Blanca y radiante… va la novia.
Fue aquella tarde en que vino don Pedro y me pidió el favor de ir al panteón familiar para hacerle unos arreglos. Recuerdo que estaban los pibes jugando en el patio y casi no escuchaba al pobre viejo, que apenas susurraba y, cada tanto, tocía.
Conocía al viejo desde que yo era muy chico, cuando aún vivíamos en su chacra y era el patrón de mi padre. Don Pedro, así le decía mi papá, con la “d” sonando fuerte e imponente. No solo mi padre le temía, todos y cada uno de los peones de la chacra cada vez que lo veían venir miraban para abajo e intentaban irse, como para escaparle.
Nadie le discutía al viejo, siempre parecía andar enojado, tenía zumbando a todos, más a los temporarios, esos pobres que vienen del norte todos los años a trabajar la pera y la manzana para después volverse a seguir recolectando las frutas cítricas en otras provincias. Siempre pobres, sin nada más que un atadito de ropa que metían en esas casuchas de barro que don Pedro le daba para vivir en los 2 o 3 meses en que duraba la cosecha. El “hotel de 5 estrellas”, como le decíamos nosotros, estaba lejos de la casa grande y era un poco peor que la casa nuestra, por lo menos teníamos más espacio y una letrina decente. A ellos los hacía cocinar en un viejo horno de barro, bañarse en la acequia y para las necesidades… al campo nomás. Don Pedro se enojaba con ellos día y noche, siempre tenía algo para reclamarle, más cuando refrescaba y estos le esquivaban al baño. No tenía paz el hombre, parecía que no descansaba nunca, donde veía a alguien mateando allá los mandaba a hacer algo, siempre había algo para hacer. Y estos tipos ni queja, le pagaba una miseria y hasta a veces no veían un mango en toda la quincena, por el poquito de dignidad que les daba el magro sueldo hacían de todo en la chacra. Eso sí, las compras las hacía el viejo, que iba al pueblo casi todos los días y traía lo mínimo para engañar la panza. Después se lo descontaba del sueldo, mi padre decía que se las cobraba el doble; hubo quien alguna vez se lo reclamó y don Pedro, enojado les dijo que la culpa era de ellos porque se lo pasaban pidiéndole cosas para escaparle al trabajo. El mate era su mayor enemigo, “se lo pasan mateando y no trabajan” les decía, “así el sueldo nunca les va alcanzar”.
Que jodido era el viejo… una vez hizo un recambio de álamos y los peones les pidieron un poco de leña para calentar agua o cocinar, no les dio ni un palo. Les dijo “si quieren leña, compren”. Ese día mientras talaban los álamos pasaron unos muchachos del pueblo pidiendo una changa así que el viejo los contrató. No los dejó parar ni para comerse un sanguche y cuando llegó la hora de pagarles el viejo les tiró dos mangos. Los muchachos se enojaron, no habían preguntado cuanto les iba a pagar pues confiaron que don Pedro era un hombre honesto… no conocían a don Pedro. Mi viejo escucho la discusión y pensó que seguro el viejo se las había mandado otra vez, por eso la gente del pueblo no querían trabajar con él. No estaban tan hambreados como los norteños así que discutieron un rato y se fueron sin cobrar un peso. Recuerdo que mi padre me contó que el viejo se reía porque los muchachos se fueron y le gritaron “Guárdeselo para comprar remedios, que le va hacer falta”. Don Pedro, entonces comentaba: “Mira vos a los vivos estos! Pa’ remedio? Capaz nomás!! Yo soy un fierro así que no necesito remedios y ellos por hacerse los vivos se fueron sin nada. Del pueblo tenían que ser!”. Así era el viejo, de todo sacaba tajada y no tenía remordimientos, él siempre repetía “Acá lo que pasa es que no quieren trabajar, eso es lo que pasa”.
Esa tarde que vino a mi casa lo vi mal, muy desmejorado. Ya tenía unos 87 pirulos y me dijo “me queda poco hilo, pibe”. Me dio los detalles del trabajo, había que ir al cementerio y agrandar el panteón familiar, pintarlo y ponerlo en condiciones para él. Ahí quería que lo pongan cuando se muera porque dijo “quiero estar al lado de ella”. Pensé, primero, que se refería a su esposa pero me acordé que doña Pura estaba vivita y coleando todavía, casi meto la pata pero alcancé a frenar mi comentario. No pregunté nada, escuche los detalles del trabajo, los materiales que me iba a traer para hacerlo. De cuanto me iba a pagar tampoco hablé, el viejo siempre pago lo que quiso.
Al otro día tempranito llegué al cementerio. El panteón familiar estaba casi a la entrada, era bastante grande como todos los que hay de las familias platudas del pueblo. Parecía una casita en miniatura, con puertas y ventanas con cortinitas. Aunque bastante deteriorada por fuera, adentro del panteón parecía que el tiempo se había detenido, no había casi polvo, las carpetas eran blanquísimas, los mármoles tenían cuadritos y placas. Busque ver cómo iba hacer más espacio para que entre el viejo y giré de pronto porque algo me llamó, una voz de mujer, suave y frágil. Estoy seguro que la escuche, “no es joda” le dije a mi mujer cuando le conté, y ahí la vi, en la foto, en el cuadro grande, al centro del estante de mármol. Una foto de una novia, en blanco y negro, una de esas medio opacas por los años y que parecen que los retratados están como flotando en medio de nubes. Pobre piba pensé, no debe tener ni 15 años.
Comencé a picar una parte, saque el material de sobra y arreglé un poco con cemento, todo ese día estuve en la tarea, me fui cuando anochecía, no soy cagón pero no es nada lindo que te agarre la noche en un cementerio. La verdad es que me sentía raro, mira que andar escuchando voces y esas cosas… por ahí el frío de junio me estaba engripando y pensé “no agarro más un laburo en un cementerio”.
Al otro día fui a lo de don Pedro a avisarle que había terminado. El viejo estaba afuera de la casa, atando unos trapos a la canilla del pozo. Me contó que perdía agua desde hace tiempo pero que no había encontrado a nadie que se la arreglara: “Estas cosas son tan viejas que ya no existen, así que no hay nadie que sepa cómo arreglarlas”, dijo. Le conté lo que había hecho, me preguntó cómo había quedado, le dije que para mi estaba bien pero que era mejor que fuera a verlo él y si faltaba algo que me avisara. Me pagó lo justo, mientras me contaba que andaba enfermo, que el médico no le encontraba nada pero que él sabía que algo tenía. Parece que quería hablar, así que me quedé a escucharlo un rato. Me contó de la chacra, del abandono en la que estaba, decía que ya no tenía sentido trabajarla pues no daba ganancias, que ya no había gente que trabajara como antes. Que alquilarla al fracking no quería porque se la desmontarían toda y encima no era buena plata. Además, que iba hacer con la vieja doña Pura, no parecía querer irse aún de este mundo.
En un momento, don Pedro me agarró del hombro, me llevó hacía los frutales con viejas espalderas, abandonados y me dijo: “Mira pibe, no hay nada ni nadie que me interese como para cuidarme, ya estoy viejo y es mejor irse con entereza que hecho una bolsa de huesos que no sirve para nada”. Le dije que no pensara así, que aún estaba bien y tenía muchos años por delante… “¿Y para qué?”, me dijo, “¿vos te crees que ella no tenía toda una vida por delante?”. Lo miré sorprendido y me dije: “¿De quién habla?”. El viejo siguió hablando, como divagando, explicándome que “ella” era una chica feliz, que era la alegría de la casa, que ayudaba a su madre en todo, que cantaba y que tenía una voz hermosa que él nunca jamás había vuelto a escuchar. Se quedó pensativo y en un momento me miró, triste y tembloroso, parecía que iba a llorar, pero no, don Pedro no lloraba me dije. Respiré profundo, me tome unos minutos para pensar la pregunta y le dije” Don Pedro ¿de quién me habla Ud.?. El viejo se sonrió y suspiró, sin responder. Quedamos un rato en silencio, escuchando los pájaros que volaban en bandada a guarecerse entre las copas de los árboles por la caída de la tarde. Miraba el cielo y si, tenía los ojos llorosos.
Me fui pedaleando lentamente y pensando. Dormí poco, di vueltas en la cama toda la noche así que mi esposa me preguntó en la mañana que me pasaba y le conté lo que me había dicho el viejo. “Andá a ver a tu tío Paco, el por ahí te va a saber decir de quien habla don Pedro”.
Llegue a la casa del Paco y ahí estaba, sentado como siempre con el mate amargo en la mano. Me saludó, agarró la pava y cebó un mate que revolvió con la bombilla como si fuera un guiso, me lo dio y me dijo “¿qué andas haciendo vos por acá?”. Le conté que el viejo me había contratado, el susto que me pegué en el cementerio y lo ocurrido en la casa de don Pedro. Me miró sorprendido y dijo “enserio no sabés?, la piba era su hija, la que murió muy jovencita… claro, vos eras muy pibe” y agregó, con bronca “Murió por culpa del viejo ese… pobrecita”. Culpa del viejo? Qué, la había matado?. Mi tío me miró sobrándome. “Bueno, no la mató pero es casi lo mismo” dijo y comenzó a contarme. Estela, la hija de don Pedro, tenía unos 18 años cuando la familia anunció su casamiento con el hijo de otro chacarero importante de la zona. Parece ser – dijo mi tío- que la piba andaba con otro, uno que había venido de afuera y al viejo no le gustaba, decían que era medio timbero y que le gustaba la joda. Fue la comidilla del pueblo el romance hasta que enterado el viejo se decidió a casarla como dios manda. Llegó el día de la boda pero ella no llegó nunca a la iglesia, la gente estuvo esperando un buen rato, más que nada porque don Pedro estaba como estatua en el atrio y daba miedo moverse para irse. A la hora y media, el viejo salió de la iglesia marcando el paso largo, se subió a la vieja cupé Ford y salió dejando un tierral en el aire. Los invitados igual no se movieron, era como que miraban una película y no se querían perder el final. A las dos horas y pico apareció un pariente, llegó pálido, hablo con doña Pura, que pegó un grito de horror y empezó a llorar de manera desconsolada.
Mi tío Paco se quedó en silencio, le dio una chupada larga al mate como a propósito, como para ponerme nervioso por la expectativa de saber el final. Y?, le dije, “podes creer? La pobre se había matado, che. La mortaja fue el vestido de novia. Ni muerta respetaron su decisión”.
Sentí algo de pena por el viejo, que se yo… los padres a veces nos equivocamos porque nadie nos enseña a ser padres. Se lo dije al tío y me miró, otra vez como sobrando: “¿Pena por ese viejo? No sabes nada pibe”.
Blanca y radiante va la novia le sigue atrás un novio amante y que al unir sus corazones harán morir mis ilusiones
Ante el altar esta llorando todos dirán que es de alegría dentro su alma esta gritando, Ave Maria
Mentirá también al decir que sí, Y al besar la cruz pedirá perdón, Y yo se que olvidar nunca podría, Que era yo aquel a quien quería.
Blanca y radiante valanovia, Le sigue atrás un novio amante, Y que al unir sus corazones, Hará morir desilusiones.
Ante el altar está llorando, Todos dirán que es de alegría, Dentro su alma está gritando, Ave María! Ave María!
(Antonio Prieto)