La huelga del ñaco: minería de oro y memoria obrera en el norte neuquino
La minería de oro fue una de las principales actividades económicas del norte neuquino hacia fines del siglo XIX; era concebida por la naciente dirigencia local como el motor para el desarrollo del territorio y su pronta transformación en una nueva y pujante provincia. Según un reporte oficial fechado en 1899 unas quinientas personas probaban suerte en lavaderos de la California austral, la mayoría provenía de Chile. En ese contexto habría sido declarada la primera huelga de la Patagonia argentina, aunque ese episodio se lo recuerda diluido en otros relatos.
Las referencias a esta huelga, bautizada “la huelga del ñaco”, no son muy precisas. El salesiano Lino Carbajal, en su diario del ascenso al pico Domuyo en 1903, apuntó: “Como los peones chilenos no pueden vivir sin ñaco, éste era el plato obligado [en las minas y lavaderos de oro], llegando al extremo de declararse en huelga porque no les daban ñaco”.[1] Carbajal no aporta mayores detalles, aunque podría deducirse de su texto que la medida fue declarada en los lavaderos de oro del sanjuanino Francisco Quiroga. El historiador Isidro Belver le da crédito a esta interpretación en un trabajo titulado Andacollo y sitúa el hecho en 1896, aunque sin explicar cómo arriba a ese dato.[2] De igual manera, sin dar referencias, el mismo historiador en otra publicación, Malal Meulen, afirma que el reclamo se produjo en 1897 a partir de la decisión del empresario norteamericano Corydon Hall de quitar el ñaco de la dieta de los trabajadores de la compañía Milla-Michicó. Incluso añade: “Los huelguistas ganan y el ñaco se restablece. Como beneficio de la huelga, y para bajar los costos de la provisión del ñaco, se intensifica la siembra de trigo en la zona (Cayanta, Las Ovejas, Atreuco) y se instalan los primeros molinos de piedra movidos por la fuerza hidráulica”.[3]
Por su parte el periodista Mario Cippitelli, en una nota en la que cita como fuente el libro de Hugo Alberto Bustamante, Oro en la cordillera del viento, sostiene:
“En aquellas épocas, en los contratos de trabajo de la minería se incluía una cláusula a través de la cual la patronal se comprometía a entregar una bolsita de ñaco, teniendo en cuenta que la gran mayoría de los obreros venían a trabajar desde el otro lado de la cordillera. Cierto día, Hall se cansó de tener que pagar tanto dinero por el ñaco (se producía únicamente en Chile) y decidió violar el acuerdo. Y a él lo imitaron otros propietarios de minas. La bronca de los trabajadores fue tal que se levantaron en una famosa huelga que paralizó la actividad durante días y obligó a los empresarios a rever esa decisión”.[4]
La trascendencia que ambos autores le adjudican a la huelga, incluso el desarrollo productivo de la región, no es posible cotejarla en las fuentes disponibles, donde la medida de fuerza es presentada como un hito en torno al arraigo del ñaco en la historia de la región. Esto es evidente particularmente en los trabajos de Belver, en los que el autor intenta rescatar la importancia de ese alimento en el norte neuquino. Tal abordaje solapa que se habría tratado (y siempre en potencial por la falta de referencias precisas sobre el hecho) de una huelga en rechazo a la imposición de un cambio en las condiciones contractuales. Ese mismo solapamiento invita a indagar en las condiciones de vida y trabajo en las minas y lavaderos de oro y en qué medida esa actividad llevó el progreso al territorio.
De empresarios [y] aventureros
La minería aurífera en el norte neuquino fue una actividad de relevancia en los primeros años de la etapa territoriana. Susana Bandieri en el libro Historia de Neuquén señala que desde 1891 a 1902 la compañía de Hall explotó de seis lavaderos, concentrándose particularmente en Milla Michico, “donde llegó a mantener un máximo de 80 peones en las épocas de mayor extracción (1895-97)”.[5] Bandieri reseña también que Salvador Quiroga, que llegó a acumular nueve pertenencias mineras entre Malal Caballo y Milla Michico, empleó entre 1892 y 1903 un total de 331 obreros.[6] Además cita un informe del gobernador Lisandro Olmos a las autoridades nacionales, fechado en 1899, en el que el funcionario aseveraba que “había más de 500 personas trabajando en las arenas auríferas en forma primitiva”.[7]
Esa explotación se llevaba a cabo a través de empresas con personal asalariado y de explotaciones independientes, realizadas por ‘pirquineros’, que en algunos casos también tenían peones a cargo. La remuneración, según describe Enrique Masés en una ponencia sobre el mundo del trabajo en el territorio, se concretaba no solo a través del pago en dinero – tanto en moneda argentina como chilena – sino también de la provisión de alimentos y de la práctica del sisqueo, que consistía en el aprovechamiento por parte de los peones de los restos auríferos mediante un segundo lavado.[8]
El 12 de enero de 1896 el periódico Neuquén, que se publicaba en Chos Malal, entonces capital neuquina, se ocupó en una extensa nota de la industria minera en el territorio. Allí señalaba que la falta de controles por parte del gobierno nacional permitía que los beneficios de la actividad no quedaran en la región, reportando escasos adelantos.
“Al amparo de la liberalidad de las leyes que la rigen [la minería de oro], la mayoría de los pobladores se creen con derecho á usar de sus beneficios solicitando permisos de exploración y cateo ó pertenencias para poblar y trabajar de acuerdo con las disposiciones del código de minería.
Los cateos y exploraciones se reducen á socabones de tierra al borde de arroyos ó pequeñas corrientes de agua, sin más objeto que proveerse de algunos centenares de gramos de oro cuya existencia se conoce de antemano, y que extraen sin erogación alguna, para llevar al país vecino donde aprovechan su fruto.
Deflorada así, puede decirse, la zona donde efectúan estos trabajos ó merodeos de exploración aurífera, solicitan nuevos permisos de cateos y en esta forma van sucediéndose las remociones de tierra en la más rica región minera del territorio, sin beneficio alguno y hasta con detrimento de la misma tierra.
Diez años hace á que se trabaja en un perímetro de no menos de veinte leguas cuadradas, y vergüenza da decirlo, no hay una construcción, una sola vivienda que se eleve más alto o tenga distintas apariencias del toldo o la covacha del salvaje.
En el mismo punto, Milla-Michicó, donde han efectuado grandes remociones de tierra, extranjeros europeos y argentinos que por espacio de algunos años han tenido asentada sus reales, no hay ni vestigios ni simples huellas de una construcción ú obra alguna que denote el paso de la civilización ó la sospecha de que se asomó el progreso.
Una cueva de piedra – obra de la naturaleza – ha sido el albergue de sus moradores, y téngase presente que dentro de sus muros se han contado muchas pepas y pesado decenas de kilos de oro, y que al reparo de sus muros se han librado actas y firmado los estatutos de importantes sociedades anónimas que tienen su asiento en Londres y en la capital de la República.
Difícilmente se puede ver un fenómeno mas patente de los efectos de la facilidad con que se imitan los malos hábitos, que visitando esta propiedad, situada en el extremo más rico de la región minera, pero rodeada de esa cantidad de aventureros que no tienen mas ideal que cosechar sin producir.
Así han vivido los propietarios de esas valiosas minas, participando del ambiente que los rodeaba y sin salir de esa rutina de trabajo primitivo, esquivando – como todos los propietarios de pertenencias – el cumplimiento de las obligaciones exijidas por la ley que rige esa materia.
No han introducido máquinas, ni capitales, ni operarios. Su único afan, ha sido extraer el metal codiciado.
Mientras tanto la ausencia de una autoridad minera en el territorio, autoriza, puede decirse, esa perniciosa anomalía, puesto que el rol de la oficina central de geología etc. en Buenos Aires, solo se reduce á firmar el acuerdo de las concesiones.
Y decimos á firmar el acuerdo de concesiones, porque no conocemos el caso (en lo que á este territorio se refiere) de que halla negado una sola concesión, ó enviado un representante á vigilar el cumplimiento de la ley en las muchas que á ojo cerrado concede.”[9]
Semanas más tarde, el 23 de febrero, el periódico reproducía pasajes de la memoria de 1895 remitida por el gobernador del territorio Franklin Rawson al gobierno nacional; en relación a la industria minera sostenía:
“Esta industria que constituye un filon importante de la riqueza que depara el porvenir á esta región no ha salvado hasta este instante los límites de una explotación en pañales en la que solo ensaya al merodeo sin freno y sin control retardando con perjuicio del país del establecimiento de empresas sérias que á la sombra del espíritu liberal que rigen los códigos de minería afluyan con brazos y capitales; constituyan centros de población, introduzcan máquinas y herramientas. (…)
No hago caer, empero, todo el peso de la responsabilidad á los que lucran con esta rama de la riqueza nacional. La autoridad de minas no ha prestado – sensible es afirmarlo – la atención é interés que merece el territorio sobre el particular, negándose hasta delegar una parte de sus atribuciones, que le ha solicitado esta gobernación interpretando los intereses del fisco y de la población minera.”[10]
Abiertamente el gobierno territoriano reclamaba a las autoridades nacionales el control de la actividad. El periódico Neuquén, que adhería a esa demanda, además de denunciar la rapiña y los escasos beneficios que la minería dejaba a la región, marcaba la diferencia entre los empresarios mineros (como la compañía Milla-Michicó, de capitales británicos) y los aventureros, expresando su marco de alianza.[11]
“[E]l nuevo representante de la compañía Milla-Michicó Mr. Hocking, se ha dado verdadera cuenta de la inmensa riqueza de las minas que dirije y ha comprendido que bien merece levantar algunas construcciones que le den estabilidad y realce á su industria; introducir máquinas y elementos que den impulso y faciliten su desarrollo y hacer habitaciones para preservar de la intemperie á sus operarios, de los que todos le producen – uno con otro – «seis gramos» de oro diario.”
Meses más tarde, el mismo periódico y bajo el sugestivo título Buen síntoma informaba que la compañía Milla-Michicó había contratado en la Capital Federal veinticinco trabajadores italianos. En la nota se expresaba sin matices el imaginario de la clase dirigente.
“Esta es la clase de pobladores y trabajadores que necesita Neuquén! Gente trabajadora y pacífica y no aragana y viciosa, como la mayoría de la que hoy tiene y que no le reporta beneficio alguno al país.
Si la inmigración de estos trabajadores se sigue produciendo, bien pronto el territorio notará sus beneficios, y no será entonces, lejano el día en que podamos ver declarado al rico y grandioso territorio de Neuquén en una nueva provincia.”[12]
El 28 de junio Neuquén volvió a referirse a la obra benefactora emprendida por la compañía Milla-Michicó. “Bueno es que hagamos constar que es la única compañía minera que ha introducido algunas maquinarias y levantado buenas construcciones de material, haciendo de la zona en cuestión, un lugar confortable donde se trabaja con afan de extraer el vil metal.”[13]
Lavaderos de vidas
A principios de 1902 Gabriel Carrasco visitó el norte neuquino comisionado por el ministro de Interior, Joaquín V. González; su misión se enmarcaba en la decisión gubernamental de que se realizaran recorridos periódicos con el objetivo de mejorar la administración de los territorios. En la reseña de aquel viaje Carrasco detalla los métodos aplicados para la extracción del oro:
“Para esa explotación, Quiroga ha construído un canal que le trae agua de las montañas desde 5,000 metros de distancia; hace surcos en la tierra vegetal, á corta distancia unos de otros, y lanza por ellos el agua, hasta que ésta se lleva la tierra y deja al descubierto el manto aurífero.
Entonces se establecen sobre éste, una especie de bateas ó cajones, de tres ó cuatro metros de largo, por los que se hace pasar una corriente de agua, y se arroja en ella la tierra aurífera.
El agua, desagrega la tierra, arrastra las piedras, rodados, limo, y las partículas de oro ó las arenas más pesadas van quedando en el fondo de cajón, entre un embarrillado de madera que se coloca para evitar su arrastre.
Cada cajón ó batea está á cargo de un peón.
Así se trabaja hasta la caída de la tarde.
Llegada esta hora se suspende el lavaje, y se recoge en una especie de fuente, redonda, y de poca profundidad, toda la arena y pequeño pedregullo que ha quedado en el cajón.
Se procede, entonces, á la segunda operación de lavaje.
La fuente, (que es de madera) se coloca con todo su contenido de arena y pedregullo, dentro de una pileta de agua, y el minero zarandea aquello imprimiéndole un movimiento circular que hace salir, arrastrado por el agua, toda la arena y casquijo, y empieza á quedar, en el fondo, una lijera faja de color dorado, que se hace más visible á cada instante……
¡Aquello es el codiciado metal!
Por lo general, cada trabajador obtiene, asi, por día, de dos y medio á tres gramos de oro en polvo, salvo las grandes ocasiones, en que se encuentran pepitas, que son muy raras, ó la existencia de alguna tierra, que puede producir alcances de mayor importancia.
(…) Por el método del lavado se calcula que sólo se obtiene la tercera parte de oro que existe en la tierra; las otras dos terceras partes se pierden en la arena, pero pueden explotarse, y lo he visto hacer, por medio de un segundo y aun tercer lavaje.
El otro método, más racional, pero también de mayor costo, consiste en verter sobre el polvo aurífero ya recogido en las bateas, cierta cantidad de mercurio, y zarandearle para que este metal disuelva ó amalgame todas las partículas de oro que la arena contenga.
Al zarandear la meseta, se vé que, poco á poco, el blanco del mercurio comienza a tornarse en dorado por la amalgama del oro que disuelve.
Una vez obtenida esa amalgama, se coloca dentro de un hornillo de metal, se enciende fuego, y se hace hervir el mercurio, que, al evaporarse deja en el fondo del receptáculo todo el oro que tenía la disolución.
Este método es caro, porque se pierde todo el mercurio empleado.”[14]
En su informe el funcionario nacional también se refería a las condiciones de trabajo: “El minero tiene que pasar horas enteras con las manos y piernas dentro de una agua casi helada, y á los ojos de un ardiente sol, trabajando penosamente aquellas tierras para obtener unos cuantos gramos del precioso metal. Se encuentra privado de casi todo cuanto la civilización ofrece para la comodidad del hombre, en regiones desiertas y sometido á toda clase de privaciones”.[15] Según Carrasco, unos trescientos hombres se dedicaban a búsqueda de oro en las minas y lavaderos de la Cordillera del Viento.
Altas y bajas, y bajas
Hacia 1910 era absoluta la paralización de los distritos mineros más importantes, en especial de Milla Michi Co y Malal Caballo, que solo explotaban pirquineros. Según el director de territorios nacionales, Isidro Ruiz Moreno, en 1916 la industria minera aurífera estaba casi paralizada por falta de capitales y deficiencias del sistema empleado.[16] Hacia 1925, afirma Bandieri, “las explotaciones en gran escala estaban absolutamente paralizadas, las máquinas de la Compañía Aurífera Neuquén habían desaparecido y las antiguas instalaciones de decauvilles, alambre carriles, luz eléctrica, servicio de teléfono, etc, que existían en [la mina] ‘La Julia’, estaban fuera de uso y muy deterioradas”.[17]
Años más tarde, en 1940, Francisco Sales Torres destacaba que debido a que el transporte de maquinarias era difícil y muy costoso para los particulares, “el laboreo minero es rudimentario, moroso y altamente penoso para quienes se consagran a tales menesteres”.[18]
“Con todo, estas actividades mineras, por la forma tan genuinamente criolla en que se llevan a cabo, no son en forma alguna, beneficiosas para la región, ni dejan ninguna compensación efectiva. (…) los beneficiarios son los que lo encuentran… y los intermediarios entre éstos y el ‘mercado del oro’, pero, a los citados departamentos [Chos Malal y Minas], nada. Pienso que si estas actividades se metodizaran, estimulándose debidamente la extracción y asegurando al trabajador su vivienda, salud y alimentación y siendo el gobierno su protector y único comprador, entonces, parte de esas extracciones se podría traducir en caminos, sala de auxilios generales, etc. y no habría explotación usuraria de ninguna naturaleza. Entonces tendríamos ‘Colonias Mineras’ en vez de parias, que a cada momento están expuestos a perder la vida y constantemente también a la explotación despiadada.”[19]
La minería aurífera tuvo diferentes etapas de desarrollo en los años siguientes y es una actividad que sigue presente en el norte neuquino, región que continúa esperando la llegada del tren del progreso. En tiempos de renovadas quimeras es necesario remontarnos a los cimientos, a las matrices extractivistas sobre las que se construyeron territorios e identidades, para deconstruirlas; y simultáneamente rescatar del olvido la memoria obrera, memoria de resistencias.
Autor: Hernan Scandizzo. Nota: La Izquierda Diario (aquí con algunas correcciones del autor). [1] Carbajal, Lino D. (1985) [1906]. Por el Alto Neuquén. Ascensión al pico Domuyo. Segunda edición, Neuquén Siringa Libros, p. 188. [2] Belver, Isidro (s/f) a. Andacollo. “Brillante en las alturas”. Neuteca200, p.8. Disponible en https://sites.google.com/site/neuteca200/paginas-del-alto-neuquen [3] Belver, Isidro (s/f) b. Malal Meulen (La querencia del viento). Neuteca200, p.7. Disponible en https://sites.google.com/site/neuteca200/paginas-del-alto-neuquen [4] Cippitelli, Mario (2017). “El día que asesinaron al yerno del gobernador”, en La Mañana Neuquén, 20 de agosto. [5] Bandieri, Susana. “La minería del oro”, en Bandieri, S.; Favaro, O. y Morinelli, M. (Comité Editorial). Historia de Neuquén, Colección Historia de Nuestras Provincias, Buenos Aires, Plus Ultra, 1993. p. 207. [6] Bandieri, S. 1993. p. 208. [7] Bandieri, S. 1993. p. 209. [8] Masés, E, “La formación del Mercado de Trabajo en Neuquén (1884 – 1920)”, citado en Masés, E. et al, El Mundo del Trabajo: Neuquén 1884 – 1930, Neuquén, GEHiSo, 1994. p. 44. [9] Neuquén, 12-01-1896. La industria minera en el territorio, tapa. En las citas textuales se respeta la ortografía del original. [10] Neuquén, 23.02.1896. Industria minera. De la memoria de 1895, tapa. [11] Para profundizar en el enfrentamiento entre “mineros serios” y “aventureros” puede consultarse “Fines del siglo XIX. Explotación del oro, el discurso oficial del orden”, en + Neuquén, sin fecha. Disponible en https://masneuquen.com/fines-del-siglo-xix-explotacion-del-oro-el-discurso-oficial-del-orden/. [12] Neuquén, 08.03.1896. Buen síntoma, tapa. [13] Neuquén, 28.06.1896. Minas de oro de Milla-michicó, tapa. [14] Carrasco, Gabriel (1902). De Buenos Aires al Neuquén. Reseña Geográfica – Industrial – Administrativa. Buenos Aires, Taller Tipográfico de la Penitenciaría Nacional, pp. 93-94. [15] Carrasco (1902), p. 95. [16] Citado en Bandieri, S. 1993. pp 210-211. [17] Bandieri, S. 1993. pp 211. [18] Torres, Francisco S. (1942). Frontera Neuquina. Disertaciones en el Instituto Popular de Conferencias (“La Prensa”). Biblioteca “Suelo Argentino”, Buenos Aires, p. 95. [19] Torres (1942), p. 96. Algo mas...Los molinos harineros – La huelga del ÑacoLA HUELGA DEL ÑACO (*)
Patrimonio cultural neuquino: El Ñaco