Que sepa coser, que sepa lavar…
En los años ‘50 los cambios se aceleraron, impulsados por los medios de comunicación. El desarrollo urbano fue incorporando lentamente a la mujer a otras actividades y ciertas tradiciones y costumbres comenzaron a abandonarse al ritmo de los nuevos tiempos y necesidades. En la moda, la figura ajustada por corsets y oculta bajo vestidos largos que apenas dejaban ver el calzado, se transforma en ropa más holgada y corta, acompañada por cabellos sueltos y largos, maquillaje y una moralidad sexual con criterios más amplios.
“Cuando contemplamos impasibles la vertiginosa carrera en que se precipita nuestra juventud femenina, cuando vemos la enormidad de muchachas que concurren solas a reuniones, beben, fuman, bailan sensualmente llamativas, flirtean descaradamente con cualquier cosa que lleva pantalones y regresan después, en semiconciencia a todas horas de la madrugada a sus hogares, comprendemos por qué el matrimonio contemporáneo lleva envuelto el germen de la infidelidad” (Dr. W. Curtis en Barrancos D.,1999)
El salir a trabajar fuera del hogar no estaba generalizado en las mujeres de cierta condición social, en cambio era habitual para las mujeres de condición humilde. Los sectores medios y altos no veían bien que sus esposas e hijas se incorporaran al mundo laboral, pero a medida que el siglo XX avanzaba la independencia económica ganó terreno sobre las antiguas costumbres. El trabajo era vivido como abandono de la familia y de las obligaciones inherentes a la mujer; salir solas, ir al cine, tener citas, hacer picnic y pasear se veía más en las capas medias, pero no sin preocupación.
También muchos testimonios de mujeres cuantan que de niñas en los años ‘50 trabajaban cuidando niños o que comenzaron a trabajar ayudando en la chacra donde se ocupaba a su familia: “Como mis padres se separaron y mamá se hizo cargo de las 7 que éramos, yo comencé a trabajar a los 14 años en la casa de la señora Amparo y luego en la Tienda de Martínez. Mis hermanas también empezaron a trabajar de chicas en una panadería y en la casa de la señora de Bizzotto. Después a los 22 años me casé, me agarró la loca, no sé mirá… me separé en seguida. Tuve a mi hija Marisa así que empecé a trabajar en seguida, la dejaba con una prima” (Elvira Molina, 2008).
La educación tendió siempre a instruirlas para actuar como esposas y madres, administradoras del hogar, mientras que los varones fueron preparados para ser como ciudadanos en el mundo público. Pero la mayoría no pasaba tercer o cuarto grado en la educación formal:
“Todas, mis hermanas y yo llegamos hasta 5to grado. Más no se podía. Iba a la Escuela 80. Yo pude pasar a quinto grado y fui a la 23, tenia a la señora de Macri de maestra” (Elvira Molina, 2008).
Existían pocas oportunidades para estudiar o instruirse fuera de la educación primaria, en especial para las mujeres. Había Conservatorios para aprender piano como el Clementi de Balbina González de Gutiérrez, el Fracassi de Esther Bentata de Matus o el Iberoamericano, cuyo responsable, el señor Miró Presas, daba clases de piano y guitarra. En las presentaciones anuales, cada alumno preparaba la ejecución de una pieza para el concierto. Los primeros que realizó la Sra. de Matus se llevaron a cabo en la sede del Club Social “Amigos de Allen”, donde hoy está el Club Unión. Luego, al aumentar el número de alumnos, se hicieron en el Salón Municipal. Estos eventos eran una ocasión para que las madres orgullosas pudieran presentar a sus descendientes en sociedad.
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“Las mamás competían en vestir a sus hijas con las mejores galas, era la época de las organzas, los broderies, con mucho vuelo y lo cierto es que los conciertos al realizarse los primeros días de octubre solían coincidir con unas heladas fenomenales y se terminaba pasando un frío terrible a consecuencia de la ropa tan liviana” (Bizzotto, M. para Yappert, S. 2010).Aquellas que dejaban la escuela (era muy común llegar sólo hasta 3° grado) generalmente lo hacían para trabajar en las tareas de la casa o porque eran enviadas a aprender Corte y Confección. Acudían las jóvenes a aprender a coser, un atributo considerado importante a la hora de decidir ser esposa y madre. La Sra. Matilde de Duarte enseñaba el arte de la costura y algunos testimonios recuerdan que empezaron desde muy pequeñas y continuaron aprendiendo durante muchos años. Mira que importante era que hasta en una canción de época se refería a ese "atributo" femenino:
Canción "Corte y Confección" del Club del Clan.
Así como el piano fue el instrumento más elegido por o para las mujeres, los varones se dedicaban, generalmente a aprender guitarra. Nélida Marzialetti, profesora de guitarra, es recordada en varios testimonios.
Una posibilidad educativa para algunas mujeres fue la de ser maestra. La profesión tenía respetabilidad pues era identificada como un “apostolado” que tenía continuidad con la labor maternal. Claro que ser maestra implicaba, por un lado cumplir con estudios secundarios y por otro hacerlo en otras localidades y, muchas veces, en colegios religiosos.
Además del magisterio, el trabajo de telefonista fue especialmente femenino. Generalmente, eran jóvenes solteras que fueron logrando un buen salario para complementar el presupuesto familiar. En Allen, según recuerda Eduardo Galarce, existió una estación telefónica en la chacra de la familia, donde trabajaron casi todas sus tías. Más tarde en la esquina de España y Belgrano, se instaló otra telefónica.
“Sería el año 1950 pues recuerdo que tramité el teléfono para el negocio de mi padre, el número era 138. El teléfono tenía una manivela, para llamar le dabas vuelta y te atendía la telefonista que te decía ‘¿número por favor?’ Le dabas el número y ella te comunicaba, por ahí estabas hablando, ella intervenía y decía ‘¿hablaron… hablaron?’, vos tenías que decirle que todavía estabas hablando… si no cortaba. No eran muchas, serían unas 2 o 3 señoritas sentadas frente a un tablero lleno de chapitas; cuando un teléfono llamaba caía una chapita y en el orificio que quedaba se metía la conexión que era de bronce. Cada cable era un número, ¡Imagináte, era una maraña de cables! Usaban auriculares y cada tanto arreglaban esa telaraña de cables y otra vez podías comunicarte” (Gustavo A. Vega, 2008).
La restricción en las posibilidades educativas, que era especialmente fuerte para las mujeres, estaba aún acompañada por una mentalidad sexista que asignaba a la mujer exclusivamente el lugar de esposa y madre. Incluso, existían reglas sobre cómo desempeñar bien estas actividades que tenían el solo objetivo de servir al hombre. Hasta una de las únicas alternativas laborales bien vistas para la mujer, el magisterio, estaba impregnada de esta forma de pensar. Decía la "Sección Femenina" del texto "Economía doméstica para bachillerato y magisterio", editado en 1958:
"Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato favorito. Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero. Prepárate: retoca tu maquillaje, coloca una cinta en tu cabello. Hazte un poco más interesante para él. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es proporcionárselo. Durante los días más fríos deberías preparar y encender un fuego en la chimenea para que se relaje frente a él. Después de todo, preocuparse por su comodidad te proporcionará una satisfacción personal inmensa. Minimiza cualquier ruido. En el momento de su llegada, elimina zumbidos de lavadora o aspirador. Salúdalo con una cálida sonrisa y demuéstrale tu deseo por complacerle. Escúchalo, déjalo hablar primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos". Seguí leyendo AQUÍ
Era difícil escapar de la duda que generaba el trabajo femenino. La regla dominante en el siglo XX fue "para desprestigiar a una mujer de manera contundente sólo había que poner en duda su moralidad" y, como esto se relacionaba a la posibilidad de que una mujer lograra mayor libertad personal, había que tener cierto “coraje” para asumir el riesgo de “quedar marcada”. Era frecuente identificar a la mujer trabajadora como una mujer de conducta sexual liberada, la vestimenta, el maquillaje u otros hábitos como fumar o conversar con hombres desconocidos eran señales de escasa integridad moral. Un grupo especialmente vulnerable fue el de las empleadas domésticas, quienes eran víctimas de los patrones y en ocasiones de sus hijos. Estas mujeres merecerían un capítulo aparte, pues en muchos hogares del pueblo existían estas muchachas, muchas veces eran apenas niñas, que recibían el acoso so pena de perder el trabajo si no accedían al reclamo. Era común que de antemano supieran que serían requeridas en sus propios dormitorios o donde mejor se les ocurriera a los patrones debiendo soportar la complicidad no sólo de la familia del patrón sino también la de sus propios parientes. Varios testimonios refieren esta costumbre como algo muy común en la época y cuentan anécdotas de “aventuras” de amigos o conocidos de la localidad. Las esposas de los sectores sociales más altos soportaban de sus maridos este tipo de relaciones, que, como la prostitución, eran consideradas formas para asegurar la castidad del matrimonio y la preponderancia de los varones. Fue muy común la existencia incluso de concubinas fuera de la propiedad familiar, con cierta protección y a sabiendas de la familia legítima.
Pero lentamente la mujer comenzó a ser visible para la sociedad y además, empezaron a salir a la luz las injusticias en las leyes penales, laborales y el derecho de familia. No obstante, siguió siendo largo el camino a recorrer, porque el proceso de cambio fue lento y a veces parecía inacabado. La desigualdad de derechos y oportunidades estaba aún atada a viejos resabios, muchos relacionados con el ejercicio del poder y las formas de relación heredadas entre hombre y mujer.