Abrir la puerta para ir a jugar

Para la Real Academia Española la palabra juguete es simplemente un objeto que sirve para jugar. Pero en realidad es mucho más que eso. Es un objeto que permite viajar a otros mundos, a otros universos, sin moverse del lugar. Gracias a los juguetes en una misma tarde podes pasar de ser piloto de carrera a ser astronauta, de ser una princesa que necesita ser rescatada a una excelente pastelera de tortas de barro. Por Leo Stickel para "Allen... nuestra ciudad" (Agosto 2009)

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Con el pasar de los años las personas crecen, y se olvidan de los príncipes azules y de los viajes intergalácticos. Pero cuando sin querer encontramos aquellos viejos tesoros cubiertos de polvo es inevitable volver en el tiempo. Recordar situaciones con lujo de detalles, como si hubieran pasado ayer y abrir la puerta que nos lleva a esos mundos de fantasía, donde se pasaban la mayor parte del tiempo.

Dorita tiene 53 años y hay un juguete en particular del que ella, a pesar del paso del tiempo, nunca se pudo desprender. Lo curioso es que este juguete no era su favorito, sino todo lo contrario, le tenía miedo. “Ese payaso me lo regalaron cuando yo tenía seis años. En aquel tiempo no se compraban juguetes todos los días, entonces los pocos que tenía debían ser cuidados como oro. Fuimos a una especie de feria o kermés en Neuquén y mi papá se lo ganó en un juego de meter la pelotita adentro de una botella. En ese momento el payaso era más grande que yo, y tiene una cara que siempre me dio miedo, pero no me podía dar el lujo de quejarme y mucho menos de no usarlo”, recuerda Dorita.

Este payaso de gran tamaño tenía la particularidad de tener alambres de hierro dentro de las piernas y el torso, lo que le permitía mantenerse en pie por si solo. También tenía una risa que estaba entre lo cómico y lo tenebroso, un cuerpo de tela relleno con una especie de huata pesadísima y ropa hecha a medida. Estos eran los condimentos perfectos para que la imaginación de un niño hiciera el resto. “Vos imagínate, me despertaba a la noche y tenía al lado este muñeco que era más grande que yo, parado como si nada mirándome con esa risa terrible que tenía. Para mi era traumático, pero después con el tiempo me acostumbre y ya podía dormir tranquila”, se ríe Dorita.

El tiempo pasó y Dora se casó y se mudó. Pero el payaso quedó en la casa de la madre, como un raro adorno al final del pasillo, parado justo debajo de un gran espejo, mirando a todo el mundo pasar. “El payaso quedó en la casa de mi vieja, pero cada vez que íbamos con mis nenas pasaba lo mismo, tarde o temprano las encontrabas jugando con el muñeco. Con mis sobrinos también pasaba lo mismo y siempre era del mismo modo, primero le tenían miedo y después como si nada. Ahora de grandes todos dicen que le tenían pánico al payaso, pero hay fotos de ellos jugando como si nada…”

Pero las generaciones siguen pasando y el payaso sigue siendo el protagonista de las tardes en la casa de la abuela. Fiorella de siete años no tiene los prejuicios y temores que tuvieron sus tíos cuando eran niños, sino todo lo contrario. “La nieta de mi hermana se puede decir que es la única que lo disfruta enserio. Tiene mil juguetes de todo tipo, pero cada vez que llega lo primero que hace es agarrar al payaso y llevarlo de un lado para el otro. Desde que tenía tres años que se lo agarró para ella y cuidado con sacárselo. Después de cincuenta años por fin alguien no le tiene miedo”, concluye Dorita.

Con el paso de los años ya no hay tiempo para ser el mejor piloto de carrera del mundo o la princesa más linda de todo el reino. Los mundos de fantasía fueron reemplazados por responsabilidades y más responsabilidades. Pero cada tanto, cuando nadie te está mirando, es el momento justo para animarse, para escaparse, para poder abrir la puerta para ir a jugar.

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