Los troperos
Sabías que desde la calle Mitre hasta la calle Sarmiento vivían los Calvo, llamados "los troperos"?. Hoy el barrio se llama Calvo en recuerdo de Miguel Calvo, quien tenía una tropa de mulares y caballos, chatas y carros con los que realizaba viajes a la costa del río Colorado para traer leña de matacebo para luego vender en el pueblo.
“Entre treinta y sesenta días duraban los viajes de los troperos que abastecían los boliches al sur del sur… Cada tropa llevaba de tres a ocho carros, tirados por mulas. Y a veces más…” Rithner, J. 1998.
En sus escritos, Luis Silenzi (1991) recuerda que era espectacular ver salir y llegar las caravanas que pasaban por las calles del pueblo; al frente iba un puntero montado a caballo quien “anunciaba con una trompa el paso de la troupe, le seguían las chatas y los carros tiradas por varios mulares en fila de cuatro, de cuyas anteojeras pendían flecos trenzados de varios colores, al final iba el carro aguatero, que llevaba agua para el consumo del personal y los animales, seguían a toda ésta caravana los mulares y caballos de refresco”.
La salida duraba unos ocho o diez días; en el terreno había más animales ya que don Miguel Calvo tenía vacas lecheras con las que recorrían las calles y vendían leche recién ordeñada. El campo comenzaba “en las actuales calles Velasco y Mitre, llegaba hasta donde hoy se encuentra la Sociedad Italiana; en la intersección de Alem y Velasco estaba la casa de los Calvo” (Gustavo Vega, 2008). La casa del padre de Miguel estaba en la esquina de Belgrano y Roque Saenz Peña, enfrente de la escuela 222 y junto al canalito que recorría la actual calle San Martín.
Carlos Calvo, mejor conocido como Cacho, nació el 27 de noviembre del año 1958 en la ciudad de Allen. Es hijo de Emilia Lencina y Silvio Calvo, también nacidos en la localidad y parte de los primeros habitantes. Su papá Silvio, hijo de Miguel, nació en 1921 y fue el primer lechero del pueblo. Cuando sus padres fallecieron Silvio era aún muy jóven y debió hacerse cargo de sus hermanos así que día tras día recorría las calles con su vaca repartiendo leche a cada casa, acompañado por su hermana Malvina. Mantuvo la tradición familiar de proveer a sus vecinos de leña y además, de agua, que traía del río a través de una cisterna.
La leña era el combustible fundamental en aquellos tiempos, para cocinar o para calentar los ambientes de una casa todos, sin distinción de clases sociales necesitaban de ella. Por eso la venta de leña fue un medio de subsistencia para muchos y según Mercedes Amieva (Semanario de la Ciudad, 1995) lo fue especialmente para los pobladores del barrio Norte quienes la recogían en la zona de bardas. Amieva recuerda que "el matacebo, el piquillin e incluso la jarilla fueron útiles para hacer fuego... (pero) la zona fue explotada de tal manera que hoy muchas de las variedades han desaparecido. La familia Ovejero, José Fernández Pérez y sus hijos, Juan Masina, Faustino Alsina y otros realizaron esta actividad en los primeros años del pueblo".
Muchos de los testimonios que obtuvimos recuerdan aquellas variedades de leña que ya no existen en la zona de bardas y también la gran cantidad de usos que tenía, al punto de que "sin leña era imposible subsistir". Todo un mundo estaba organizado en torno al calor de la leña y obtenerla fue esencial para la vida de los antiguos pobladores.
La modernidad y el desarrollo tecnológico trajo nuevos modos de cocinar y calentar los ambientes domésticos sin embargo existen aún muchas poblaciones que dependen de la leña en su vida cotidiana. Además, este tipo de energía tradicional está retomando su valor. La bioenergía ha cobrado fuerzas nuevamente en el ámbito internacional como es el uso de estufas a leña por ser eficientes y limpias e impulsadas por los aspectos relacionados con la salud de los usuarios (IAP, 2000; Bruce et al, 2000).
Algo más...
Uso de la leña Uso de leña como combustible alternativo Hacia una uso eficiente de la leña como combustible de aprovechamiento calóricoHistorias de vida
las mil y una noches de cacho.
Por Nicolás Britos
Carlos Calvo, mejor conocido como Cacho, nació el 27 de noviembre del año 1958 en la ciudad de Allen. Es hijo de Emilia Lencina y Silvio Calvo, también oriundos de la localidad y parte de los primeros habitantes, que junto con los abuelos de Cacho, trazaron las primeras líneas de una larga historia que alcanzó los 100 años. Silvio, nació en 1921, fue el primer lechero del pueblo, ya que sus padres habían fallecido muy jóvenes y debió hacerse cargo de sus hermanos. Día tras día recorría las calles con su vaca repartiendo leche a cada casa, acompañado por su hermana Malvina. Además, proveía a sus vecinos de leña y agua que conseguía del río a través de una cisterna.
Cacho Calvo tiene una historia con más de tres décadas de anécdotas en la noche allense y su forma de vida lo ha llevado a estar en boca de muchos y a convertirse en una leyenda viviente. Confiesa que al principio, cuando era un joven de alrededor de 16 años, no le interesaba salir, eso no era parte de su vida, pero que todo cambió cuando su primo Domingo lo convenció para ir a la confitería. Un tiempo después conoció “La Cueva” y desde allí la noche se transformó en “su lugar”.
Recuerda con melancolía los tiempos que fueron y ya no son, y señala que en 1975 comenzó a trabajar, por ofrecimiento de Valerio Svampa, en la puerta de “La Cueva”, cobrando las entradas. Allí vivió una de sus mejores épocas, ya que tuvo la suerte de ver el momento de esplendor de las discotecas. Añora ese lugar donde había cómodos sillones, alfombras por doquier, aire acondicionado, una pista con luces que marcó una época y el clásico reservado, aquel espacio dedicado a las parejas para ir a “apretar”. Cacho contribuyó con mucho trabajo para el éxito del emprendimiento: picaba hielo, juntaba vasos, ayudaba en lo que podía.
Custodiando la entrada de “La Cueva” vio desfilar las modas que lucieron orgullosamente aquellos jóvenes, como la botamanga ancha, el pantalón bombilla, los zapatos de plataforma o con tacos, aquellas largas chalinas, camisas floreadas o con cuellos grandes, los cortes de pelo tipo carré y los varones de pelo largo. Modas que parecieron tener fecha de vencimiento pero en el momento menos pensado regresaron de alguna forma. Esto lo lleva a reflexionar y opina que antes las mujeres elegían la mejor ropa para salir y los zapatos más lindos, se maquillaban, se peinaban, llevaban un buen perfume y los muchachos con el pelo bien peinado, camisa y zapatos relucientes, por supuesto, "era otra cosa, no ibas a ver a nadie de zapatillas ni mal vestido”.
En aquella época de los ‘70, existían los disc-jockeys o pinchadiscos, como lo fueron Cristian Van Opstal, el “loco” Portela y Sergio del Brío. Utilizaban discos de vinilo que requerían tener un buen oído para cortar y mezclar los temas musicales: “requerías más trabajo detrás de la cabina, luego aparecieron los casettes y la cuestión cambió”. No hubo noche donde no pasaran lentos, oportunidad para las parejas de “apretar” o “chapar”, y donde muchachos más atrevidos para realizaban las preguntas típicas y casi obligatorias para conocer a la chica y llegar, por lo menos, a juntar los brazos detrás de su cintura. Esto quedó prácticamente en el pasado ya que los lentos desaparecieron de las pistas de baile durante la Argentina de los ‘90, y las chicas empezaron a bailar nada más que temas movidos y entre ellas.
Cacho Calvo conoció la noche de Allen. Así evoca bares y discotecas como “Mambrú”, de la cual todavía tiene presente su peculiar slogan: “exclusivo para gente paqueta”. También pasó por “La Caleta”, donde trabajó en la cafetería por pedido de “Tito” Carucci y Juan Viesti, ya que era uno de los más conocidos y tenía buena llegada con las chicas. Pero lo hizo sólo los días de semana hasta el jueves a la noche, porque el fin de semana estaba consagrado a “La Cueva”.
Tampoco puede olvidar aquellas noches en la confitería “La Perla”, en el Hotel “Mallorca” o en el “Bar Central” que ofrecía un servicio completo, desde heladería, pasando por una “auténtica máquina de café Express” y donde se podía bailar o jugar al billar. Pero, como si esto fuera poco, “Cacho” fue parte de la movida a nivel regional y frecuentó Aquelarre en General Roca y “Caramba” en Ingeniero Huergo con su pista giratoria, entre otros reconocidos puntos de encuentro.
Su familia nunca se acostumbró al tipo de vida que llevaba, en particular su madre quería que supiera “qué era trabajar”, como si lo que hacía no fuera un trabajo. Así que Carlos ingresó al galpón de empaque de los Campetella, donde realizó tareas como cargador, carretillero y cajonero. Y así fue conociendo a más gente que hasta el día de hoy se alegra de ver. También, para dar una muestra más de su multifacética vida, fue farmacéutico en la vieja farmacia “Fasano”. Pero todas estas actividades las realizó sin dejar sus trabajos nocturnos.
A fines de los ’70, en años de dictadura, ocurrían las conocidas “redadas” que se transformaron en moneda corriente. La policía aparecía en las discos o en los bares, se detenía la música, se prendían las luces, revisaban a los jóvenes y pedían sus respectivos documentos. Pero Cacho y sus amigos, con la suma de algún desconocido que se prendía en la travesía, podían huir de la situación gracias al aviso del portero que les permitía ocultarse detrás de la barra o escaparse a la casa de Máximo Tolosa, que estaba en el fondo de “La Cueva”. Recuerda que en alguna oportunidad la madre de Máximo se despertó por el revuelo y se encontró rodeada de jóvenes que habían escapado de la redada.
Una vez que volvía la música retornaban a la fiesta. En la barra y los sillones de “La Cueva” anduvieron auténticos “reyes de la noche” como el ruso Dietrich, Juan Ibarra, Pelusa Babaglio y muchos otros. Cacho cuenta que en ese entonces la mayoría de los muchachos que salían tomaban whisky, ni se les ocurría optar por la cerveza. Por su parte, las chicas tomaban tragos o jugos con pulpa de frutas. Uno de los que estuvo mucho tiempo a cargo de esos los cócteles fue Máximo Tolosa.
Nuestro personaje también recuerda que en los años ‘80, se realizaba en toda la zona del Alto Valle un singular y divertido concurso donde se elegía al mejor imitador en la pista de John Travolta, en homenaje a la recordada película “Fiebre de sábado por la noche”. Así fueron surgiendo los “Travolta” de cada ciudad, y Allen tuvo el suyo: “Tito” Carucci.
En el ’87, “Cacho” Calvo trabajó en el motel alojamiento “CuCu” por un año. Esta experiencia le dejó una anécdota más para su inventario. Una noche muy oscura, una pareja le resultó muy sospechosa, así que salió a espiarlos… pero por curioso terminó en un canal que llevaba líquidos al pozo ciego.
Unos años mas adelante, en los ’90, trabajó en la puerta de “Las Palmas”, en Neuquén. Allí pudo notar cómo había cambiado la noche y las costumbres: antes no se hablaba de patovicas, de vez en cuando había alguna pelea, pero era muy extraño. En ese caso, recuerda que en “La Cueva” intervenía el “Pelado” Brown, por su parte Valerio Svampa y “Tato” Tolosa eran también respetados o se hacían respetar, si era necesario. Otro ejemplo del cambio que notó fue la utilización de vasos de plásticos para servir tragos y ni hablar de requisar a los que ingresaban a un local. Y por último con las propias palabras de “Cacho”: “ya no quedan whiskeros, ahora se toma cualquier cosa”.
Su filosofía de vida es disfrutar de cada momento, hacer lo que siempre quiso. Por eso se regocija con un buen vaso de whisky, porque considera que le hace bien ya que nunca tuvo problemas de salud habiendo tomado tanto, dice bromeando.
Reconoce que si no fuera por el “Cabezón” Calvo tal vez nunca hubiera pisado una disco o que sin Máximo no hubiera conocido a tantas personas y no habría llegado a ser el personaje que es. A Cacho le encanta contar sus anécdotas, aunque advierte que por eso luego la mayoría lo critica. Pero él entiende que es por exageraciones de aquellos que hablan de él: una cuestión de no entender su modo de vivir, su mundo.
Pero algo es cierto, gracias a Carlos “Cacho” Calvo todavía siguen presentes los recuerdos de aquellos fantásticos años que marcaron a varias generaciones y que por mucho tiempo más seguirán venciendo al olvido.