Historia del amor y sus formas (Parte 1)

El amor es uno de los temas que moviliza a los seres humanos, un sentimiento que, junto a otros, para muchos necesita explicación. Casi nadie puede resistirse a vivir, contar, escuchar, pintar o cantar una historia de amor. Antes de contarles nuestra propuesta, veamos el derrotero histórico del amor, este sentimiento tan omnipresente y masivamente invocado por los seres humanos a través de los tiempos.  

Busca mujer hermosa, atractiva y lozana,

Que no sea muy alta, pero tampoco enana;

Si pudieres, no quieras amar mujer villana,

Pues de amor nada sabe, palurda y chabacana.

(Juan Ruiz, Libro de Buen Amor o de los cantares, siglo XIV).

Fueron los griegos quienes primero nos legaron algunos códigos para analizar el amor en sus múltiples formas. Para entender el mundo y darle sentido, los griegos crearon dioses a su imagen y semejanza, con sus pasiones, virtudes, defectos, etc. Afrodita era la diosa del amor para los griegos (luego, para los romanos, será Venus) pero también de la lujuria, la belleza, la sexualidad y la reproducción.  Entre muchos relatos que la incluyen es interesante encontrar pasiones que nos acercan a un mundo que tiene mucho en común con el nuestro. Por ejemplo, en los relatos mitológicos, Afrodita comete todos los “pecados”[1] que hombres y mujeres cometen por amor. No vamos a contar la extensa historia de esta diosa pero sí recordar que ella vive una vida en que las distintas formas de amor y pasión están presentes. Claro está, en sus historias no hay amor romántico, tal como lo entendemos (o tratamos de entenderlo) los occidentales.

Conocida como la Venus de Milos (por una de las islas Cícladas en donde se la descubrió) la escultura debería denominarse Afrodita por ser una obra cumbre del arte griego griega

El romanticismo, una forma de amor que llegó  asociada al cristianismo, impregnó finalmente las formas y los modos de amar de los seres humanos. Seguramente, griegos y romanos en algún momento de sus agitadas vidas tuvieron un lugar para ese sentimiento pero de ellos solo sabemos que, para sus dioses, en cuestiones de amor, los extremos eran la regla.

A medida que avanza el cristianismo por Europa, occidente desarrolla nuevos códigos, que los diferencia definitivamente del mundo clásico. Los tiempos medievales se debaten entre la razón y la superstición, y el amor no fue ajeno a esa batalla. Umberto Eco, un especializado analista del Medioevo, nos dice que en aquellos tiempos, el amor era definido como una enfermedad rebelde que el paciente no quiere curar aunque sufra sus síntomas: jubilo excesivo, desasosiego, confusión… Impedirle al enamorado contemplar el ser amado hace caer al amante en un estado de abatimiento que a menudo lo obliga a guardar cama (…) a veces el mal ataca el cerebro, y entonces el amante enloquece y delira. Leí con aprensión que, si el mal se agrava, puede resultar fatal”.  Eco nos revela que en el Liber Continens (enciclopedia de medicina), se identifica a la melancolía amorosa con la licantropía, en la que el enamorado se comporta como un lobo: “Primero se altera el aspecto de los amantes, la vista se debilita, los ojos se hunden y quedan sin lágrimas, la lengua se va secando y se cubre de pústulas, el cuerpo se marchita y padecen de una sed insaciable. Pasan el día tendidos en el lecho, boca abajo, con el rostro y los tobillos cubiertos de marcas, y por último, terminan sus días vagando por los cementerios, de noche, como lobos”.

Lentamente, el mundo occidental va visibilizando a la mujer, la que logra más “espacio” en la vida social y, con ella, emergen nuevos temas que la relacionan con el amor, especialmente, con la institución del matrimonio. Originalmente el amor y el sexo no eran condición necesaria para el matrimonio (de allí que la prostitución existiera sin entrar en contradicción con la vida de una pareja de casados) pues la unión matrimonial entre dos personas de distinto sexo era un verdadero contrato de partes cuyo factor determinante era la subsistencia según los distintos niveles sociales. Por ejemplo, para los sectores populares el matrimonio era la forma de organizar el trabajo agrícola ya una esposa e hijos ayudarían en la cosecha y en las actividades domésticas. Los más acaudalados, en cambio, tenían una suma de razones a tener en cuenta a la hora de casarse, incluían cuestiones diversas como el linaje pero en definitiva también lo económico era lo fundamental, no por nada el padre de la novia, por más abolengo que tuviera la muchacha, debía aportar una dote. Para hacer un matrimonio conveniente, en general, en ambos casos el amor nada tenía que ver. Sin embargo, han quedado algunas historias de casos donde hubo alguna forma de amor. Por otra parte, los hombres tenían libertad sexual, libertades que generalmente estaban, fuera del matrimonio. Allí entraba la prostituta, que como se dice vulgarmente, era aquella mujer que ejercía “la profesión más antigua del mundo”.

Tal vez, por tanta falta de amor en la unión matrimonial, nació el amor “galante”. Un amor que un caballero profesaba, sin tocar nunca (¿nunca?) a su dama (casada con otro y que seguramente tampoco la tocaba mucho) y la hacía objeto de poemas de amor y actos de honor.

“El caballero se comprometía a servidumbre; la mujer, en cambio, no tenía ninguna obligación (…) Todo lo que el caballero hacía, ya se tratase de participar en un torneo o de intervenir en una cruzada, lo hacía en nombre de su dama, y por su gloria y bajo sus órdenes (…) Pero, ¿para qué querían las damas esa adoración? Quizás por la sencilla razón de que se trataba de un galanteo... en lo que a ellas respecta, un galanteo carente de pasión y de sentimiento. Así como el caballero necesitaba a la dama, ella necesitaba esta excitación de las emociones y de los sentidos, para llevar un poco de color a su vida monótona” (Tabori, P.1999)

[youtube IgSKubE0Kjc]


[1]  El pecado es un concepto cristiano, en el mundo griego lo más cercano a la idea de pecado era hamartia: ‘fallo de la meta, no dar en el blanco’. Aludía al concepto de vivir al margen de lo esencial debido a una actitud errónea no consciente. En el mundo cristiano primitivamente el pecado significaba "olvido" o "dejar de lado", más tarde el pecado significaría “ofensa a Dios” y  de acuerdo a lo señalado en el Catecismo católico (1848), el pecado es "una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como ‘una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna’ (S. Agustín, Faust. 22, 27; S. Tomás de A., s. th., 1-2, 71, 6)". http://ec.aciprensa.com/p/pecado.htm

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