El Amador
En 2009, entrevistamos a Gustavo Amador Vega en su casa, con un tango de fondo. Colaboró en la realización del Libro del Centenario y su entrevista quedó esperando hasta que nos decidimos a terminarla. Hoy Gustavo tiene 81 años y sigue tan memorioso e inquieto como siempre. La precisión en los detalles y la explicación clara, se unen a las cordenadas exactas de cada espacio, de cada lugar que conoció en su vida.
Parece que todo el pasado estuviera vivo… ahí, frente a él, llegando cristalino a su memoria prodigiosa.
Gustavo es hijo de Brígida del Carmen Cortes, ama de casa, y de Gustavo Vega, un transportista que llegó al pueblo desde Neuquén. Gustavo, como lo conocen sus amigos, se llama también Amador, que es como lo nombran sus familiares. Nació en Picún Leufú y tiene 3 hermanas, Elsa, la mayor “luego sigo yo, después Norma y finalmente Hilda (o “Ketty” como muchos la conocen). Mi papá era dueño de 2 o 3 camiones de transporte, le hacíamos los fletes a la fabrica Bagliani y traíamos leña de Paso Córdoba, que antes se pasaba en balsa. Allí dejábamos a unos muchachos trabajando unos 15 días y después los íbamos a buscar, cargábamos la leña, la cortábamos y la poníamos en cajones cocheros para repartir, pensá que todo funcionaba con leña así que no dábamos a basto con las entregas. También buscábamos arena del cañadón y la cargabamos en los camiones, a pala pues no había aun maquinarias, también hacíamos transporte de frutas”.
“En los años ‘50 se creó la FUCA, Federación Unida de Camioneros Allense, con el objetivo de organizarse y establecer tarifas, mi papá, Vicente Gines, el turco Amado, Matamala, Miguel Pastor, Vicente y Miguel Fernández Vega, Manuel y Cirilo Calvo (…) nos reuníamos y yo me encargaba de cobrar las cuotas de socios. Había tantos camioneros… todos recuerdan al vasco Ateca con su viejo camión con una baranda verde y otra azul, ¡le daba lindo al trago!”.
Entre cargas y cargas de camiones, el papá de Gustavo alquiló el local de Pecoretti y puso una carnicería, “en realidad era un pequeño supermercado, porque había de todo. Teníamos una buena clientela pero fiaba mucho así que a la larga no funcionó. Recuerdo que yo iba a la carnicería a las 5 de la mañana y recibía la carne, luego la trozábamos y como no había heladera, se ponía toda cortada en trozos, a la vista para vender, se llamaba depostar. Ahí, tipo 11 de la mañana me iba a estudiar a Neuquén, almorzaba a las 10, 30. Al volver me iba a trabajar a la promotora”. Gustavo Amador se refiere a la promotora de Allende, que a fines de los años 40’ distribuyó altavoces en las calles céntricas del pueblo con el fin de publicitar comercios y pasar música. “Negocios como el Buen trato, La Ideal, Diez y Fernández, Casa Rostoll, Diente de Oro hacían su publicidad allí, yo llegaba de Neuquén y me iba a hacer locución a la promotora, era muy divertido, la gente iba caminando por las veredas del pueblo y escuchaba música con tandas publicitarias”.
Recuerda que en su infancia colaboraba con su mamá en las tareas hogaréneas y ayudaba a su papá en los camiones: “Pero fue una infancia ‘larga’, hermosa, recuerdo ir a jugar al futbol, porque tenía el viejo CUAP al lado de mi casa. Primero tenía que ayudar a mi mamá, que me tenía a los saltos, tenía que cortar leña y llenar los tanques con agua del canal que pasaba frente a casa, que ya no está. Al cortarse el agua de los canales en invierno el agua había que buscarla al ferrocarril.
Después de ayudar me iba al club. Estábamos hasta la noche y el canchero tenía que echarnos porque no nos íbamos más, sacaba un látigo para asustarnos, pero era un tipo buenísimo. Yo fui a la escuela 64 y después a la 23, jugábamos a la mancha, a la escondida, al fútbol y… andábamos atrás de las chicas, como todos los pibes, eramos un grupito grande, recuerdo a Moreno, Gasparini, Turco Elias, Coco Ortega, Da Silva… No me olvidaré jamás del maestro Miró Presas, era espectacular, nos hablaba de todo y te lo contaba con narraciones, aprendimos versos del romance español, no me olvido más algunas citas ‘fracasar no es morir, es volver a empezar’, o ‘cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor’”. COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE Jorge Manrique.
El maestro Presas era gran maestro “Me encantaba!! el me hizo conocer la Iliada la Odisea… tocaba la guitarra. Era de Entre Ríos, no había maestros de acá, venían del norte casi todos. Para enseñarnos ortografía él, por ejemplo, el lunes nos daba una serie de palabras difíciles, el sábado las dictaba y si no llegabas a 10 palabras bien escritas no jugabas al futbol, porque los sábados había clase pero eran clases más distendidas y siempre jugábamos al futbol”.
Gustavo Amador aún vive en su casa de la infancia, en la calle San Martín: “Yo siempre viví en esta casa, donde aún vivo, era de Manzaneda, había tamariscos por todos lados que eran como cercos. Me acuerdo que eran casas a lo largo y se comunicaban por adentro. En el baldío que había detrás de mi casa se hacían lagunas así que poníamos una lata, le atabámos un alambre y con un palo paseábamos remando con un palo. Con latas también hacíamos zancos porque antes venían muchos circos y nos encantaban las pruebas que hacían los acróbatas así que apendíamos ha hacer cosas y practicábamos. En la parte de atrás había como un galpón y allí estaba Nicolás Allende que se dedicaba a trillar. Él fue uno de los primeros que trajo equipos para trillar trigo, alfalfa, cebada, avena, que antes había mucha. Tenían sus plantaciones en parte de la manzana donde está actualmente la funeraria Diniello y salían todos los años en la época de cosecha a la trilla, en los campos no había muchos frutales todavía. Recién se comenzaba a emparejar las chacras luego del desmonte y se plantaba alfalfa, que evitaba que el viento arrasara la tierra del campo. La prueba de la cantidad de tierras con alfalfa es que desde la provincia de Buenos Aires se traían animales para engorde por tren. Bajaban en el pueblo y durante mucho tiempo había un corral y la manga de aquella época, de cuando se cargaba y descargaba animales al tren - eso es una reliquia que estuvo hasta no hace mucho al costado del cruce de la Millacó-. Nicolás Allende era el propietario de la empresa que hacia el corte, el separado de la semilla, el enfardado del pasto, todo con máquinas propias. Tenía toda clase de máquinas y vehículos, Fort T, Ford A, Chevrolet, etc. Lo principal era una enorme máquina a vapor que funcionaba a leña con unas ruedas traseras como de 2 metros de alto y unos 60 o 70 centímetros de ancho, todo de hierro y las delanteras de un metro (…) Era un espectáculo cuando comenzaba el trabajo de corte, primero partía la gran máquina, luego las casillas del capataz, la cocina con su cocinero don Payera, después chatas playas de unos 5 mts. de largo con ruedas de madera revestidas con caucho duro. Luego venían la cortadora, la separadora de la paja y la semilla, la zaranda clasificadora de semilla y la enfardadora, todo colocado detrás del tractor… ocupaban más de una cuadra. Todo esto, cuando lo conocí llevaba años de existencia, eran sus últimos tiempos, sería 1944 más o menos. Recuerdo que don Nicolás vivía en una casilla de madera, siempre vestido con ropa de trabajo. Tomaba Hesperidina, tantas que debajo de la casilla ¡había cientos de botellas vacías!. Estaba muy viejo cuando lo conocí… no creo que fuera casado. Tenía una cupé Ford A cuyo baúl se abría y quedaba un asiento para dos personas. Yo lo acompañé un par de veces en sus recorridos en la zona de trabajo y solía ir a Cipolletti al restaurante de García, del que era amigo. Allí don Nicolás tenía su mesa reservada pues era asiduo concurrente. Era un hombre muy culto y muy respetado por muchos, incluso por su personal. Cuando murió todo quedó abandonado”.
El inquieto pequeño, además de ayudar a mamá y a papá, armaba cajones en el aserradero de Rucci, (ubicado entre las calles Quesnel, San Martín y Libertad) y cuando terminó el primario se fue a continuar el secundario a Neuquén pues en Allen no había ese nivel educativo. El Colegio estaba frente la gobernación e iban chicos de Allen y Cipolletti. “Tomabamos el cole tipo 10,30 u 11 de la mañana, eran unos colectivos viejos que no sabíamos si llegaban o si pasaban, siempre esperábamos que no pasaran o se rompan en el camino para no ir, que tontos!. Volvíamos tipo 20 hs. pues no había colectivos continuos. Iban conmigo Gross, García, todos los hijos de la flia. Montenegro, Pardo, Gatica… muchos. En Cipolletti teníamos muchos amigos, cuando llegábamos allí se llenaba. En esa época yo trabajaba más que nada en verano, me acuerdo de un galpón que daba frente al canalito y que se transformó en galpón de empaque de fruta. El dueño era Di Meo, traía gente del norte, de Entre Ríos, para trabajar. También trabajaba mucho el durazno, preparaban las cajas tan bien ¡que hasta les pasaban plumero! Luego les ponían viruta de celofán transparente de colores y las cerraban nuevamente con celofán. Todo el trabajo se hacía a mano. Yo trabajé como sellador, ponía los sellos de la variedad de fruta y cantidad, tendría unos 15 años, sería 1948. Después, este Di Meo se unió a Ducás e hicieron el galpón que está al lado del bar ‘El Moro’. Trabajé en la AFD en verano, una potencia de la época, yo tenia unos 16 o 17, me venían a buscar para trabajar, armaba tapas para los cajones de frutas con madera que traían de Brasil. Se hacían unos cajones cosecheros pues no se conocían los bines. Yo hacía 1200 tapas era una luz! Por eso me lastime los dedos de golpearme con el martillo, porque eran unos clavitos chiquitos… no me acuerdo cuando ganaba pero yo se lo daba a mis viejos, toda… yo quería una bici, soñaba con tener de todo!!”.
Y un día llegó un banco. Antes, personas y/o comercios funcionaban como bancos, la gente depositaba su dinero con confianza en esas personas que se ofrecían a cuidarlos. El 7 de marzo de 1953 se inauguró en Allen el Banco de Italia y Río de la Plata. Se instaló en la esquina donde hoy se encuentra Lucaioli. Allí se encontraba el Almacén de Ramos Generales Aragón, que cerró sus puertas por aquellos años. Además de autoridades del banco a nivel nacional y de otras sucursales regionales, estuvieron presentes el día inaugural “lo más selecto de las fuerzas vivas de la región”: el Ingeniero Isaac Darquier, el Intendente Juan Mariani, el Crío. Inspector Franco, Manuel Mir, el Ingeniero de la Secretaría de Irrigación Honorio Cozzi, José Skop, el Gerente de Ford de Villa Regina Alberto Bang, Consuelo Díaz Vda. de Aragón, Ángel Palma concesionario de Ford en Gral. Roca, entre otros. Los puestos más importantes del Banco se conformaron con personal que no pertenecía a la localidad. En los puestos de auxiliares estaban Hugo Laponi, Haroldo Bárcena, Gustavo Vega y Mario Banchelli ; los ordenanzas eran Ángel Santana y José Van Opstal.
Gustavo recuerda que lo fueron a buscar al juzgado, donde trabajaba. “Yo hacía unos líos ahí!!, estaba Haneck y Masa que eran gente muy buena y entendían mis errores, porque por ej. para llenar las Actas de Nacimiento no te podías equivocar y yo dos por tres metía la pata. Trabajé dos años allí, hasta que comencé en el banco en 1951. Estuve allí nada más que 36 años… ocupó el edificio de lo que era el almacén de Ramos Generales de Aragón que funcionaba como delegación del banco Nación y luego nos trasladamos adonde hoy esta el Video Magui hasta que se hizo el edificio nuevo. Antes los ahorros acostumbraban a dejarlos sin recibo, se anotaba en un libro el nombre y apellido y listo! Eran reconocidos por su honestidad Fernández Hnos. y José Skop. Yo en el Banco primero atendía la cartera de documentos, luego comencé con giros y remesas, Cuenta Corriente, en la Caja y hasta me ofrecieron la Tesorería pero no quise pues yo tenía muchas otras actividades además del Banco. Cuando estuve en la Caja tenia llave del tesoro, todas las llaves… recuerdo que uno de los gerentes, Brisso, que vino de Entre Ríos, me apreciaba mucho y juntos íbamos a Bahia Blanca a llevar el dinero cuando había demasiado. Ibamos en tren con unas valijas llenas de dinero y nunca nos pasó nada!!. Era hermoso el tren, ibas comiendo y mirando el paisaje. Me acuerdo de muchos clientes de siempre del banco como la Cooperativa La Reginense, Millaco, La Esperanza, Fruti Valle, La Riverneña de Río Negro que fabrica de alcohol de quemar hecho con orujo de uva. Esa empresa después despareció estaba donde esta el galpón de empaque de Rodríguez. Para dar el crédito se pedía una manifestacion de bienes, un titulo de propiedad, se sumaba y se daba el crédito. En aquellos tiempos se pedia mucho crédito y si bien la cifras no eran astronómica, se pagaba, la gente cumplía. Recuerdo, por ejemplo, que en la época del gobierno municipal de Juan Mariani y con Juan Tarifa como secretario, ambos sacaron un crédito a su nombre en el Banco Italia para reconstruir la plaza, había mucha la confianza en los viejos tiempos”.
Mientras trabajaba en el Banco, Gustavo Amador continuó jugando al tenis, una pasión que aún mantiene.El tenis llegó a su vida cuando fue cadete de la tienda La Primavera, ubicada donde hoy esta la Confitería Aranjuez: “Era una tienda muy vieja y estaba a cargo de dos hermanos que me hicieron socio del Club Unión y me enseñaron a jugar al tenis, un deporte que en aquellos años frecuentaba solo cierta gente como los Priner, Reinoso, Verani… Yo me metí ahí y comencé a jugar con todos, a viajar a torneos; yo iba tipo 6 de la mañana y a las 8 me iba a trabajar. También jugaba al básquet con Chavez, Scagliotti, Perico Alonso…”.
Uno de sus emprendimientos le trajo a su vida su actual esposa. Manuel Saiz y Cía. de Gral. Roca le propuso poner en Allen una sucursal de su casa de artículos para el hogar y, como Gustavo trabajaba en el banco, necesitaba una empleada. Así apareció en la vida de este “Amador”, Rosa Coziansky: “Cuando vi a la rubia esta, la contraté. Nunca la había visto, eso que yo tenía muchas amigas mujeres, porque aún hoy soy muy amigo de las mujeres. El negocio al final lo cerré pues no daba mucho. Pasó un tiempo y la fui a buscar, la extrañaba... a ella le pasaba igual, así que nos pusimos de novios. Salíamos a caminar, al cine… yo andaba con mis hermanas atrás así que mucho solos no estábamos. A los 8 meses le pedí la mano a su mamá y permiso para visitarla porque tenía 7 hermanos y no te podías hacer el vivo con los rusos estos que eran grandotes todos jaja”.
Después de casarse puso su aserradero en el barrio Norte y trabajaba para La Esperanza, empresa que le llevaba la madera y el aserradero le hacía unos 2000 cajones. Trabajaba en el banco y en el aserradero cuando Pedro Marchegiani le ofrece hacer una sociedad pues se vendía la sodería Limay. La histórica sodería pertenecía a Alonso (familia que luego estableció la reconocida Confitería “La Perla” en honor a Perla, su hija) fue una de las primeras soderías que estaba ubicada entre Mitre y Velasco (actual casa de Van Opstal). “Repartía los sifones en un carrito tirado por un caballo. Luego instaló una sodería Concetti que hacía la soda con una máquina que llenaba de a un sifón… toda de hierro, alimentada por gas, se llenaba el sifón con agua, se le ponía el gas y a veces explotaba, ¡y eso que eran esos sifones de vidrio grueso!. También allí se vendía forrajes, pasto, maíz, bebidas, etc. La máquina de Alonso era más moderna, llenaba de a dos sifones por vez. Después la compró Van Opstal, éste luego la vendió a Marchegiani y a mí. Le agregamos vinería y gaseosas, con la distribución exclusiva de Crush. Luego, en mi lugar se quedó mi cuñado Emilio Coziansky quien finalmente se la vendió a Petisco”.
Mirá aca la historia del aserradero de Gustavo cuando sucedió la crecida que afectó al barrio Norte en 1965: AQUÍ "La gran inundación de 1965"
Gustavo Amador dice que tuvo muchas oportunidades de trabajar fuera de Allen pero no quiso, se quedó donde logró ser feliz, donde lo conocen y lo aprecian, donde camina y se detiene para charlar en cada cuadra por la que pasa.
No ha dejado de jugar al tenis ni de arreglar su jardín en donde, además de hermosas flores, tiene duraznos y damascos junto a una huerta con algunas verduras.
Tampoco ha dejado de inquietarse y denunciar cuando ve algún problema o cree ver una injusticia; rápidamente se sienta en su vieja máquina de escribir Remintong y escribe su queja ante quien corresponda. Muchas veces ha tenido eco y ha logrado una solución. Estos logros y su familia son la razón de su orgullo… porque Gustavo es Amador, un gran "amador" de la vida.
Gustavo Amador Vega dixit:
“Rostoll tenía un almacén en Juan B. Justo y Orell, que luego lo compraron Abundio y Dositeo Fernández, que estaban con Diez, lo cerraron y los hijos de Rostoll pusieron otro negocio. Desde 1935 los hermanos Emilio y Francisco Martín se hicieron cargo del almacén ‘La Catalana’ que había sido de Sebastián Josa, este almacén tuvo la particularidad de llegar cada día a distintos puntos de la zona rural con una camioneta donde llevaban los elementos de mayor venta para que los vecinos de esos lugares no tuvieran que trasladarse hasta el centro También estaba la carnicería de Félix Hadad; Fernando Gabaldón tenía un taller mecánico”.
“Enfrente de mi casa estaba la panadería Fernández, pero ya casi no existía, debe haber sido muy grande. Venían a buscar a mi viejo para que lleven el pan a Fernández Oro.Se ubicaba en la esquina de Mitre y Alsina, frente a la actual funeraria Diniello. Era muy grande, ocupaba un cuarto de la manzana y repartía sus productos. Algunos recuerdan que sobre la calle Alsina “estaba la cuadra donde se hacía el pan, tenía como 40 mts. y continuaba una tranquera y al fondo un galpón con un patio. Sobre Mitre había piezas y a continuación estaba el local de ventas. También estaba la panadería de Ramos que hacía el reparto en sulky. Estaba en Alem, donde después estuvo la panadería de La Prieta. Tenía un salón de venta con un techo alto, enorme y piso de madera (…) al costado había un gran terreno donde ponían la leña para el horno y los caballos para el reparto. Hacían una galleta de campo gorda y larga, de unos 50 cm., pan de grasa, cuernitos … ¡ni hablar de las caras sucias!”.
“En los años ‘30 también se conformó la Sociedad Siria de Socorros Mutuos compuesta por “vecinos de la parte norte” donde existía una cantidad importante de sirios. La Comisión estaba integrada por Alejandro Baquer, Emilio y José Amado, Amado Escandar, José Salomón, José Mustafá, entre otros. Realizaban actividades solidarias y al disolverse en el año ‘45, donaron sus fondos al Hospital. Los “turcos”, como los recuerdan los testimonios, llegaron en su mayoría a trabajar en la limpieza de canales y desagües “eran todos muy pobres, con sus jardineras llenas de yuyos de los canales (…) de viejos sufrieron la falta de jubilación, penaron hasta que a algunos les dieron una miseria como jubilación que no les alcanzaba para nada. También vendían en las chacras, andaban en unas chatas llenas de cosas para vender”.
“En la esquina Libertad y Juan B. Justo estuvo el bar de Batafarano . Una noche, mientras dormía lo mataron y nunca se supo quién fue, luego Brunetti puso allí su despensa, en ese lugar antes había estado el correo (…) Había muchos comercios como los que estaban en Av. Roca, entre Brentana y Belgrano -en la esquina estaba Sarno, luego Pintado – donde la gente iba a pasar un rato porque al costado tenía una cancha de pelota paleta cuyo frontón daba a la calle Brentana”.
“El Bar Central, en Orell, entre Sarmiento y Alem, fue muy importante en los años 50, la juventud se juntaba allí a la tardecita a tomar un Gancia o un Cinzano, en esa época la bodega Cunti sacaba un vino blanco muy bueno y era parte del aperitivo, lo pedían levantando el pulgar y el mozo ya sabía… Los mozos, Manolo y Torresi, eran amigos de todos pues atendieron muchos años allí. También se hacían bailes y se presentaban cantantes y músicos. Otro bar que recuerdo es el de Dettori, papá de Yoly de García, que estaba sobre Mariani, a metros de la Av. Roca. Luego compró el bar de Petisco que estaba en la esquina de Roca y Mariani. Otro bar era el de Vidal Ruiz ubicado en donde hoy está la Clínica, allí se reunía la muchachada del CUAP; también se hacían bailes. En el barrio Norte habían muchos bares. Recuerdo el que estaba al final de la Av. Roca (…) el bar El Moro era de Vettori, un gringo enorme, bonachón e interesado en adoptar todas las formas de vida de los allenses, quedó después su cuñado, Brunetti, y luego se queda con el bar Nenuche Amoruso, muy amigo de Horacio Guaraní, el cantor que vino aquí varias veces. Un año formaron un equipo de futbol del barrio y en un torneo participaron bancarios, estudiantes… lo ganamos ¡la alegría que tenía el Moro!! Le comimos y le tomamos todo, fue una fiesta”.
“Había muchos bares por aquellas épocas, como sería que don Juan Ginez, albañil y chacarero de la zona de Guerrico, cuando le preguntaban dónde tenía la chacra respondía ‘a siete bares de Allen’ pues salía del bar El Moro y pasaba por todos los que estaban en el camino: el de Vidal en el cruce de la ruta 22, luego el Pobre Onofre, en Guerrico ,cerca de la escuela, pasaba por otro, después por otro en la zona de las chacras de Polio, que también era despensa. A unos 10 km. de la ruta 22 doblaba hacia Roca y allí lo esperaba el bar y despensa de Ujaldón para terminar en los Cuatro Galpones, ya cerca de su chacra”.
“El sector chacras siempre tenía un lugar para la venta de bebidas, los peones se juntaban a tomar algo, a charlar y, generalmente, los fines de semana, el dueño hacía un asado y se armaba la ‘tabiada’ o se jugaba a los dados, todo por plata. Como la policía no lo permitía, a veces llegaba de sorpresa y se llevaba a los jugadores y la plata. Pero algunos se escondían con la ayuda del dueño. Hacían las apuestas con el billete doblado a la mitad, a lo largo y se lo colocaban entre los dedos, pues el juego era rápido y jugaban de afuera apostando ‘voy al que tira’ o ‘voy al que espera’ gritaban. El problema era cuando no querían pagar alegando no haber tomado la apuesta, o se escapaban y se armaba la pelea. Todos estaban armados (…) También se jugaba a las carreras de caballos. Se determinaba el día y en una calle de chacra se hacía la carrera. Se jugaba por mucha plata, alguien se encargaba de tomar las apuestas que luego pagaba a los ganadores”.
“Hacia 1950, en Allen había muchas farmacias, pero la más importante era la de Vaissmann, ubicada en Orell y Mitre. En esa esquina, el dueño atendía junto a su esposa, Clara, eran ambos farmacéuticos. Trabajaba allí Alfredo Nicolini, que sabía muchísimo de farmacia aunque no era farmacéutico, recuerdo que él era el fabricante de la denominada ‘Diadermina’, una crema muy popular entre las amas de casa pues la usaban para el cuidado de las manos y era poco costosa, tenía mucha demanda y la fórmula la sabía sólo él… En aquellos tiempos se hacían muchos medicamentos pues no existían tantos laboratorios como hoy, con la receta del medico vos ibas y te lo hacían para un día después. Después le vendieron la farmacia a Sitzerman y a Nicolini y ise instaló una nueva sobre Tomas Orell, entre Roca y J. B. Justo. La atendían Silveyra y la ‘Colo’ Roberts. La heredó Teo García y la trasladó al lado, pero duró poco. Luego se fue a Neuquén, a la farmacia Del Pueblo”.
“Recuerdo también que existió también una fábrica de ñaco, que alimentaba a gran parte de la población pero cerró. Se la asociaba con el chileno y era despreciado cuando en realidad era un alimento barato y saludable para muchos pobladores. En la década del ‘60 había en Allen una planta hormigonera asentada en pleno centro de la ciudad, en la esquina donde hoy está el Colegio Industrial. Dependía de la gestión del municipio, fue pionera por su capacidad y pavimentó gran parte de las calles del pueblo, Ha pesar de que Bartolomé Morales, el esposo de Beba Dischereit, había proyectado la cantidad total de cuadras que se harían por año, fue abandonada, lamentablemente. Se estuvo deteriorando durante años hasta que desapareció y a nadie le importó”.
“En los años 40 cuando yo tendría unos diez años el medio de vida de muchos chacareros fue el tomate; mientras la plantación de frutales iba creciendo, en los cuadros libres plantaban tomate. Bagliani les daba la semilla y luego les compraba la producción (…). Mi padre tenía camiones y le hacía el flete del tomate y la madera, pues en el aserradero se fabricaban jaulas para transportar el tomate, se llevaban vacías a las chacras y luego de unos días se volvía a buscarlas… Iban, cajón por cajón, por una cinta transportadora que los arrastraba un largo camino hasta donde se los lavaba y clasificaba para luego caer en la moledora, de allí a la separadora de piel y semilla (…) la salsa común iba al llenado de tarros, que se cerraban, se calentaban y listo. Había otros, los concentrados, que tenían otro tratamiento y otros que se llenaban con extracto de tomate, tal vez para exportación. Se hacían también dulces y calculo que en plena cosecha el personal llegaba a 800 trabajadores cuando en Allen la población serían unos 3.500 habitantes, lo que significaba que la fabrica era una de las columnas de la economía local pues daba vida al chacarero que recién empezaba y a la gente más humilde, pues la mayoría venía del barrio Norte, capaz que por esto, esta empresa que alimentó a casi un 50 % de la población activa nunca fue tenida en cuenta por las políticas de la época (…). Para fin de año, recuerdo que repartían entre todo el personal cajas con todos los productos que se fabricaban. Era un espectáculo ver salir al personal por la calle Roca, una gran cantidad de personas, pero especialmente mujeres con sus guardapolvos y cofias a cuadritos celeste y blanco. Sonaba la sirena todos los días del año, días laborales a la hora de entrada diez minutos antes para el fichado de tarjetas (…) Cada grupo tenía su sector de trabajo con su capataz; había una capataz alemana que vivía en la casa que está entre la calle Roca y el canal.. Detrás de Sociedad Italiana estaban las viviendas de los encargados del aserradero, de la administración y el químico”.
Más sobre la fabrica Bagliani
“En los 60 cuando Martos hizo el edificio en Orell y Roca, José Lorente y su esposa Olivia Piergentili pusieron el Salón Rojo donde tenían todos los juguetes imaginables, yo tenía pase libre, compraba todo lo que llegaba nuevo pues siempre había una novedad. Luego vendieron y lo compró Sonia Agudiak, todo fue bien hasta que a fines de los 80 comenzó la decadencia, se trasladó a un local mas chico, al lado, pero cerró en 1994”.
“Sería el año 1950 pues recuerdo que tramité el teléfono para el negocio de mi padre, el número era 138. El teléfono tenía una manivela, para llamar le dabas vuelta y te atendía la telefonista que te decía ‘¿número por favor?’ Le dabas el número y ella te comunicaba, por ahí estabas hablando, ella intervenía y decía ‘¿hablaron… hablaron?’, vos tenías que decirle que todavía estabas hablando… si no cortaba. No eran muchas, serían unas 2 o 3 señoritas sentadas frente a un tablero lleno de chapitas; cuando un teléfono llamaba caía una chapita y en el orificio que quedaba se metía la conexión que era de bronce. Cada cable era un número, ¡Imagináte, era una maraña de cables! Usaban auriculares y cada tanto arreglaban esa telaraña de cables y otra vez podías comunicarte”.
“La Acción Católica compuesta por hombres y mujeres, trabajaba por la Iglesia y se organizaban para hacer actividades, fiestas y ferias. En general, se utilizaba el Salón Municipal para juntarse y hacer distintos eventos. Existió también el Centro Manuel Estrada, sólo para hombres y se reunía en la sacristía de la Iglesia, un salón muy grande que servía para usos múltiples”.
“Con la familia íbamos al colegio Don Bosco o al Domingo Savio donde había chicos que vivían allí todo el año, tenían una banda de música y un equipo de gimnastas, que se presentaban en las fiestas patronales de los pueblos. Cuando venían al pueblo verlos era un espectáculo hermoso. La Iglesia tenía grupos de jóvenes que se reunían y organizaban actividades, también nos juntábamos a jugar al fútbol al costado de la iglesia y el cura nos acompañaba en todo lo que hacíamos”.
“En la Sociedad Italiana se juntaban a jugar a las bochas y al truco, se hacían bailes para juntar fondos para realizar obras. Eran gente muy activa y realizaban actividades que les gustaban. Siempre se hicieron bailes, tenían una pista circular de cemento con barandas a los costados y una tarima en un costado donde tocaba la orquesta. Ponían mesas y sillas plegables de hierro en la parte de tierra e iba toda la familia”.
“El cine Lisboa tenía la entrada por Orell por una galería larga que había que recorrer hasta llegar a la sala, luego se modificó y se entraba por Sarmiento. El Hotel era grande, tenía comedor y el cine tenía piano, que estaba debajo de la pantalla y se usó mucho para las películas mudas”.
“En los años ‘50 un grupo de tenistas cansados de que el CUAP nos dejara sin cancha pues se usaba para los bailes, decidimos interesar a los gringos de la Sociedad Italiana para hacer algo allí. Nos dieron un lugar al fondo del terreno e hicimos un piso que no quedó muy bien pues era de ladrillos enteros y se movían, los rompimos a martillazos pero no fue la solución. Recuerdo que un grupo de jóvenes que jugaban al básquet en Unión también se vino a la Sociedad Italiana, estuve con ellos un tiempo, pero yo fiel a mi Unión me quedé y seguí integrando el equipo allá. En los tiempos del básquet hicieron la cancha y el piso de cemento que aún existe, jugaba mucha gente, tanto que funcionaban también con Estrella Polar, que sólo tenía fútbol. En los años 70 volvió el tenis y se comenzó a preparar el terreno para la cancha, pero después se abandonó por falta de dinero.
El Club Unión, luego de la fusión, se instaló en la manzana entre las cuadras San Martín, Italia, Aristóbulo del Valle y Don Bosco. Tenía una cancha de fútbol, una de básquet (con piso de tierra) y entre 1948-50, se hizo el piso de hormigón de ingreso por la mitad de la cuadra sobre A. del Valle. Había un amplio buffet que accedía al predio, con un gran ventanal que daba al playón y por ahí se vendían bebidas y comida cuando había partidos. Tenía también una pista de patinaje, vestuarios, baños, depósito y una pieza para el cuidador, llamado Ramallo. En la parte alta estaba la secretaría con salón de reuniones.
El club era mi vida, yo vivía tan cerca que me lo pasaba allí, hasta que se nos hacía de noche y Ramallo nos corría con un látigo largo para que nos fuéramos a nuestras casas! Las pelotas de fútbol las hacíamos con medias o con alguna pelota ya destruida, a la que llenábamos de trapos y papel. Las pelotas de cuero empezaban con un tamaño normal y por el juego el cuero se estiraba y se ponía pesadas y más grandes, por eso se destruían rápidamente. Con las pelotas de básquet pasaba lo mismo.
El tenis lo practicaban algunos, yo era cadete de la Tienda La Primavera (en Orell y J. B. Justo) de los hermanos Lasfille y ellos me enseñaron a jugar y me asociaron desde muy chico. Una vez a un presidente se le ocurrió techar la cancha de tenis, ni le importó que después no se pudiera jugar al tenis… estuvimos cociendo bolsas de arpillera durante un mes. Pusimos alambres con soportes para el techo y luego las bolsas. Así se realizaron muchos bailes ¡hasta que el viento se lo llevó!
Recuerdo las Fiestas del Deporte donde se presentaban muchas actividades deportivas, el futbol se presentaba reducido, con 6 jugadores y con la cancha dividida a la mitad… había muchas actividades, básquet, bochas, atletismo, tenis, bala, jabalina, salto en largo, triple…. venían de todos los clubes a participar. Don Juan Tarifa era el alma máter del evento, organizaba, controlaba los puntajes y recuerdo que yo lo ayudaba a dar la información por los altavoces. Todos los clubes de la zona mandaban equipos y deportistas, hasta de Zapala o Choele Choel venían a participar y todo se hacía en Unión”.