querido pueblo Allen

Mi pueblo está escondido, entre la sierra y el río;

Entre la sombra del tiempo, de su gente y del olvido.

Estamos involucrados, desde el día en que nacimos,

En darle empuje y coraje, acompañar su destino,

Pero la inercia del tiempo nos ubica en el abismo

De querer sobrevivir, de humillarnos, ser mezquinos;

¡¡Pero yo te quiero Pueblo!! Este es mi lugar y mi sitio.

Mi pueblo llora en silencio, sobre el sudor de los otros;

De los años ya pasados, y recuerdos dolorosos.

Aserraderos, galpones y obreros que laburaban,

La limpieza de canales, la poda, las empleadas,

y ese vecino contento porque tenía mañana;

¿Y el progreso no te afecta? “Mas bien, por aquí no pasa”;

¡No dejemos que esto sea una ilusión que se escapa!

¡Pueblo mío yo te quiero y esto me duele en el alma!

Llega el invierno y a todos, la angustia nos acorrala,

La indiferencia de siempre, que disfraza nuestra cara,

Tiene muecas de dolor, tiene gritos que se callan.

Los hijos de aquellos hijos, que abrieron grietas con palas,

Que sembraron con sus manos, que cosecharon manzanas,

Que construían un puente o sus calles o sus casas

Hoy quisieran que sus hijos no busquen tierras lejanas

“Cada pueblo tiene historia y el pasado la reclama”

Yo quisiera que mi pueblo, no quede tan marginado,

Que no se quede en el tiempo, en los sueños del pasado,

Si dejamos que otros vengan a llevarse la riqueza,

De las cosas que hay encima, de las cosas bajo tierra,

Entonces no hay dignidad, solo humillación y pena.

¡Pueblo mío yo te digo! Que tengo dolor ajeno

Por mis padres que se fueron, por su amor y sacrificio,

Y aquellos los que soñaron, con ver un “pueblo distinto”

 Laura Fuentes, 2001.

Laura cuando fue entrevistada en 2009, pertenecía al Club de Abuelos Trabajadores de la Fruta que estaba dentro del programa municipal para la tercera edad denominado Consejo del Adulto Mayor coordinado por Carolina Evangelista.

Entrevista de 2009 realizada por Graciela Vega. Texto María Langa

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