Historia del amor y sus formas (Parte 2)

La historia del mundo ha sido escrita por hombres y habla sobre los hombres, sobre sus acciones, descendencias, enfrentamientos, etc. La mujer ingresa a la historia tradicional con él, en relación a él y crece su visibilización en la vida social y cotidiana, justamente por las cuestiones del amor la mujer ingresa a la historia... subrepticiamente, para definitivamente ser "vista".

Ya hacia finales del siglo XVIII se hablaba de “amor romántico”. Los vientos revolucionarios incorporaron otras miradas; el amor comenzó a ser “contado” al surgir la narración del romance, del encuentro entre dos donde dominaba el amor a primera vista, el amor espiritual, el afecto, pero siempre el matrimonio como corolario de las historias de amor. Se afianzaba así el modelo tradicional de familia, de “hogar” y la figura de la maternidad con todo un rol preestablecido.

Sin embargo, el orden social ya se había subvertido con la Revolución Francesa que instaló cambios defintivos en la mentalidad. Las nuevas ideas y propuestas que demandan libertades y derechos en el siglo XVIII se unen otras ideologías que, entre otras cosas, plantean la organización colectiva y consciente de la vida social y económica.

En el siglo XIX el socialismo y otras nuevas ideologías, ayudaron a que los sectores populares tengan voz. Este sector social tendrá nuevos espacios para reclamar y exigir, es un nuevo sector visible que ahora impulsa y se impulsa por principios de solidaridad.

La búsqueda de una sociedad igualitaria, con mayores libertades, trae también mujeres que buscan casarse por amor y, otras (las más osadas) se animan a enfrentar los convencionalismos impuestos por el modelo social tradicional.

De la película ‘Ni Dios, ni patrón, ni marido’ que narra los hechos que culminaron en la creación de La voz de la mujer, el periódico anarcofeminista desde el cual un grupo de pioneras bregaba por el amor libre, la igualdad de derechos y el fin de toda dominación. Buenos Aires a fines del siglo XIX.

El amor romántico continuaba afirmándose en la institución del matrimonio “para toda la vida”, en la división del trabajo entre los sexos y en un modelo de mujer incapaz de controlar sus emociones, dedicada a procrear y criar a sus hijos, que necesita al varón para sobrevivir. La sexualidad se circunscribió al matrimonio y la pasión quedó fuera del hogar (con la “querida” o la prostituta). En un mundo de hombres, la “doble moral burguesa” se institucionalizó y las Casas de Tolerancias se legalizaron definitivamente a comienzos de siglo XX. El desarrollo industrial impulsaba el “orden y progreso” por lo que el amor quedó atapado en normas y reglas de convivencia difíciles de evitar. La Inglaterra victoriana del siglo XIX fue romántica por excelencia pero estrechamente atada a inumerables convencionalismos. Esta etapa es el mejor ejemplo del inicio del amor separado de la sexualidad y de extremada rigidez moral.  Tal vez, el símbolo que mejor caracteriza el período es el corset, prenda de uso obligado en las mujeres.

“Mister Rushworth quedó, desde el primer instante, prendado de la belleza de miss Bertram; y, como se sentía inclinado al matrimonio, no puso obstáculos a su rápido enamoramiento. Era un joven insulso, sin más que sentido común; pero como ni en su figura ni en su porte había nada desagradable, la damisela quedó satisfecha de su conquista. Habiendo cumplido sus veintiún años, María Bertram empezaba a considerar el matrimonio como deber; y, como casándose con mister Rushworth gozaría de una renta superior a la de su padre y tendría casa asegurada en la ciudad, lo que constituía entonces su objetivo primordial, se le hizo evidente, por la misma fuerza de su obligación moral, que debía casarse con mister Rushworth… si podía” (Jane Austen en su novela Mansfield Park de 1814)  

Durante la “época victoriana”, un número creciente de novelas narran historias de amor, con ellas el romanticismo hace su entrada triunfal. Junto a la poesía, la novela va instalando, en el imaginario social, el amor como utopía de libertad, de felicidad y de sueños por venir (Eskenazi, S.). Al romanticismo decimonónico se suman nuevos ideales enmarcados en las transformaciones científicas y técnicas de finales de siglo XIX y comienzos del siglo XX.

La Primera Guerra Mundial y sus dramáticos efectos trajo los “felices años 20”, un período de expansión económica y especulación, en donde, las conductas se relajaron. El modelo de vida americano fue exportado por todo el mundo como paradigma de las libertades, de las posibilidades de enriquecimiento y el bienestar. Los valores del éxito, la iniciativa y el esfuerzo individual se trasladaron a las relaciones y al amor, aún bajo el papel predominante del varón. Igualmente fueron tiempos de cambios, en especial en algunos sectores femeninos minoritarios que adoptaron actitudes y comportamientos que reñían con el ideal virginal y ascético de mujer.

El mundo no podía pasar mucho tiempo en paz y la Segunda Guerra puso fin abruptamente a los “felices” años 20. Ya a comienzos de siglo XX había aparecido Freud y dicho un par de cosas con respecto al amor (y la tendencia humana hacia la guerra, como vemos en sus cartas a Einstein). Con Freud, ingresa la importancia de la sexualidad y el siglo XX avanza incorporando la palabra sexo en su vocabulario, dejando lentamente atrás, el escándalo, las críticas y de ser tabú por muchos años. Freud introduce el “amor de transferencia”, aquel que aparece durante el tratamiento psicoanalítico y describe “el fenómeno del ‘enamoramiento’.  Dice el psicoanalista este fenómeno no es igual al amor, sino una especie de "huracán que agita y se apodera del psiquismo” (Aguinis, M. 2007). La “libido” entra en escena y define a la unión sexual como la meta del amor en una pareja. Freud nos hace volver a los clásicos al introducir a Eros, con la “pulsión de amor” o la “libido”, los amados lograrán impulsar la existencia del universo.

Psicología de la Vida Amorosa

El amor supera todas las fronteras, intentamos definirlo pero parece un imposible. Entendemos que ha cambiado a través los tiempos, que ha ayudado a visibilizar a las mujeres, que es un sentimiento omnipresente en los seres humanos y que su análisis puede darnos pistas, no solo para comprenderlo como estado interno sino también como experiencia vivida en sociedad.

El amor es una fuente importante de conocimiento de las maneras en que los individuos entre si y en sociedad, se comunican.  Plantea cuestiones de género, de la impronta que el género ha dejado en la construcción de las identidades de hombres y mujeres. El amor tiene a la sexualidad una compañera no solo en la conformación y cambio de las identidades de género sino también en la interrelación entre las opciones y preferencias de las personas, y sus prácticas sexuales y amorosas concretas (Galarza Estaban, M. 2009)

En este sentido, el amor puede (y debe?) analizarse en “perspectiva de género” acercándonos a las relaciones de poder entre lo masculino y femenino, por un lado y entre las mujeres y los hombres por el otro. En esta perspectiva es interesante pensar que en la historia de los seres humanos (en el mundo occidental, que es desde donde se plantea este análisis) el sujeto simbólico del amor ha sido el hombre, mientras, la mujer, ha simbolizado a las mujeres cautivas y cautivadas por el amor. Pensar en esta perspectiva también nos propone pensar el amor patriarcal, el papel de la mujer en una historia plagada de sumisiones, es decir, en el amor es en la historia uno de los cimientos de opresión.

Nuestro entorno local está inserto en el contexto de la cultura occidental, la que ha condicionado los modos y las formas de amar. El patriarcado, fuertemente persistente en la región, aparece como la legitimación de la dominación masculina por sobre el género femenino. Si bien viene desde los comienzos de la humanidad como hemos visto, es bajo el sistema capitalista donde se transforma, encontrando nuevas formas de potenciarse.

 “El capitalismo y el patriarcado son aliados, ya que el patriarcado impone y exige un comportamiento y el capitalismo te “ofrece” la gama de productos para lograr ese objetivo de “ser una bella mujer”, que se maquilla, viste y actúa como objeto. Y sino se comporta de dicha manera, la marginación se hace presente. Y la mujer sufre el rechazo. El patriarcado se cristaliza en el machismo, y este a su vez está presente, en la revista rosada, y hasta que el fútbol no es para mujeres. Lo vemos cuando nos enteramos que las mujeres padecen de anorexia y bulimia. Lo notamos cuando los maquillajes y arreglos estéticos van en función de un querer ser bella para agradar al otro o la otra (…)Cómo es que el capitalismo se ha adentrado en las cosas cotidianas de l@s human@s, como por ejemplo, las relaciones de pareja y el dominio que en ellas se da. Las relaciones de poder íntimamente ligadas al patriarcado y capitalismo se han naturalizado, tomando el carácter de normalidad desde el interno y el externo social, quien decida romper con esas relaciones de poder será tratad@ como un@ desadaptad@ (…) Básicamente, el amor se ha transformado en una forma de concebir al otro como una propiedad “de”. Generando una dominación destructiva. Alterando la personalidad de la mujer o el hombre. Manipulando, exigiendo ciertas conductas para con quien es la pareja” (Colectivo Complicidad Rebelde, 2007)

Grabado del siglo XVII que muestra a una mujer sometida al tormento de la silla para ahogar por inmersión, método corriente de tortura para brujas y prostitutas en Inglaterra y Estados Unidos. La mujer era zambullida en el agua un número determinado de veces según la severidad de su supuesto crimen.

 El amor también debe analizarse desde una perspectiva cultural y antropológica, ya que es una puerta abierta para pensar y reflexionar el modelo amoroso culturalmente aceptado en la sociedad en que vivimos y que se somete a tabúes morales tradicionales.

A lo largo de nuestras vidas hemos adquirido conocimientos y comportamientos que nos acercan a las reglas de la sociedad para así integrarnos a ella. Este proceso de “socialización” nos estructura ideológicamente sustentando un determinado modelo de organización social. De esta manera, aprendemos cosas (¿consciente e inconscientemente?) que replicamos en nuestras prácticas cotidianas. Es nuestro “habitus”[1] el que nos permite dar las respuestas adecuadas frente a la sociedad a la que pertenecemos.  El habitus se aprende –se incorpora- mediante el cuerpo:

 "no se terminaría de enumerar los valores hechos cuerpo, por la transubstanciación que opera la persuasión clandestina de una pedagogía implícita, capaz de inculcar toda una cosmología, una ética, una metafísica, una política, a través de órdenes tan insignificantes como 'ponte derecho' o 'no cojas tu cuchillo con la mano izquierda' y de inscribir en los detalles en apariencia más insignificantes del porte, de la postura o de los modales corporales y verbales los principios fundamentales del arbitrario cultural, situados así fuera del alcance de la consciencia y de la explicitación (…) El cuerpo cree en lo que juega: llora si mima la tristeza. No representa lo que juega, no memoriza el pasado, él actúa el pasado, así anulado en cuanto tal, lo revive. Lo que se aprende por el cuerpo no es algo que se posee como un saber que se domina. Es lo que se es." (Bourdieu, P. 1980)

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 Las formas de amar, de actuar, de relacionarnos en el amor son parte del proceso de socialización, que, junto al patriarcado, con su aceptación e interiorización, vamos proyectando estereotipos e ideales sobre el otro. Somos las mujeres, especialmente, las que aceptamos discursos que nos degradan y cuyos significados pasan desapercibidos… todo en nombre… del amor…

¿Qué no hacemos en nombre del amor?.

No podemos evitar tener la certeza “de la incertidumbre” que tiene el amor como objeto de estudio, máxime cuando, por estos tiempos, se ha afianzado en los individuos la preocupación por ser amado más que en la propia capacidad de amar.

“De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor.  Para alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo permita el margen social de la propia posición.  Otro usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas por medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc. Existen otras formas de hacerse atractivo, que utilizan tanto los hombres como las mujeres, tales como tener modales agradables y conversación interesante, ser útil, modesto, inofensivo. Muchas de las formas de hacerse querer son iguales a las que se utilizan para alcanzar el éxito, para "ganar amigos a influir sobre la gente". (Fromm, E. 1956)

 Con todas estas ideas, iniciamos nuestro proyecto de investigación. Junto a los intereses de la historia social, intentaremos recortar el objeto de estudio en función del contexto local, preguntándonos, en definitiva, ¿cómo aman los allenses?

Lorenzo Ramasco, Elena Freyman e hijos

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Bibliografía:

Austen, J.:“Mansfield Park”. 1814 (e-book)

Berkin, S. y Rodríguez Morales, Z.: “El amor como vínculo social, discurso e historia: aproximaciones bibligráficas”. Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad. Vol. IV, N° 17, abril 2000.

Colectivo Complicidad Rebelde: Capitalismo, patriarcado y amor (Centro de Medios Independientes Santiago, 2007)

Eco, U.: “En la biblioteca del amor y la melancolía. De la enfermedad del amor”  (20008)

Eskenazi, S.: “El amor romántico, una mirada revolucionaria” (letraurbana.com 2011)

Ruiz, J.: “Libro de Buen Amor o de los cantares” (Siglo XIV)

Fromm, E. “EL ARTE DE AMAR”; 1956

García Dupont, E.: FREUD Y EL AMOR. Trabajo publicado en El Periódico del Simposio del Campo Freudiano N°5. En homenaje al 50° aniversario de la muerte de Sigmund Freud. Septiembre de 1989.

Galarza E.: “Identidades de género, feminismo, sexualidad y amor: Los cuerpos como agentes”. Política y Sociedad, 2009, Vol. 46 Núm. 1.

Tabori, P.: “Historia de la estupidez humana” (elaleph.com, 1999)


[1] El conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales los sujetos perciben el mundo y actúan en él (Bourdieu, P. 1979)

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