El heladero ambulante y su corneta

Hace tres años aproximadamente llegó al Museo Municipal de la ciudad una donación muy particular: una corneta. Pascual Antonio Gizzi, de la vecina localidad de Cipolletti, la tenía en su poder hace más de veinte años. Se trataba, nada más y nada menos, que de la corneta de Ricardo Mordacci. Un heladero que recorría las calles de Allen montado en su bicicleta roja repartiendo helado por todos los barrios de la ciudad.

Corneta de Ricardo Mordacci, donación de Pascual Gizzi en AMMA.

Pascual Antonio Gizzi es un típico tano que vive para la familia y el trabajo, con un tono de voz muy fuerte y una altura que supera el metro ochenta. Pero a pesar de la imagen de hombre duro no puede evitar que las lágrimas caigan de sus ojos al recodar a su gran amigo Ricardo Mordacci. Se conocieron en el año 72´, cuando Mordacci había dejado ya el oficio de heladero e ingresó a trabajar a la empresa Yacopino de Cipolletti. “Tuvimos afinidad desde el primer momento. Él era un tano testarudo y yo soy un tano testarudo, él era un gringo laburante y yo soy un gringo laburante ¿entendes? Teníamos maneras de pensar muy parecidas. Toda nuestra vida nos tuvimos que sacrificar para conseguir algo” recuerda Gizzi. A partir de ese momento la amistad entre ellos fue creciendo con a medida que pasaba el tiempo. Pero la vida de Mordacci sufriría un revés del que nunca terminaría de recomponerse: la muerte de su esposa. Con dos hijos a cargo el ex heladero nunca se pudo dar el lujo de bajar los brazos y por el contrario puso más voluntad que nunca. Desde ese momento su vida entera fue dedicada para que sus hijos pudieran estudiar y tener un futuro diferente al de su padre. Cuando sus hijos terminaron el secundario y se fueron a otras provincias a realizar sus estudios secundarios la vida de Ricardo Mordacci fue muy solitaria. “Vivía en una pieza que era una tapera. Él llevaba en un cuaderno el control de los gastos que hacía por mes, sabá que tenía gastar tanto por día y listo. La señora de la rotisería Bambi le daba fiambre y pan del día anterior y con eso subsistía. Todo lo que ganaba se lo mandaba a los hijos para que estudien” recuerda Gizzi, orgulloso de su amigo. La pieza que habitaba era en realidad el altillo de uno de los depositos de Yacopino. Ahí era donde Mordacci tenía sus pocas pertenencias. “Dormía en un tablón de madera donde dos frazadas hacían la suerte de colchón y al lado un cajón cosechero cumplía el rol de mesa. Esas eran todas las posesiones materiales que tenía” comenta Gizzi. Los últimos días de su vida las fue a pasar al sur, con su hijo ya recibido, quien se encargó de devolverle todo el sacrificio de muchas maneras. Pero antes de irse al sur quería dejarle a su mejor amigo, Pascual Gizzi, algo para que lo recordaran por siempre. “El día antes de irse me dijo: querido hermano mío, te quiero regalar mi única posesión, la cual guardo con el más grande cariño ya que tengo los mejores recuerdos de esa época de mi vida. Y ahí me regaló la corneta que usaba cuando trabajaba como heladero. La guarde muchos años con mucho afecto, pero siento que esto le pertenece a la comunidad de Allen, porque Ricardo era de Allen y estaba orgulloso de serlo.” Una corneta en el museo es todo lo que queda en Allen de Ricardo Mordacci. Pero sirve para que esté presente entre nosotros sea recordado como sus amigos aun hoy lo recuerdan “Fue un tano amante del trabajo, un gringo loco por sus hijos, un amigo muy honorable, respetuoso y honesto que laburaba de lunes a lunes para ver a sus hijos con un futuro prospero. Ese fue mi amigo y así quiero que todos lo recuerden”.

 Por Leonardo Stickel para Allen mi ciudad, 2009.

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