Bertadina Burruso, la abuela del barrio
Bertadina Burruso vive en la costa oeste del río Negro. Sus hijos la tratan de Ud. y durante la charla muchos de ellos, con sus propios hijos y nietos la rodean y escuchan atentamente. Son once: el primero, Oscar Cabral, Margarita Burruso, Arturo, Aurelio y María Elena Espinoza, Juan Carlos, Hugo, Mabel, Rodolfo e Ismael Villanueva Burruso (Entrevista de 2009)
Bertadina cuenta que antes criar a los hijos era más fácil, aunque casi todos llegaron sólo hasta 5° grado “porque vestirlos y compararles zapatillas” era muy caro. Eran tiempos de sabañones, tiempos de “otro clima, tan frío que caminábamos sobre la escarcha en invierno”. Bertadina, gran parte de su vida creyó que su nombre eran dos: Berta y Dina, hasta que en tiempos del peronismo ella quiso votar y se fue a buscar en el registro, pues no la habían anotado cuando nació, y se enteró de que su nombre era uno, todo seguido. También se enteró que había nacido antes del año en que pensaba “yo había nacido en 1921, lo que pasaba es que antes a las mujeres no las asentaban, a los hombres sí, pero a las mujeres capaz que nunca. Fue un problema ese día para encontrarme en los registros, pero igual te daban el documento por la cara, nomás”.
Bertadina llegó a Allen hacia los años ’40. Se crió en el Valle Medio con sus 5 hermanos y cuando se casó, a los 15 años y luego de tener su primer hijo, se fue con su marido “que me llevaba de aquí para allá, trabajaba en distintos lugares y tomaba mucho pero yo lo seguí, hasta que me lo pude sacar de encima” dice riendo. Y fue así, apenas nació su segunda hija se separó y se vino a Gral. Roca donde tenía unos conocidos. Un día su mamá la vino a visitar, pero al tiempo de llegar enfermó y murió.
Bertadina se volvió a casar y se vino a la costa a vivir “a un ranchito de ramas, trabajaba en la poda, carpida, juntaba manzanas del suelo… había poca fruta, por eso se sembraban porotos, papa, tomate y cebolla. Mi marido no me dejaba trabajar, pero yo sabía trabajar así que trabajaba en las chacras. Acá en la costa no había nada, estaba el río ahí nomás, estaba el rancho y atrás cruzaba el arroyo que después se secó”. La tierra donde vive toda su familia es fiscal y hasta ahora no han recibido el título de propiedad que en cada campaña los candidatos de turno les han prometido a esos casi 2000 habitantes costeros.
Nunca se casó por iglesia dice, siempre “me junté y nunca me preocupó eso. Con Arturo Espinoza me junté y tuve tres hijos, a medida que crecían empezaban a trabajar porque antes se trabajaba en cualquier lado, pero nunca le daban plata a los pibes, me la daban a mí, yo la iba a buscar. Por ejemplo, mi hijo Oscar, que murió hace poco, conoció gente muy buena como el viejo Fresté de Transporte Gustavito”.
Pero la vida no parecía mejorar nunca para Bertadina. Espinoza murió y se quedó sola con sus hijos pequeños. Como habían trabajado mucho tiempo en Flügel ella esperaba ayuda “porque acá ellos eran dueños de todo, pero no me dieron nada, un mes nomás me dieron pan y carne, que era lo que le daban a los peones. Yo justo ese día en que murió mi esposo había ido a llevar al Hospital a la beba que tenía bronquitis, pero no me atendieron así que volví y una vecina me dio una pomada para que mejore. Él se acostó en la cama y le dio un ataque”.
“Y quedé viuda… ¡pero me volví a casar!”. Él se llama José Villanueva y tiene un poco más de 80 años, ella ya pisa los 90. Se conocieron en 1947, él ya vivía en la costa desde 1939 y dice que es uno de los más viejos, que su papá le compró la tierra a un balsero y que en esos tiempos había unas pocas casas “estaban los Rosales, Izquierdo, Muñoz, Zoila Huachucura, Cantero y nadie más, creo. Yo me acuerdo de los vaporcitos, el Tehuelche y el Villarino que andaban por el río, ¡mirá si hacen años!”, dice José. Desde que tenía unos catorce años que trabaja en la viña “toda la producción se entregaba a las cooperativas y a Biló” recuerda.
También recuerdan juntos los bailes que se hacían en Sociedad Italiana y que a Bertadina le gusta bailar “yo bailaba rancheras y valses, de todo, bailaba con cualquiera porque en los bailes familiares es para bailar con cualquiera, al salón hay que llevar al bailarin… acá se armaban fiestas siempre, para cumpleaños o para cualquier cosa, siempre había algo para festejar. Se hacían asados porque era barato antes, un cordero, un chivo, siempre se podía y yo amanecía bailando. Se tocaba la guitarra, me acuerdo que estaba Raúl Becerra que tenía una estanciera y fue uno de los primeros taxistas del pueblo. También tocaba el acordeón y la mujer el violín cuando se hacían quermeses y bailes en Sociedad Italiana”.
Bertadina cuenta que se hacían fiestas también en Barón de Río Negro y eran muy lindas, con domadas “y asados para las elecciones”. “En la época de Perón y Evita nosotras pudimos votar, me tuve que hacer el documento, pero yo enseguida fui pues me gustaba todo eso. Venía el que iba a ser gobernador, venía Inés Fresté, que vive todavía en el pueblo. Ella me ponía a mí en sus cartas a Evita y nos mandaban ropa y cosas. Yo le hacía las cartas y poníamos a muchas mujeres y después ella las firmaba y se las mandábamos a Evita”.
A Bertadina los recuerdos la ponen feliz, en especial de esos tiempos en que comenzó a participar. Ella trabajó mucho para el barrio, en comisiones, juntas vecinales y lograron hacer el salón comunitario con plata que sacaban de los bailes que organizaban. “Una vez pusimos de premio una guitarra y me la saqué yo”, dice riendo.
En el barrio la electricidad no llegó hasta el año 1983 y todavía no tienen gas, otra promesa constante de las campañas de cada elección. Toda la familia señala que los intendentes que se han sucedido en el gobierno municipal algo han dejado, pero que han sido los radicales los que más obras hicieron.
Durante muchos años el barrio no tenía acceso “Ibamos en sulky al pueblo a comprar, o a caballo, no estaba la calle que viene del pueblo ahora”. Por eso, ir al pueblo era casi un acontecimiento. Por ejemplo, ninguno de sus hijos, salvo el más chico, nació en el Hospital “uno nació abajo del sauce y cada vez que nacía alguno me ayudaban las señoras del barrio. En el ‘58 cuando nació Hugo, justo yo tenía que ir al pueblo a comprar y cuando iba en el colectivo me sentí descompuesta, entonces me fui a la casa de una amiga que vivía cerca, me dio ropita y nos fuimos al Hospital y ahí nació. Mi hijo mayor salió a buscarme porque estaba preocupado. Fueron al Hospital y ahí estaba yo. Me acuerdo que preguntaron ¿Quién vino a atenderse y se quedó? Y yo, que recién había tenido, grité: ¡yo! Después me llevaron la ropa y todo”.
Los hijos se fueron casando, “Oscar, es el único que no se casó y siempre estuvo conmigo, es el que murió. Tenia el vicio del padre, yo le dije: si agarraste el vicio del vino no busques mujer para hacer sufrir, así que no se casó nunca”. Bertadina tiene 32 nietos en 2008 y muchos bisnietos. Cuando se reúnen, toda la familia directa son más de 100, incluso tiene tataranietos. Cuando cumplió 80 años se juntaron todos y una foto es testimonio de la gran familia.
Bertadina escucha, dice que le gustaría que en el barrio haya destacamento de policía, gas, y una buena comisión barrial. Que haya un colectivo estable “porque antes estaba Kovalow, que era bárbaro ahora hay que viajar en taxi”. Por su parte, José sólo pide vivir un año más.
Entrevista de Graciela Vega. Texto María Langa/G. Vega.
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