Felipe Constantinidis: De Grecia al Alto Valle, de generación en generación.
La producción en la familia Constantinidis nació en el año 1949, cuando Felipe llegó de Grecia escapando de la guerra civil. De Buenos Aires arribó a Allen y luego de algunas temporadas se hizo cargo de la empresa de su tío Nicolás. En más de 60 años de trabajo, Felipe forjó las bases de las generaciones siguientes, sus nietos, quienes hoy día a día lo acompañan en esa tarea a la que le dedicó, con gran esfuerzo y absoluta dedicación, su vida.
Es difícil contar en pocas líneas todo el trabajo de Felipe en estos años. Es difícil rescatar solo una anécdota pues hay miles de ellas que reflejan su pasión y nuestra admiración. Sin embargo, sabemos que vale la pena acercar a las nuevas generaciones un poco de su historia. Los sueños de Felipe son los sueños de muchos que más allá de las heladas, el granizo o la comercialización, se dedicaron a producir empeñosamente, enseñando a su familia esta tarea, a veces poco valorada pero llena de amor y sacrificio. Su experiencia y constancia, las épocas de total sacrificio donde todo se hacía “a mano”, sin ninguna tecnología y con tareas apenas mecanizadas, han dejado dos manos callosas que hoy gracias a Dios todavía acarician a sus hijos y nietos.
Jamás se quejó y aunque hoy se hace “fácil” estar en el Mercado Central, recibir la fruta en camiones frigoríficos y descargar al pie del puerto, existieron otras épocas, otras en que se transportaba en tren, en vagones de chapa o los que llamaban “fruteros” porque eran “algo” ventilados.
Llegaban a Casa Amarilla y había que descargar uno por uno los cajones al hombro y estibarlos. hubo una oportunidad en que una huelga de trenes desvió los vagones con fruta a cualquier ramal y dos de la firma se perdieron… allí salió el “papú” Felipe en su viejo jeep a ver cómo podía salvar algo y los encontró, en un desvío cerca de Choele Choel. La fruta iba en bolsas para abaratar costos ya que era para el mercado interno, pero después de estar 4 días bajo el sol de enero ¡¡lo único que encontró fue jugo de peras!! Todo se perdió. Hoy, con sus casi 80 años sigue con sus madrugones, cuidando sus peras y otros frutos pero primero, siempre, está la pera. Su ‘cosecha personal’, su esposa, su hijo Alejandro que sigue sus pasos, su hija Beatriz que está comenzando en la producción y también sigue su camino, se suman a las “cinco joyas”, como él llama a sus nietos Matías y Julián (que por la falta de padre se sacan los zapatos de la facu y se calzan las alpargatas para ayudar a su madre), Nicolás, Ariadna y Adonis. Él es nuestro ejemplo, formamos parte de la gran familia productora por todo lo que nos enseñó y por su lucha sin descanso, por él nos sentimos orgullosos de esta tierra y de este maravilloso valle en el que vivimos.
Flia. Constantinidis