Había una vez una manzana…

Esta historia puede ser una pequeña historia. Puede ser una historia que podemos relacionar con muchos hechos del pasado en que los bienes materiales e inmateriales se fueron perdiendo a la vista de todos y nos quedamos lamentando sin hacer nada para que no vuelva a suceder. O puede ser la historia de un hombre que, frente al olvido y la desidia, decidió actuar para recuperar lo que aún estaba en la memoria y el recuerdo de muchos allenses.

Foto de una postal de Allen propiedad de Carlos "Verdurita" Rodriguez.

En un día, como cualquiera, de 2010, Gustavo Iriarte fue a disfrutar de las bardas, al norte de la ciudad de Allen. Un día más en su vida dedicada a disfrutar de la naturaleza y de los bellos lugares que  Allen tiene en sus márgenes.

Después de atravesar los primeros kilómetros por el llamado “Sector de Maruca” donde viven muchos allenses en un estado de pobreza que ya no debería existir en este siglo y de esquivar tranqueras que nos impiden a los allenses disfrutar  de la bardas pues pertenecen a Impiccini, un privado, que entre gallos y medias noches, logró hacerse en los años 90 de tierra pública… Gustavo llegó a la zona del basural.

Su intensión era llegar a la defensa para pasar allí la tarde. Sin embargo, frenó en el basural al ver, entre la basura, algo muy grande, que sobresalía de los restos del basural. Al bajar y acercarse al objeto vio que era una manzana… la manzana, mejor dicho, aquella que estaba en su memoria y que no había olvidado.

Era 2010, año del Centenario de la Ciudad, un año en que distintos sectores públicos y privados organizaban eventos para recordar nuestros 100 años de historia. Gustavo sabía que, la manzana no hacía mucho tiempo que estaba ahí pues, como dijimos, era su costumbre recorrer aquellos lugares casi todos los fines de semana.

Gustavo cargó la manzana a su camioneta y la llevó a su taller. Allí la lavó e hizo este video del proceso. Este video circuló por distintos medios y provocó el interés de algunos.

Arregló la manzana, le soldó los agujeros que el tiempo había comido y, luego de invitar a quien quisiera hacerlo, la pintó, con la ayuda de su hijo Julián y sus compañeros de colegio quienes hoy dicen cuando la ven que fue obra de ellos que la manzana esté hoy nuevamente en su lugar. El acabado final estuvo a cargo de María Langa y Chelo Candia.

Durante la semana Gustavo fue a la entrada de Allen y, pincel en mano, pintó la “A” que se encuentra al ingreso de la ciudad. Ya entrada la noche de la pintura final de la manzana un grupo de amigos partieron con la manzana restaurada.

La subieron arriba de la “A”, lugar de donde nunca debió haber salido, y brindaron por la vuelta de aquel objeto tan querido y recordado por muchos allenses. No hubo actos, no hubo premios, nadie le dio una medalla ni ningún tipo de reconocimiento ni ayuda. Se comió un asado y brindó por la vuelta a casa de… la manzana.

Gustavo y Julián

Fue un acto de rebeldía.

Sucedió en el año del Centenario.

Fue un acto definitivo y que habla de muchas cosas. De lo que fuimos y dejamos de ser, de lo que decidieron algunos sin que importe la memoria colectiva de varias generaciones de allenses.  Ahí está ahora, disfrútenla como en los viejos tiempos…

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