«Soy del mejor siglo, del XX»
Al preguntarle su edad Emilia Genga nos dice: “Yo soy del mejor siglo, del XX”. Emilia y Maria Luisa son dos hermanas, hijas de Santos Juan Genga y María Maggi. Pertenecen a una familia de cuatro hermanos, dos varones y dos mujeres: ellas son las mayores. Son dos “muchachas” que atraviesan el nuevo siglo con lucidez y con una actitud crítica envidiable. Pasaron sus tiempos de juventud jugando en los canales que atravesaban la ciudad, “desde Brunetti hasta la calle Libertad y la Avenida Roca”, indican las hermanas. Cazaban renacuajos y corrían en bicicletas “con ruedas Michelin, decíamos, como en la propaganda”. No jugaban juegos de nenas, porque “nosotras no éramos muy muñequeras”. Sus diversiones eran el básquet, el tenis, patinar, andar a caballo y -por supuesto- no tardaron en ser identificadas como ‘machonas’, como dicen ellas, un término que por aquellos tiempos designaba a las niñas que no se entretenían con juegos destinados a su género. Entrevista de 2009
Entre muchos recuerdos, cuentan divertidas haber hecho una huelga cuando tenían unos 10 años porque “nos querían sacar la directora”de la Escuela que luego será la 23. La señorita Barrionuevo era “una gran mujer” y no estaban dispuestas a que se fuera. Los diarios se hicieron eco de aquella manifestación y salieron a las calles de la ciudad con toda la escuela. Mientras cantaban sus deseos, los panaderos les daban bollitos. Pero al final, “Fuimos censuradas…y la sacaron nomás”.
Ya más grandecitas eran fanáticas de “las novelas por radio… ‘Chispazos de tradición’, por ejemplo”. Por aquellos años se escuchaba Radio Splendid por intermedio de la estación LU5 Neuquén, donde además se presentaban orquestas en vivo. Colaboraban en la casa y en el tiempo libre iban a bailar al Salón Municipal y a los “Tes Danzantes” que realizaba el Hotel España, a donde iban en grupo. A veces al llegar la hora de cenar, “don Antonio Alonso le decía a mamá: ¿por qué no se lleva a las chicas? Si no no voy a poder dar la cena a los huéspedes del hotel”.
A Emilia no le gustaba bailar, la mamá la hacía ir “a la fuerza” dice María Luisa, a quien sí le gustaba bailar y –especialmente- ir a esos bailes organizados por ‘Las tejedoras’, ese grupo de señoras que tejían “para la caridad”. En aquellos bailes venía gente “de otros lados y todos íbamos vestidos como la gente, no como ahora que no se arreglan, ni bailan con hombres, sino entre ellas. Yo no entiendo este sistema”, dice Emilia, algo fastidiada.
María Luisa no oculta lo mucho que le gustaban las fiestas e ir a bailar con muchachos “pero que bailaran bien” y si eran lindos... mejor. “A mí el que me sacara a bailar tenía que tener los zapatos lustrados, porque yo lo primero que miraba eran los zapatos” dice Emilia, mostrando su faceta crítica. María Luisa la mira y sonríe, “mamá le llamaba la atención, ya que los dejaba esperando al lado, sin darles bolilla”.
Pero a pesar de todo fue en un baile cuando Emilia conoció a su marido, un gran bailarín de traje blanco “que venía de otro lado”. La mamá se lo indicó para que lo viera bailar y ella le dijo “si te gusta eso…”. “Bailaba hermoso” acota María Luisa. La sacó a bailar pero no aceptó y por supuesto vino “la reprimenda” de mamá. Un nuevo baile en la Sociedad Española de Cipolletti los volvió a juntar, pero tampoco pasó nada.
A este buen bailarín de traje blanco le costó seducir a Emilia. “A todas les gustaba este hombre”, dice la que sería su futura esposa. Él insistió tanto que finalmente aceptó el noviazgo, aunque no recuerda cómo fue. “Estuvo a punto de casarse, pero lo largó” recuerda María Luisa. Emilia, en realidad, no quería casarse, “nunca me interesó el asunto pero acá te decían todos cómo vas a estar sola, cómo te vas a quedar así… y entonces dije ‘vamos a probar esto’”.
Él era sanjuanino, pero venía de Buenos Aires, era visitador médico (representaba al Sanatorio Rawson) y había venido a la zona a hacer nuevos socios. Emilia tenía 25 años cuando Ricardo le propuso matrimonio, ella le dijo: “Tenés que avisarles a tus padres”, pero él preguntó, “¿Para qué, qué tienen que ver?”. Frente a esa respuesta Emilia dijo que no. “¿Por qué ir de contramano? Le avisas a tus padres o aquí terminamos”. Y el noviazgo terminó.
Después de un año, un día de agosto en que María Luisa estaba en un “Té danzante” al que Emilia no había ido porque tenía sabañones, algo muy común en aquellos tiempos, recuerdan ambas y se preguntan ¿por qué ya no existen en estos tiempos? Con los pies en el agua estaba Emilia cuando escuchó el timbre. Lo primero que se le ocurrió fue: “Es Ricardo”. Entonces le dijo a su mamá que si era él no quería saber nada, “aquí no entra, aquí no pasa, eh!”, dijo terminante. Después de un rato, al volver su mamá, Emilia la increpó: “¿Qué hacías, no me vas a decir que te quedaste tomando fresco en la noche?” La madre le contó que era Ricardo y que quería hablarle, pero ella se negó. Y se negó durante un mes, a tal punto de no salir de su casa para no encontrarlo. Hasta que un día pensó: “No puede ser esta vida”, así que se fue de compras a la Tienda del Buen Trato. Él, que merodeaba la zona, la paró y le dijo que tenían que hablar. Ese día no aceptó, “creo que le dije muchas cosas, porque yo me pongo loca y no sé todo lo que le dije”, pero otro día logró que lo acompañara al Club Social y allí le explicó: Ricardo era judío. “¡Ese era el problema que tenía, por eso no les quería decir a los padres! Eran rusos, de Odessa, sus padres vinieron escapando… (ver aquí). Entonces, a mí ahí, me afloró la rebeldía: ‘ahora le digo que sí y los reviento a todos, a él y a todos’, eso fue lo que pensé”, ríe pícara. Todos supieron por qué se iba a casar, incluso el novio. Emilia tomó la decisión de casarse porque “un tipo que engaña así, de esa forma, merece un castigo, piba”, sentenció.
Así fue que se casó, no sin antes establecer ciertas exigencias: “ahora nos arreglamos y nos casamos en poco tiempo”. Conoció a los padres al año siguiente, y Emilia asegura que “tenía que ver cómo me recibían, tenía que ver qué iba a hacer yo, porque a mí se me ocurren las cosas y las hago. Pero fue de diez, mi suegra llegó a decir a otras personas que yo era mejor que su hijo. Toda la familia era gente buena; fijate que después de cuarenta y tres años de viuda seguimos en contacto”.
Después de contarnos su historia de “amor”, Emilia recuerda que una tía de su marido le preguntó qué le decía a Ricardo cuando se enojaba con él. “Nada, yo cuando me enojo discuto el punto de por qué estoy enojada” respondió Emilia, sin entender. “¿No me va a decir que no le dice ‘judío de mierda’?” insistió la mujer. Emilia le respondió: “la verdad, nunca se me ocurrió… ¡mira que he discutido! Me gusta discutir las cosas, porque las cosas hay que decirlas de frente, para mí es así, otra manera de vivir no hay”.
Por su parte, María Luisa nos dice “mi vida es sencillita, sencillita” y después de una breve charla de hijos y nietos recuerda que “hoy casarse es una exigencia muy grande. Hay que tener la casa puesta… que la heladera, que si aquello, que si lo otro, y antes no se pensaba así… Ahora es exagerado, estamos cada vez mas ambiciosos y cada vez pedimos más, no nos conformamos con nada, porque si aquel tiene algo… por qué no lo voy a tener yo”. María Luisa se casó y poca fue la ayuda de los padres de la pareja. En aquellos tiempos había buenos préstamos de los bancos y así pudo tener su casa. Su marido Diositeo era socio de Antonio, Abundio y Nides Fernández, tenía uno de los más famosos almacenes de ramos generales de la ciudad. María Luisa lo conoció en un baile y –paradójicamente- a él no le gustaba bailar.
Hoy en día, ella sigue siendo una gran tejedora y recuerda su vida sin sobresaltos, salvo por una terrible enfermedad que la tuvo al borde de la muerte. En Buenos Aires en el Hospital Francés unos médicos ingleses la operaron y salvaron su vida. Tenía tan sólo 12 años. Después de esa experiencia, María Luisa dice no tenerle miedo a nada, “mi hermana dice que tengo sangre de pato”, agrega.
De Allen lo que más le gusta es que “no ha cambiado mucho, a Dios gracias”, si no ya se hubiera ido a la cordillera, “no me gusta la ciudad”. El problema para ella es que “acá son nariz respingada”. No sabe por qué, nos dice, “pero siempre fue así… en los libros ponen los que se han creído que son mejores, superiores. Cuando inauguraron el Club Social a nosotras no nos invitaron, cuando se estaba fundiendo ahí si nos vinieron a buscar… pero a nosotros no nos importaba… no nos importaba ir a bailar con esa gente”.
Entre algunas preocupaciones, María Luisa lamenta el poco interés por el estudio de los jóvenes. “Me dan lástima”, asegura y recuerda que alguna vez charlando con un nieto de Emilia ella le decía que estudie y él le contestó “¿para qué?”. Esa respuesta la llevó a pensar “¿no tendrá razón? Si total después todos nos vamos, ¿no tendrán razón? ¿Para qué?”.
Durante la entrevista a estas dos hermosas muchachas, los hombres parecen ausentes. Sus relatos giran en torno a ellos, pero las protagonistas son ellas. A través de sus palabras fueron atravesando el siglo del que se sienten verdaderas representantes. En Emilia tal vez el hecho de enviudar temprano y acceder al mundo del trabajo le permitió la autonomía e independencia anhelada en sus años mozos.
María Luisa, en cambio, es el componente necesario para el logro de ese anhelo. Ella se mantiene en el hogar, realizando las tareas domésticas sin reclamo alguno y confirma la idea de que el hogar es el espacio tradicional femenino. Sin embargo, parece haber sido por propia decisión, ya que no hace de su casa un refugio, por el contrario demuestra ser una crítica lúcida de la sociedad actual. Mientras Emilia mantiene su espíritu hiperactivo, María Luisa contrapesa con su calidez y pasividad. En ella hay un claro interés por contar su vida o tal ve quiere dar pié a su hermana, a la que considera “revolucionaria” y a quien sin duda admira. Fue Luisa quien accedió a la entrevista porque Emilia declaró que no tenía nada para contar, pero al final resultó que tenía de todo.
Me gustó mucho la historia, valió la pena tomarme mi tiempo y leerla…. dicen muchas verdades y eso me gusta. Realmente un buen relato de una época que yo también viví allá en Allen, pero con la diferencia, que a mi no me dejaban ir a bailar y a ellas siiiii….Mavis Florencia S.
Gracias Mavis!! saludos!
No sé si esto llegará a algún lado porque no soy muy afecto a la informática, pero hoy, en el día que mi madre Emilia (Tele) cumpliría 100 años, leí con atención esta publicación y quiero agradecer profundamente a Graciela y Maria por tan grato trabajo y tan emotivo parami
Gracias!!