Mitos y leyendas: EL CHANCHO

Aún hoy, después de más de 50 años, H.A.M. dice que él lo vio a través del cerco de ligustros esa noche en que, desafiando el mandato familiar, decidió seguir jugando, solo, en el jardín de la chacra de la tía María. Por: Marta Tenebérculo.

-Era grandote, harapiento, llevaba colgadas unas bolsas y hacía un ruido así, como el de los chanchos. Yo lo vi, lo sentí, y salí disparado hasta la cocina donde todos estaban reunidos, pero a pesar de que el susto me hacía saltar el corazón por la boca, no dije nada. 

          La aparición de “El Chancho” en una chacra cercana al pueblo podía despertar algunas suspicacias porque por aquellos años la gente señalaba sus dominios en el Barrio Hospital, más precisamente en el extenso terreno que rodeaba al nosocomio y en la calle San Martín, la que estaba atravesada por un canal bordeado de una frondosa arboleda y que en las noches nubladas se convertía en una virtual “boca de lobo”, o, para ser más precisos, en “la boca del chancho”.

          ¿Quién vio efectivamente a “El Chancho”? Muchos de los que en esos tiempos eran muchachitos y hoy son abuelos dicen que escucharon sus resoplidos y sus pisadas en medio del viento, de los crujidos de las ramas de los árboles, de los chistidos de las lechuzas y del ruido chillón de la lámpara que cada 100 ó 150 metros se bamboleaba tratando de horadar, sin suerte, la negrura de la noche. Algunos confiesan que llegaron a sus casas mojados de sudor en pleno invierno y con una locomotora en el centro del pecho.

           ¿Cómo era? ”Un loco”- dicen unos. “Un monstruo, mitad hombre, mitad chancho”- dicen otros. “Un invento de alguien para divertirse con el miedo ajeno”- aventura alguien que, a la distancia, se muestra más racional.

Pero lo cierto es que para los muchachos del Barrio Hospital seguir los episodios que todos los martes a las nueve de la noche se proyectaban en el Cine Lisboa era un desafío de valientes. Más osados que Tom Mix, el Llanero Solitario o Flash Gordon se iban reuniendo en el Bar de Pires, que estaba al lado del Cine, y después de disfrutar de las aventuras de sus héroes en la pantalla y una vez que aparecía el “CONTINUARÁ” debían emprender la odisea del regreso, a la medianoche.

         Los diez o quince que semana a semana juntaban las monedas y el coraje necesarios, tomaban la calle Independencia –hoy Tomás Orell- y llegaban hasta la Bodega de Biló y de allí giraban por Italia hasta la San Martín. Iban recordando las acciones sobresalientes, riendo y hablando en voz alta, -una manera de conjurar el miedo y de que no se les notara la taquicardia- pero cuando se acercaban a la esquina de Quesnel, la esquina del Hospital, las voces y los oídos se afinaban al par que la marcha se hacía cada vez más rápida. El grupo se iba desmembrando a uno y otro lado del canalito y al llegar a la esquina de los Olazábal sólo quedaban cuatro o cinco que, vecinos entre sí, se recluían rápidamente en la tranquilidad del hogar. Y las madres suspiraban, aliviadas…

Marta Inés Tenebérculo

                                        

                                                                                                         

Aérea del Hospital y barrio, en 1970

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