Lo Más Alto. Por Rabino.
Camperas rojas con mangas claras. Casilleros. Porristas. Bebederos. Autos alumbrando un monte donde una fogata calienta a un grupo de minas que van cantando a la par de la banda. Miran al cantante y le sonríen. Guiñan el ojo. Sonríen. Beben vino de una caja. Alguna pareja se desentiende y se va para el bosque. Como no es de terror volverán. Como no es porno la atención sigue con la banda. Aunque durante algunos momentos, en algunas canciones, parece aparecer la imagen de aquellos que se debaten en asamblea venérea. Se escucha una sirena. Todos corren. La banda. La banda es Más Bajo.
El secundario puede ser el mejor viaje, o un campo repleto de obstáculos y una verdadera pesadilla. Pero todo se repite y nadie, pero nadie, ha preguntado algo a sus profesores, que no entre dentro de las siguientes tipologías:
La pregunta pelotuda: Se pregunta algo que ya se sabe. Esto se hace porque alguien dijo que a los profesores les gusta que uno pregunte. O porque existen docentes que tienen un extraño pero incómodo sentido de la conversación, y dejan silencios que torturan a algunas almas nobles que se esfuerzan por equilibrar el universo, preguntando boludeces.
La pregunta cuya respuesta es imposible descubrir: Para esto se necesita las más de las veces un pequeño grado de inteligencia. Pero contradictoriamente un alto grado de boludismo también. Por lo que gracias a lo primero, son las menos utilizadas. Generalmente se preguntan hipótesis muy rebuscadas de tipo “profesor yo siempre me pregunté qué pasaría si se abre un agujero negro dentro de un agujero negro pero arrojado desde un tren hacia adelante a la misma velocidad que va el tren”, o “y si Marx hubiese sido francés profesora?”. Esto se pregunta porque queremos llamar la atención de alguien o de todos. Y se logra, todos se dan vuelta y miran pensando “qué tarado por favor”.
La pregunta cuya respuesta es inútil para los seres humanos: “Profesor se puede pensar en una filosofía del sujeto que evite recaer en su fin como un hito en su existencia?. – Sí se puede.”
Especulaba con que estos ciclos involucran todos los ámbitos. Y también el de las bandas de rock. En la secundaria hay rock. Y hay rock en nuestros queridos secundarios allenses. Asoman la cabeza el día del estudiante, o el día de la tradición, o el día del maestro. Pero se hacen fuertes y siguen afuera. La banda de rock del secundario es insoportable por definición. Está desfasada. Se escucha una música, que a duras penas se está aprendiendo a tocar, y que se pretende tocar que es lo más terrible. El ritmo vertiginoso de la industria de instrumentos musicales nacional, más el afortunado apoyo de papá y mamá hacen que una guitarra eléctrica que antes llegaba justo a tiempo con la estrategia y sentimiento para tocarla, llega ahora tempranamente. Los festivales y batallas de bandas han invadido los pasillos y salones de usos múltiples de los centros de educación media. El joven músico sube a escena, el miedo lo aterra y el micrófono acopla. El baterista toca bastante más rápido que en los ensayos, lo que provoca que en la segunda vuelta del tema deba parar y empezar nuevamente. El bajo no se escucha. El bajo nunca se escucha. Todas las bandas tienen temas en común. Las canciones rondan aquellas que suenan en la radio, salvo que alguna represente cierto dominio del instrumento. Pasa el primer minuto y todo es un quilombo. No se escucha nada, pero todas tus compañeras gritan. Sos Elvis. No no. Sos Jagger. No? No sos Jagger? No sabés quién es Mick Jagger? Sos Pity.
La cara para el solo fue ensayada contra el espejo. La cara de cuando la letra dice puta, o culo. “Muchas gracias loco… este tema, se lo dedicamos a los vagos de quinto segunda por el aguante, y a los chicos de Vómito Zatániko por los equipos y la zapatilla”. Qué buena época es el secundario. La búsqueda incesante de nuestra personalidad. A veces a favor vistiendo una remera. A veces en contra adoptando posturas antagónicas a la otra banda de pibes que se le animó al rock.Siempre hay una excepción a la regla. Pero tan rotundamente es distinta esta banda a todo aquello, que parece mentira que Gastón Marcialetti y compañía estén transitando por aquellos lugares de adolescencia y estudio. Más Bajo (+ Bajo), es la gran esperanza. Tanto lo son, que el primer bajista de la banda se alejó después de algunas reuniones donde se aclaró que el camino de la banda era un poco distinto y que requerían un poco más de esfuerzo por parte de todos. Al menos eso es lo que uno se enteraba después de ver que Paulo empezó a tocar con La Stónica (banda rolinga de por acá… qué esperaban? La Stónica Death Metal Técnico Progresivo?). Lo más extraño es que todo se hizo en buenos términos. Cosa que deberíamos aprender de estos muchachos. Ellos que van a aprender guitarra, bajo, batería con muchos de nosotros, en realidad nos enseñan. Mucho más que un acorde. La banda se quedó sin bajista al poco tiempo de haber tocado un par de veces. Pero los locos se consiguieron un bajo. Y se lo intercambiaban entre el guitarrista que hacía los solos, y Gastón, que además se hace cargo de la voz. La primera vez que los vi, fue en un cumpleaños de quince. Pero los pude apreciar en el reducto of da king arzer, en un recital donde fueron un trío. Tocaron algunas canciones festejadas por algunos pequeños. De bandas desconocidas para quienes alcanzamos a conocer al muñeco de Pinocho en la plaza o fuimos a acompañar a papá a buscar un traje a la Tintorería Ramos. Pero luego se animaron con Spaghetti del Rock, y con Héroes Anónimos. Y cuando ya parecía que no había posibilidades de mostrar más valor, Santiago, el baterista (que es pincha rata como yo) y el guitarrista/bajista se fueron a un costado, y Gastón se sentó, acomodó el micrófono y dijo algo como “esta es una canción que habla de las cosas que uno pierde, y no sabía valorar”. Lo que vino después fue un silencio estremecedor. Empezaron los acordes, y Lennon, bajó del cielo o subió del infierno más bajo, y le guiñó el ojo. Yo lo vi. Tenía sus lentes y era el Lennon de la remera de New York City. Se reía despacio sin hacer ruido y asentía con la cabeza. Sólo sacaba la vista del gringo para mirar con cara de orto a quienes hablaban mientras el artista se expresaba. Gastón tocó la guitarra y cantó una canción. Ése es el lugar más solitario del mundo. Unos pibes de por ahí que portaban credencial de rockero adolescente hablaban de costado y decían que no les gustaba eso que ese pibe hacía, esa música, pero que había que tener huevos. No hay que tener huevos. Hay que tener corazón. Mucho corazón. Ahí no hay pedales. Ahí no hay un choto. Fue por lejos una de las máximas expresiones musicales de los últimos años. Lo más alto. Más Bajo completo volvió a escena con temas de El Bordo. Santiago sonríe en cada final de canción que pifia. El bajista necesitará de una aspirina la mañana siguiente y probablemente no vuelva a beber por unas semanas. Gastón guarda su guitarra, se la cuelga como una mochila y se va caminando despacio. El padre lo ayuda con el equipo y ambos salen como agradecidos cómplices, y con la frente bien alto.
Afuera hace frío y el camino que les espera será inclemente. Habrá amantes y detractores. Pero creo que su piso es ya para muchos “consagrados”, un lejano techo.
Lennon fue tras ellos para preguntarles algo. O para hablar. Pero en el camino se cruzaron unos muchachos, los mismos que molestaban con susurros, (los mismos charlatanes de siempre), que le hablaron de covers, de guitarras, de Yoko, de los discos solistas de George, de estilos, de remeras, de Jimi, de los Rolling, de un pibe que escribe sobre recitales, de lo bien que les salen los temas de los Beatles hechos más pesados, de pedales de efectos y de la re mil puta que los parió. John me miró y se le borró la sonrisa. Puso cara de irremediable enojo y me culpó de todo con la vista, que mantuvo en mis ojos hasta que abrió la puerta. Los demás lo seguían, aunque ahora sin volumen en sus voces. No pude alcanzarlo. Yo estaba totalmente paralizado. Cuando cerró la puerta se escuchó a la par del portazo, un disparo. Tan certero. Tan certero que casi lloré. Pero me tocaron el hombro y cuando di la vuelta estaba ahí de nuevo. John Lennon miró al escenario. Las voces volvieron y el bullicio del local apareció de golpe. La mano dejó mi hombro y ahí mismo supe que estaba sólo de nuevo. Me pedí una cerveza. La bebí en silencio. Y caminé despacio a casa.
Buena vida.