Noticias de una época
Los “largos años 60” son una revolución cultural cuyos protagonistas conforman una nueva categoría social (o un grupo ahora visible): los jóvenes. Según Octavio Paz, los jóvenes de los ‘60 “no descubrieron otras ideas” sino que “vivieron con pasión las que habían heredado”. La “novedad” tal vez era la multiplicidad de herramientas que el modelo ponía a su disposición. Detrás de los ‘60 hubo un capitalismo consolidado, con una curva expansiva de desarrollo que a fines de los ‘60 comienza a cerrarse y entra en crisis hacia inicios de los ‘70.
(Extractos del Libro del Centenario)
“En 1956 abrió sus puertas la confitería La Perla. En aquel primer momento era de Alonso, quien le puso ese nombre en honor a su hija Perla. Luego pasó a manos de Bracalente-Peci (Río Negro, 1965) pero no cambió nunca de nombre. Allí las jóvenes generaciones de los años ‘60, ‘70 y ‘80 pasaron gran parte de su tiempo libre escuchando música, compartiendo con amigos. Era la “sala de espera” para entrar al cine o ir al boliche e incluso era paso obligado después de las salidas hasta que amanecía. En tiempos de “Petaca” Albarracín, La Perla se llenaba de grupos de edades diversas, no sólo para beber algo sino además para jugar al backgammon, un juego que hizo furor en los años ‘80”. Fotos abajo: Natalia Albarracín.
“En los 60 cuando Martos hizo el edificio en Orell y Roca, José Lorente y su esposa Olivia Piergentili pusieron el Salón Rojo donde tenían todos los juguetes imaginables, yo tenía pase libre, compraba todo lo que llegaba nuevo pues siempre había una novedad. Luego vendieron y lo compró Sonia Agudiak, todo fue bien hasta que a fines de los 80 comenzó la decadencia, se trasladó a un local mas chico, al lado, pero cerró en 1994” (Gustavo A. Vega, 2008).
La PikiLa Cueva
En los años ‘60 la movida de la boites acaparó la atención de los más jóvenes. La moda llegó a Buenos Aires y entonces nacieron boliches como Mau Mau y otros como Zum Zum, Snob, África y Reviens, ubicados en la zona de Barrio Norte y Olivos. La noche entonces comenzó a ser selectiva. La figura del disk-jockey y los juegos de luces de colores hicieron su entrada para no irse más. Allen también tuvo lo suyo, “la Cueva” y luego “Mambú” fueron diseñados a tono con la época.
La Cueva, que se mantuvo abierta hasta los años ‘80, fue un emprendimiento de Romano y Valerio Svampa. El local estaba todo cubierto de yeso para simular una caverna. El arte fue de Ricero Marcialetti y la decoración de Jorge Diazzi. El recordado cartel de hierro forjado con el nombre del lugar fue realizado por Hugo “Coraje” Martín. Cuenta el Libro de la Escuela 222 que “referente al sonido” poseía “platos Lenco, de fabricación suiza y dos aplicaciones Lenard de fabricación nacional, 16 waffls (…) ayudados ahora por dos columnas de fabricación alemana”. Además, se indica que La Cueva tenía capacidad para 120 personas sentadas y una amplia pista giratoria –también obra de “Coraje” Martín- en el centro. Se encontraba en la calle Tomás Orell, en el centro de la ciudad, donde por años funcionó el conocido “Bar Central”. Abrió sus puertas en 1969 con una fiesta, iba a venir Piero pero no fue posible.
Mambrú fue un emprendimiento de Juan Carlos Brevi, Jorge “Grasa” Pascual y Luciano Spadari que inauguró en los primeros años de los ’70. Cuando Luciano Spadari se fue a Italia, su parte fue adquirida por el entonces empleado de la barra, Omar “Guatona” Sánchez y Juan Carlos dejó su lugar a Lorenzo Brevi, su hermano. Si bien la empresa no duró mucho tiempo, atrajo público de otras ciudades y hoy es muy recordada por los jóvenes de la época. Cuando se estaba acondicionando el terreno para construirlo, encontraron un enorme caño que fue aprovechado como pasillo de entrada al boliche. Mambrú también fue escenario de bandas y cantantes de la época.
Amarcord (a m'arcòrd). Por José “Punchi” Zenker
“En 1974 hacemos el primer ‘asalto’ en mi casa. ¿Qué hacemos Máximo? ¿Nos traemos los puf y los almohadones de "La Cueva"? Como era a la tarde noche, después teníamos tiempo de llevarlos de vuelta al boliche. Armamos unos reservados impresionantes en un deposito (que estaba vacío y daba a mi vieja casa) del también viejo “Diente de Oro”. Todo se hizo a la siesta yendo y viniendo desde el boliche, que estaba justo en la vereda de enfrente de mi casa, acarreamos sillones, discos, focos de colores… hasta que aparecieron mis viejos, el Maucho y la Luisita: que en una casa decente no hay esas cosas, que qué van a pensar los papás de las nenas que van a venir y así etc., etc., etc. En 15 segundos no había más reservados y sólo quedó la pista, en el medio del patio, con un foco blanco, encendido, por supuesto…
El segundo fue en la casa de la familia Okumatsu, en el fondo había un salón donde estaba la mesa de ping pong. ¡Y ahí fue! ¿Cuál fue la brillante idea? ¿Y si hacemos una cabina para el Disc Jockey? Dale. ¿Cómo la hacemos? Fácil, dijo Máximo, acostumbrado a todo lo que se hacía en La Cueva: yeso, madera y alambre... Y ahí salió la banda de amigos a recolectar por el pueblo. Muchos vecinos deben recordar hoy cómo veían desaparecer el tejido de sus ventanas! Hicimos una cabina espectacular, bah, para nosotros… como sobró yeso y todavía estaba blandito empezamos una guerra sin cuartel por todo el patio y parte de la casa… hasta que llegó el dueño, Koei, y se encontró justo al ‘Chivo’ (Eduardo Bizzotto) en pleno lanzamiento de una bola de yeso muy parecida a una pelota de básquet... Con toda su paciencia oriental dijo: ‘Bichoto...che va’, frase que hasta el día de la fecha perdura y cada vez que nos encontramos con el “chivito” no podemos dejar de repetirla.
Cumpleaños de 15, creo que de Leslie Gurtubay, en su casa. Estábamos toda la banda en ‘La Perla’ y nos enteramos de la fiesta y allá vamos, por supuesto, ninguno invitado, pero ¿cómo no nos van a dejar entrar, si somos nosotros? Llegamos y en la puerta estaba el padre, con cara de pocos amigos. ¿Chicos Uds. están invitados? Afuera, no entramos. Pero se nos ocurrió una idea (tal vez pensando, nosotros no, ellos tampoco) ¡Nos robamos los tapones de la luz y salimos corriendo!
Cumple 15 de Silvana Sitzerman, fiesta en el Hotel del Comahue, toda una paquetería. Los pibes invitados fuimos en un Ko Ko impecable, alquilado a tal efecto. Todo se desarrollaba normalmente hasta que apareció ¡una chopera! Carloncho (Genga) brindaba y tiraba cada vaso de vidrio por la ventana y caía a la calle! La vuelta fue en el mismo colectivo...sólo que ahora, el piso era un sólo vomito.
En el ‘73 si querías comer un sándwich, el lugar era ‘Bandujo’ de Juan Carlos ‘Pericles’ Vergara (ex cadete del Diente de Oro) y Carlos Von Sprecher. Funcionaba en el lugar donde ahora está la mercería de la madre de Edgardo Martín, a pocos metros del cine San Martín.
La parada obligatoria después de La Cueva o Mambrú era ‘Jualos’ de Juan Viesti y Carlos (no recuerdo su apellido), luego sería ‘La Caleta’ también de Viesti y Roberto ‘Tito’ Carucci. Estaba en calle San Martín, donde ahora está el laboratorio de Ana Wolfschmidt.
La primera vez que fui a Mambrú venía ‘Rabito’, un baterista que había pegado una canción de éxito nacional titulada ‘Amante Latino’ (creo que hoy, cada tanto, suena en alguna radio), y no fue mucha gente... lo que sí me acuerdo es del dolor de cabeza con el que salí después de aguantar tantos solos de batería por más de una hora!
Una noche en el tacho de la basura de ‘La Cueva’ aparecieron un montón de discos tirados, simples y LP, todos importados; era una colección importante de música de la época. ¿Qué había pasado? El fenómeno de ‘Parrita’ pensó que estaban rotos, porque había muchos discos -los importados tenían el centro más grande- que estaban suplementados… ¡¡Casi lo matan a patadas!!”.
La moda no incomoda…
La vestimenta de los argentinos estuvo históricamente relacionada con Europa, en especial con España, Francia e Inglaterra. Durante más de dos siglos los argentinos adoptamos sin cuestionamientos la moda europea y recién en 2001 comenzó a desarrollarse el diseño argentino de autor. Por otra parte, hay diferencias muy marcadas en cuanto a si hablamos de Buenos Aires, del norte argentino o de la Patagonia. Aquí no hay influencia española pues no hubo colonización y su poblamiento fue tardío, por el contrario, hay una diversidad que fusionó influencias de los migrantes y el modelo imperante: la moda inglesa.
A fines del siglo XIX y comienzos del XX América del Sur se hizo anglófila, en la moda masculina, primero y luego en la femenina. Para los hombres significó la incorporación del traje, que aún se utiliza aunque poco a poco ha ido perdiendo aquella formalidad impuesta por la moda victoriana. Esta influencia, además de en el vestir, aparece en la postura, la actitud recatada y las costumbres, incluso en la idea de que “no sólo hay que ser, sino también parecer”.
La moda es impuesta por las clases altas y, en realidad, los inmigrantes no trajeron moda europea, sino prendas de sus industrias tradicionales que no estaban precisamente de moda. Como eran, en general, trabajadores rurales, combinaron esas prendas con lo que se ofrecía en el país, De esta manera se introdujeron vestimentas que llegan hasta nuestros días, como las alpargatas y la boina, propias de los vascos franceses.
Hubo en los inmigrantes una especie de melancolía por la elegancia, por el lugar del que provenían, y la decisión de incorporar cosas nuevas. Un “mix” que significó una especie de “dignidad en el vestir”, pues a pesar de la austeridad, la ropa debía estar limpia y bien planchada. Se zurcían las medias, se arreglaba la ropa y se les incorporaban algunos detalles, en especial en las mujeres, pues había que mostrar “hacia fuera” cierto cuidado, tal vez en relación con la necesidad de ser aceptado en el nuevo lugar que habitaban.
Guerras mediante, la mujer fue ganando protagonismo y la moda ingresó en la vida cotidiana. La dependencia con los modelos externos llevaron a modificar la vestimenta local, como no había industria nacional desarrollada, la mirada se mantenía en lo que pasaba afuera del país. Se adoptó, entonces, el estilo de la posguerra: ropa más suelta, corte recto, faldas más cortas, que se trasladaron a la ropa de trabajo de las crecientes clases medias argentinas.
Después de los años ‘50, se iniciaron procesos de rupturas y un nuevo protagonista entra en escena: la juventud. Lentamente se van incorporando usos sin distinción de estratos sociales y de género desplazándose hacia una nueva categoría: la edad, como valor supremo. Los jeans consagraron el concepto unisex y una nueva modalidad en la manera de comercializar la moda: el “marquismo”. Las marcas registradas, de influencia norteamericana, permitieron atraer la confianza de los clientes, que asociaban el éxito de un producto con la marca que les servía de garantía. Este fenómeno en Argentina se inició con las camisas Van Heusen.
Las dictaduras impusieron pautas e impulsaron reglamentaciones que trajeron un retroceso de la moda. Por ejemplo, en las oficinas públicas las mujeres debían usar polleras, en las escuelas públicas los estudiantes tenían que asistir con saco y corbata y con el cabello corto, mientras las alumnas lo debían llevar recogido, no usar tacos ni maquillaje ni esmalte en las uñas, entre otras exigencias.
En los años ‘70 la industria se apropió de la moda hippie, comercializándola para beneficio propio, concluyendo que resultaba más fácil cambiar estilos que alterar los sistemas sociales. En realidad, la industria cumplía el mandato de la sociedad, que utiliza la integración de las “antimodas” al sistema como mecanismo de protección y autodefensa.
“De aquellos tiempos en que todos parecían oficinistas se pasó a un tiempo en que los jóvenes eran los protagonistas y el look se hizo despreocupado, horrorizando a padres y maestros. Las chicas mostraron sus piernas con minifaldas súper cortas, ínfimos vestidos floreados y de colores estridentes; los peinados eran abultados, altos, batidos y con mucho spray. Los ojos se resaltaban con delineador negro, rimel, sombras de colores y, en ocasiones especiales, con pestañas postizas. Los jóvenes dejaron los zapatos lustrados y los trajes oscuros para pasar a usar botas, zapatos con plataforma, pantalones con bocamangas anchas, sacos con solapas inmensas y camisas coloridas y con cuellos importantes.
Este proceso llevó a que la indumentaria se uniformara. La moda, impuesta por los países centrales y difundida a través de las multinacionales, encontró en la juventud su nicho de mayor consumo. Como contrapartida se inició una fragmentación interna de la sociedad que ya no se correspondía con la división tradicional de clases. Un elemento que permitió la diferenciación fue la “marca”. En la década del ‘60, las marcas —los sellos distintivos de cada producto— adquirieron un valor sin precedentes. Cada marca pasó a tener un significado particular, a ser un símbolo de mayor o menor prestigio (de status, como comenzó a decirse en la época).
La marca era y sigue siendo una señal de distinción. Los jean fueron el mejor ejemplo. En la Argentina, a partir de la década ‘60 y durante veinte años, se sucedieron diversas marcas de jeans. Cuando una aparecía en el mercado, superaba en prestigio a la anterior. Los viejos pantalones Far West —los jeans de los ‘60— fueron reemplazados, hacia fines de la década, por los Lee. Luego Levi’s superó a Lee, Wrangler superó a Levi’s, y Calvin Klein superó a Wrangler. Junto a la marca, surgió otra señal de distinción: el diseño. Los diseñadores de moda —pero también de autos, de muebles, de interiores— adquirieron muchísimo prestigio. Los consumidores exigían, cada vez con mayor velocidad, novedades que les permitieran distinguirse (SDC, 2007).
En el periodo, los jóvenes en Argentina desarrollaron manifestaciones contraculturales pero además, asumieron posiciones políticas y se convirtieron en actores centrales de esa década. En la región el proceso de transformaciones culturales fue más lento y podemos ubicarlo hasta mediados de los ‘70. Los jóvenes comenzaron a plantear cambios en los modos de vida pero, a diferencia de las juventudes de áreas centrales más urbanizadas, mantuvieron ciertos valores relacionados a la construcción de la región y su diversidad social. Esto está relacionado con que la información no era masiva, ya que pocos tenían televisión. Algunos recuerdan que quien compraba uno en el barrio debía “sufrir” a los vecinos que se instalaban a ver alguno de sus programas favoritos o simplemente a “ver” en esa pequeña pantalla las imágenes de un mundo todavía lejano para su bolsillo.
Muchos testimonios hablan con nostalgia y recuerdan escapadas, aventuras nunca reveladas a sus padres y constantes reuniones con amigos. Los amigos, la “patota” que se movía en el radio del barrio, con cancha de fútbol propia en alguno de los muchos baldíos que quedaban rodeando a la zona céntrica o potreros más amplios y terrosos en los barrios mas alejados, eran el centro de la diversión (y también de las peleas) de los jóvenes de la época.
My kingdom for a kiss
El picnic reglamentario
la voz del pelado Heleno y Katunga
en una enramada al lado del río
navegando los sueños en un beso
toda la sangre latiendo
como laten los pájaros
en cualquier cielo de septiembre
apenas cuatro palabras para inventar un mundo
que hoy no describirías con un diccionario
porque a cierta edad un beso es un beso
y no esta cháchara que da vueltas
en un mar de dudas que lo complica todo
un beso es un beso exactamente
donde terminan las palabras
y empiezan los lentos con el tema “Soleado”
Daniel Martinez – Katru – Memoria del Manzano (Inédito)
Hacíamos guitarras de cartón/ con el flaco Lema/ cantábamos canciones de los Beatles/ en las veredas de tierra/ de nuestro pueblo de la Patagonia/ Los genios de Liverpool ya se habían separado/ y nosotros menos que adolescentes/ comenzábamos a sentir su embrujo/ La manzana de Apple/ giraba hipnóticamente/ al ritmo de ¡oh, darling! del Abbey Road/ en el equipo de diskjockey del hermano del flaco/ Jamás hubiéramos pensado que un día/ veríamos juntos a un Beatle de carne y hueso/ como cuando esa vez en River/ apareció Paul con su inconfundible bajo/ para devolvernos años de adolescencia/ desde los primeros acordes de “La vi parada ahí” Daniel Martínez – Katru – Memoria del Manzano (Inédito)
Las fotos muestran a jóvenes en distintos espacios donde la música es protagonista, pues las nuevas tecnologías estaban contribuyendo también a impulsar equipos de música más pequeños y portátiles que permitieran trasladar el entretenimiento, tanto dentro como fuera del hogar. El Winco, el “Toca Toca” y las radios a transistores animaban los picnics o los “asaltos”, esas reuniones donde los jóvenes se organizaban para divertirse. Generalmente, las chicas llevaban “algo para comer” y los chicos, “algo para tomar”.
La música tenía ídolos variados, pero a fines de los ‘60 y comienzos de los ‘70 había una particular mezcla en los asaltos y fiestas de cumpleaños. Alguno traía placas de artistas internacionales, pero para bailar generalmente se escuchaba música nacional de Johny Tedesco, Los Gatos, Piero, La Joven Guardia, los muchos hits de Sandro, TNT, El Cuarteto Imperial, Chico Novarro, Rubén Mattos, Juan Ramón, Billy Cafaro, Leo Dan, Juan y Juan, Los Náufragos, Nino Bravo, Camilo Sesto, Los 5 Latinos, Bobby Capó, Pomada, Violeta Rivas, Raphel, Palito Ortega, Donald, Los Pasteles Verdes, Agua Mojada, Jolly Land, Palito Ortega y Quique Villanueva que quería gritar “que te quiero”. Los lentos eran esperados por los varones, porque les permitían acercarse a la chica que les gustaba y al son de Puerto Montt de Los Iracundos enamorar su corazón.
El rock and roll se expandió como fenómeno y parte de la nueva cultura. Se seguía con atención los grupos musicales de Estados Unidos y Gran Bretaña y, en general, se expandió la musica beat. Avanzados los años ’70, los jóvenes escuchaban a Pink Floyd, Deep Purple, Led Zeppeling, entre otros, dando paso a una industria nacional que editaba los discos internacionales con una versión local de sus tapas. La denominada música “progresiva” significó, de alguna manera una forma de vida y una postura, ya que ciertos jóvenes identificaban a estas bandas como “no comerciales”.
En Allen, Casablanca era el lugar donde se compraban discos. Pertenecía a Federico Tonón y estaba sobre la Avenida Roca. Allí los amantes de la música podían escuchar discos por horas, incluso sin comprarlos, y charlar con Néstor Tort quien estaba en el local.
Fotos de estos años y comentarios Albúm años 60 y 70 (completo) Para destacar: Cumpleaños Leonardo Morales Egresados 1977 Otros egresados 1977 Viaje de estudio Niños Jardín Conejito Pompon Fiesta escolar Equipo de Basquet Otra del basquet Fútbol Infantil Festejo familiar Agasajo a Perla Lublin de Favot Valerio Svampa y Piky tolosa en la puerta del boliche La Cueva Fiesta de Casamiento Casamiento Despedída de Soltero del Dr. Kantor Roberto Malet y Danile Von Sprecher Look años 70 Inauguración Biblioteca Popular Naciones Americanas Foto Carnet años 60 Disfrazadas para el tradicional carnaval Bar el Moro: Amoruso “Nenuchi” Luis, Lidia Brunetti, Silvia, Fanny y Nancy AmorusoAlgo más...
Revista AQUÍ Río Negro y Neuquén, junio 1968 (Gentileza Raúl Rodríguez Viera)
Bibliografía:
Saulquin, Susana: “Historia de la Moda argentina. Del miriñaque al diseño de autor”. 1° ed. Buenos Aires: Emecé, 2006. Peralta, Sol: “Póntelo, pónselo”. Caras y Caretas, 2010.