El fracking deja en Argentina “zonas de sacrificio”

Desde hace unos cuatro años el sueño de El Dorado atrapó a Argentina, donde el gobierno ampara la explotación, a manos de YPF y trasnacionales como Chevron y Dow Chemical, con el método del fracking. Un recorrido de Proceso por el área productora Vaca Muerta revela los daños ambientales, la precariedad de las poblaciones que enmarcan la depredación, la impunidad y la advertencia de lugareños en el sentido de que habrá conflictos sociales y de que no permitirán que los muevan de sus tierras para consumar el saqueo en esa “zona de sacrificio”. Por Francisco Olaso para Proceso (agosto 2014).

NEUQUÉN/RÍO NEGRO, ARGENTINA.- El autobús deja atrás la ciudad de Neuquén y avanza hacia el noroeste por la Ruta Provincial 7. A ambos lados del trazado hay perales y manzanos que aún no han dado brote. El tránsito a las 10 de la mañana es intenso. De pronto acaban los frutales y la meseta patagónica irrumpe ante la mirada. Suelo ocre y seco. Vegetación rala. Inmensidad y cielo: 360 grados de horizonte.
La mayoría de los pasajeros en el autobús son hombres jóvenes y adultos. Llevan mochilas o bolsitas de trabajo. Son operarios de las compañías petroleras o de empresas que las proveen de personal temporario. Se dirigen hacia Añelo, un pueblo de 6 mil almas, a 100 kilómetros de Neuquén, capital de la provincia argentina del mismo nombre.
Añelo se ha convertido en trampolín de acceso a Vaca Muerta, el tercer yacimiento de petróleo y gas no convencionales en el mundo. La formación geológica abarca casi toda la provincia de Neuquén, el sur de Mendoza y el oeste de Río Negro. El gobierno argentino pretende recuperar a través de Vaca Muerta la independencia energética perdida en 2008. La petrolera de mayoría estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y trasnacionales como Chevron y Dow Chemical explotan el yacimiento.
“En Añelo está el progreso: Cada vez estamos bombeando más petróleo”, dice a Proceso Juan Vázquez a bordo del autobús. “El petróleo llega por cañerías, pasa por el calderín (caldera de combustión), de ahí al separador, donde se separan el gas, el petróleo y el agua”, explica este joven de 28 años quien trabaja para Petrogas. “Ahí bombeamos el petróleo hasta la cabecera, y se va a la destilería. El gas también. El agua con químicos es inyectada de nuevo para abajo”, relata.
En Vaca Muerta los hidrocarburos están difuminados entre las rocas del subsuelo. La explotación en estas formaciones geológicas poco permeables, llamadas esquistos bituminosos, consiste en realizar profundas perforaciones, primero horizontales y luego verticales, hasta la roca madre. Por ellas se inyectan a gran presión el agua con arena y una serie de aditivos químicos. Esto hace que la roca estalle, se fracture, y que el petróleo o el gas se liberen y asciendan a través del pozo.
El método de fractura hidráulica requiere enormes cantidades de agua y conlleva riesgo de contaminación de napas, suelos y aire. Varios Estados nacionales y provinciales en el mundo lo han prohibido o postergado hasta tener más claros sus efectos contra la salud y el medio ambiente.
“En realidad el fracking no implica un riesgo mayor que la explotación convencional para los niveles freáticos (acuíferos), mucho menos con la profundidad a la que se encuentra Vaca Muerta”, escribe en frackingargentina.org el geólogo Ernesto Gallegos en apoyo a la política energética del gobierno.
“A 3 mil 100 metros de profundidad, que es donde se hace esta actividad, es muy difícil que se contaminen las napas en esta zona”, dice a Proceso Darío Díaz, durante años empleado petrolero, hoy alcalde de Añelo. Su preocupación actual pasa por guiar las acciones que conviertan al pueblo en ciudad en pocos años.
La carencia de infraestructura en Añelo es notoria. El tendido de servicios de agua corriente, electricidad, gas y cloacas es insuficiente. No hay asfalto y sobra el polvo. Algunos barrios son caseríos precarios. En el casco céntrico existen unos pocos comercios, dos restaurantes, una gasolinera. El centro de salud no da abasto. La escuela no puede albergar a todos los alumnos. Los planes de vivienda se encuentran en estado germinal. Por un alquiler se pagan precios más altos que en Buenos Aires. Las empresas petroleras alquilan terrenos donde emplazan tráileres, módulos con forma de container, que sirven de casas y oficinas a sus empleados.
“Se han disparado los valores inmobiliarios porque no hay espacios generados; entonces te agarra un crecimiento tan fuerte, tan violento… y no te da el tiempo suficiente para que el sector privado o el Estado puedan llegar con los servicios y mayor oferta ante la gran demanda”, lamenta Díaz.
La Ruta Provincial 7 atraviesa el caserío. Su tránsito se compone mayormente de flamantes camionetas 4×4, modernos vehículos utilitarios que llevan empleados de las petroleras, camiones de transporte de combustible. La población local, por el contrario, es en su mayoría pobre.
“Desde el marketing han vendido bien a Vaca Muerta, pero si hablamos de un gran proyecto energético nacional no nos podemos olvidar de los pueblos, y muchas veces te sentís olvidado”, manifiesta Díaz. “Este es un proyecto de todos los argentinos, y si no dotamos a este pueblo de infraestructura básica, se van a empezar a generar conflictos sociales”, advierte.
En nuestro recorrido, de hecho, un grupo de desocupados cortó durante algunas horas la ruta entre Neuquén y Añelo. “Son 5 mil operarios que no llegan a sus puestos, una actividad que se frena, millones de dólares que se pierden”, señala el alcalde.
Sostiene, por último, que en Añelo no hay comunidades indígenas, sino algunas familias indígenas que “pretenden hacerse comunidad para ganar territorio”.
Mapuches
El hermoso páramo de la Patagonia es bastante más que un buen motivo fotográfico cuando Albino Campo se refiere a él. “Esta tierra es todo para nosotros”, confía a Proceso este hombre, lonko (líder) de la comunidad Campo Maripe, ubicada a ocho kilómetros de Añelo.
“No sólo la tierra –agrega Albino Campo–: también el agua, el aire, los nehuenes (energías de la naturaleza que protegen a los mapuches). Esto significa todo para la comunidad. Esto es vida para nosotros.”
Albino Campo muestra los documentos de él y su familia que acreditan el nacimiento en ese lugar. Son 10 mil hectáreas las que reivindican como territorio ancestral de vida y pastoreo de cabras, ovejas, caballos y vacas.
Para obtener el reconocimiento legal de la provincia de Neuquén como comunidad deben acceder primero a la personería jurídica. Muchos mapuches, originarios de la zona, vivían hasta hace tres o cuatro años en Añelo. Pero regresaron tras el anuncio del descubrimiento de Vaca Muerta en 2010, cuando estalló la venta o adjudicación de estos terrenos a terceros.
“Nacimos, nos criamos acá y vamos a morir acá”, expresa Albino Campo con tono firme y voz pausada. “Si nos tienen que matar en nuestro territorio, nos van a matar, pero de acá no nos mueven”, adelanta.
Desde la casa donde vive con su familia pueden verse, a un kilómetro y medio, en el horizonte delineado sobre la meseta, varias torres de perforación. Una más está a sólo 500 metros. “Llegan, entran, no te piden ni permiso, hacen lo que quieren”, afirma Campo. “El gobierno de Neuquén dice que esta tierra es de la Provincia, nos trata de usurpadores –cuenta–. Yo pienso que los usurpadores son ellos, las empresas son estadunidenses, nosotros siempre vivimos acá y ya no sabemos si vienen a hacerte un pozo dentro de tu casa”.
Por estos días se vuelve difícil dormir en la zona. “Se mueve la tierra, es la onda expansiva del fracking, ¡boom!, es lo mismo que cuando se usa dinamita, como si temblara todo”, describe Campo.
Una caminata por la meseta revela la intensa actividad de fracking que se desarrolla en las locaciones. En terrenos de 200 por 200 metros se aplana la tierra y se instalan una o dos torres de perforación, el equipamiento de extracción necesario, los módulos donde trabajan y viven los operarios 15 días para luego tener siete días de franco. Aquí y allá se ven las altas llamas de color naranja que emanan de los caños por los que se “ventea” el gas hacia la atmósfera.
Fruta y fracking
Allen es una ciudad de 27 mil habitantes situada en el Alto Valle, en la Provincia de Río Negro. El casco urbano está rodeado por enormes plantaciones de perales y manzanos. Dicha actividad económica prevalece aquí desde mediados del siglo pasado. A partir de 2010 la petrolera Apache comenzó a explotar gas no convencional mediante la fractura hidráulica. Las torres se encuentran en locaciones iguales a las que se ven en la meseta patagónica cerca de Añelo. Aquí, sin embargo, hay alrededor frutales.
“Yo lo veo como el golpe final al Alto Valle de Río Negro, producto de un plan que viene por lo menos desde comienzos del presente siglo para que esta región se transforme en ‘zona de sacrificio’, o de cambio de matriz productiva”, manifiesta a Proceso la historiadora Graciela Vega.
La alcaldesa de Allen, Sabina Costa, del Frente para la Victoria –partido de la presidenta Cristina Fernández–, apoya la actividad petrolera. Las compañías han costeado los trabajos de pintura del hospital público. Ponen su publicidad en las radios de la ciudad, que en un primer momento, cuatro años atrás, habían abierto el aire a todas las expresiones críticas. El mundo petrolero impacta en toda la zona.
“Hay una fuerte presión por el aumento de los alquileres, hay un boom inmobiliario, todo se encarece”, continúa Vega. “Es decir, la problemática típica de las zonas petroleras: El costo de vida sube; crecen el juego y la droga, la prostitución y la trata”.
Un traslado en coche con Alfredo Svampa por la zona de chacras (huertos) da la pauta del cambio que se opera. De una lucidez y agilidad sorprendentes para sus 81 años, Svampa llega hasta una locación de explotación de gas no convencional en las afueras de Allen. La planta –cercada con acero grueso y alambre de púas– se halla en medio de la huerta de su familia. El sitio fue alquilado a la petrolera de manera inconsulta por un familiar. La plantación cambió totalmente desde entonces.
“Lo hacen siempre de noche, a horas en las que la gente duerme”, refiere Alfredo Svampa a Proceso. “Cuando hacen fracking, se eleva una especie de neblina y se siente un olor nauseabundo”.
En la hectárea y media de locación en la que hasta hace cuatro años había perales hoy se observan una enorme grúa, la planta colectora de petróleo y gas, ocho automotores con tanques de agua de 80 mil litros, y otro enorme vehículo blanco donde se mezclan el agua, los químicos y la arena que se inyectan por el pozo. Para este fin existen además aquí cinco camiones compresores rojos.
La empresa Yacimientos del Sur (antes Apache) tiene cinco locaciones entre los perales. Se trata de pequeños productores, necesitados, que ceden ante ofertas irrisorias, de unos 20 mil dólares de alquiler por año.
“Ningún productor se enriqueció por haber tenido perforaciones en su plantación”, refiere Alfredo Svampa. “Nosotros somos como el pato cojo, presa fácil de atrapar. Las petroleras se enriquecen y nosotros, que tenemos esa riqueza debajo de nuestro suelo, seguimos aguantando, no nos cambia la vida”.
Alfredo es padre de la doctora en sociología Maristella Svampa, estudiosa de la problemática del fracking. “Hay una visión Eldoradista en Argentina, la creencia en una salida rápida, que enriquecerá al país y lo llevará a ser una potencia energética mundial”, plantea Maristella a Proceso por correo electrónico desde Buenos Aires. “La realidad es mucho más complicada. Seguramente pasarán muchos años antes de que Argentina llegue a la autosuficiencia energética, si es que obtiene las inversiones de capital que requiere.

“Por otro lado –añade–, Argentina se va a convertir en un laboratorio a cielo abierto de una técnica muy controvertida a nivel global, y, mucho más, en un contexto donde no existen controles por parte del Estado. La impunidad con la que se manejan las empresas es total”, concluye.

De SME Resistencia Cuernavaca

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