Antu y Cuyen, en el encuentro entre dos mundos

Uno de los hallazgos arqueológicos más sorprendentes de las últimas décadas en la Patagonia revela acerca de los primeros años de contacto entre los habitantes originarios y los conquistadores europeos. Diario Río Negro, 2014.

En el Newen Antug -llamado también Cerro Comandante Díaz, en la ladera oriental del valle de Lacar sobre el Cordón Chapaleco, en San Martín de los Andes, y antaño llamado Pocahullo ("muchas gaviotas") por sus pobladores originarios en idioma mapudzungum- arqueólogos de la Fundación Azara, el Área de Arqueología y Etnohistoria de la Municipalidad de San Martín de los Andes y la Universidad Maimónides realizaron trabajos de rescate arqueológico durante el año 2013 con resultados sorprendentes.

Las pistas ya eran sólidas, y conociendo las características singulares del registro arqueológico que afloraba en el lugar, se prepararon con muchas expectativas. Las personas del pasado pueden dejarnos testimonios de su vida, algunos a partir de estructuras monumentales, artefactos de fina manufactura, otros tal vez no tengan nada material más que sus propios huesos para dar testimonio de su paso por este mundo, pero todos dejamos algo.

En el Newen Antug fueron sepultados un número de individuos aun no determinado, pero los investigadores de la Fundación Azara se centraron en dos de ellos que conmemorativamente llamaremos Antu y Cuyen (Sol y Luna). ¿Cuál es la singularidad de su historia? Pues además de legarnos un registro muy bien conservado de su vida y su muerte, nos dan testimonio de un momento histórico poco conocido arqueológicamente en la Patagonia, y es el "contacto entre dos mundos".

Antu y Cuyen son adultos, que compartieron la tremenda experiencia de sobrevivir a las poderosas razias del poderío español durante su conquista del territorio indígena. Durante las primeras décadas del siglo XVI, caracterizado como Guerra a Muerte, los mariscales del Adelantado y Gobernador Pedro de Valdivia castigaban la rebelión armada (guerra) o pacifica como delitos de lesa majestad. Fue así como durante estos primeros contactos, los más tempranos entre los dos mundos, los nativos capturados en combate e incluso los poblados enteros que conspiran contra la Autoridad Real no asistiendo al trabajo forzado o negándose al pago de tributo al adelantado de turno, eran reunidos y mutilados en forma colectiva. Sus manos, narices y orejas formaban montículos de terror que materializaba el Poder Soberano, el castigo Real y de orden Divino.

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El propósito de estas amputaciones masivas era causar terror, ya que luego de liberados, esperaban que sobrevivan lo suficiente para mostrar o exhibir ante los demás nativos el precio de su rebeldía o desobediencia. Un poco de suerte, mucha medicina tradicional y el cuidado social y familiar hicieron que personas como Antu y Cuyen sobrevivieran a amputaciones en sus extremidades superiores, al menos. Pero desde entonces buscaron huir y refugiarse en el lugar más recóndito de su territorio habitual o potencial. Allí no habían riqueza en oro y plata para alentar a los codiciosos mercenarios, y por ende podían pasar desapercibidos, eran los parias, sobrevivientes que se mantuvieron aislados del contacto con el mundo colonial todo lo posible ya que su experiencia lo ameritaba. Vivieron en el Newen Antug, un lugar maravilloso donde con sus limitaciones físicas incluso, llevaron una vida plena, aunque siempre mirando hacia el occidente a la expectativa de que humos o improvisadas embarcaciones sobre el lago Lacar anunciaran la presencia de "los otros".

Las divisiones sexuales del trabajo parecen haberse perpetuado más a causa de sus castigos. Por ejemplo, Newen, quien fuera enterrada con un niño, tenía un suntuoso ajuar de alfarería modelada y pintada, molinos para procesar alimentos. Ella posiblemente cuidara y ayudara a sobrevivientes, ya que tenía todas sus extremidades. Antug, no lleva muchas marcas además de la aparente falta de su mano derecha, pero fue sepultado con delicadeza y su cuerpo adornado con almejas de agua dulce y ocre. Cuyen también fue adornada con ocre y almejas, pero además tenia aún su alisador de hueso de huemul en la cintura, y sobre su cabeza, un jarro y un puco de cerámica pintado de rojo, junto a un pequeño recipiente que resulto ser una jarra reciclada de tipo Valdivia. Ella cuidó mucho sus pertenencias, reparando y reciclándolas por ejemplo. Pero Cuyen además les dio a los arqueólogos una señal que hoy día los conmueve y obliga a ser interlocutores de su voz para contar su historia. A ella también le faltan sus extremidades superiores. Algo que podría ser arqueológicamente hablando un tema de supervivencia diferencial de las partes del cuerpo a los agentes naturales destructivos, o ser una práctica funeraria. Esto significaría que las amputaciones observadas podrían ser post mortem, como parte de un ritual que se desconoce. Sin embargo, cuando ella mostró su rostro, no quedaron dudas, no solo sus amputaciones fueron en vida, sino que además el cuerpo de Cuyen sufrió muchas alteraciones para poder sobrellevar una vida sin manos. Su maxilar se proyecto hacia delante ya que su boca sustituyo a sus manos; su dentición parece una verdadera navaja suiza especializando distintos sectores para sujetar, gastar, modelar y cortar. Incluso presenta separación o espacios entre molares y mandíbula que sugieren que llevaba cargas pesadas con su boca en forma habitual. Consecuencia de ello, sus cóndilos occipitales que articulan el cráneo con la columna vertebral están desviados y deformados, y varias de sus vértebras parecen haberse fusionado para soportar esa inusual relación entre equilibrio y peso. La vida de Cuyen no fue fácil. Al igual que Antug, creemos que fueron parte de estos sobrevivientes posteriormente automarginados, víctimas silenciosas de la forma en que el colonialismo español institucionalizó y materializó la base de su poder soberano durante las primeras décadas de su arribo.

Actualmente están por reiniciarse las excavaciones en el yacimiento Newen Antug, además de los estudios etnohistóricos, arqueológicos, bioantropológicos, genéticos y físico-químicos. Se espera saber más sobre ellos, en especial la relación entre las amputaciones en vida y la falta de objetos del mundo occidental, buscando confirmar con medios científicos y técnicos como dataciones absolutas, la correlación entre la vida y la muerte de estas personas y el sangriento periodo histórico que caracterizó a las segunda mitad del siglo XVI, nefasto para las poblaciones indígenas de la región, denominado Guerra a Muerte.

Las excavaciones del yacimiento Newen Antug son dirigidas por el arqueólogo Alberto E. Pérez, investigador de la Fundación Azara y Coordinador de Arqueología y Etnohistoria de la Municipalidad de San Martín de los Andes. Los trabajos fueron financiados por la Fundación Azara, el Área de Prehistoria de la Universidad de Burgos (España) y la Universidad Maimónides (Argentina), a través de dos subsidios consecutivos de la Agencia Española de Cooperación Internacional. Actualmente la Fundación Azara planea en los próximos meses iniciar la creación del Museo Arqueológico Andino-Norpatagónico "Newen Antug" en San Martín de los Andes. El objetivo de este museo será contar la historia a través del relato que en su cuerpo llevan escritos Antu y Cuyen. En suma, darle vos a aquellos sujetos subalternos del pasado para poder entender y respetar la historia de los actuales descendientes de estos hombres y mujeres, herederos de este rol subalterno, invisibilizados, sin historia o pasado que de testimonio de su presente y su futuro.

Los descubrimientos que investigadores de la Fundación Azara vienen realizando desde hace casi una década en la región están obligando a reescribir una buena parte de la historia de los habitantes originarios de esta región de la Patagonia.

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