Tiempos violentos
En “Historias Secretas del Delito y la ley”[1] los expedientes de la Justicia Letrada del territorio neuquino son la base para que el equipo de investigación GEHiSo (Grupo de Estudio de Historia Social) de vida a aquellos que la historia oficial generalmente olvida nombrar. Si bien son fuentes oficiales, los expedientes analizados hacen emerger a aquellos actores sociales “que las autoproclamadas ‘clases superiores’ identificaron como criminales o por lo menos de serlo potencialmente: ladrones, homicidas, obreros, locos, prostitutas, niños abandonados, ebrios, escandalosos, homosexuales; todo ello ante una hipocresía burguesa que ha justificado algunos fenómenos, como la prostitución, como males necesarios y que ha olvidado los importantes beneficios que de ella se ha sacado”.
Entre 2007 y 2009 Proyecto Allen trabajó en el Archivo Histórico de Río Negro digitalizando unos 2500 documentos originales. Priorizamos aquellos que se referían a nuestra ciudad pero también digitalizamos algunos de la región, entre ellos expedientes de la Justicia Letrada del Territorio de Río Negro.
Nuestro interés en esta institución tenía relación con los testimonios de algunos entrevistados (mayores de 70 años) quienes hacían referencias al mundo conflictivo y violento de antaño. Estos testimonios tenían, además, una visión romántica de los bandoleros de la región. Por supuesto, el mas nombrado fue Vairoleto (o Bairoletto) y los recuerdos giraban en torno a relatos heredados o recreaban los miedos de la niñez.
“Decía mamá que habían acampado y llegaron unos cuatro hombres armados y a caballo”, cuenta Orfilia, “Les pidieron que no se asustaran y les preguntaron qué comían. Como vieron que estaban comiendo fiambre, decidieron que esa no era una buena comida y salieron a caballo. Volvieron con un cordero, lo carnearon y lo comieron con Antolín y sus amigos. Aunque Bairoletto les contó que el cuidador de rebaño los había visto cuando se trajeron el cordero esa noche no pasó nada. Pero a la mañana, cuando se despertaron, estaban rodeados por la policía. Mientras Bairoletto y sus hombre se tiroteaban con la patrulla, ellos se escondieron abajo del camión. ¡En un ratito los dispersó a todos y escapó!. Pero mi papá y sus compañeros cayeron presos. Pobre mamá, estaba deseperada porque papá no regresaba y después supo que había estado preso” (Orfilia Leal de García sobre su papá Antolín).
“Bairoletto sabía ir a mi casa de noche. Pobrecito, era un hombrecito pequeñito, yo no sé porque lo mataron. No hacía daño a nadie, él llegaba y por ahí nos pedía que le prestemos un caballo para seguir adelante. Nosotros le pasábamos el mejor caballo” (Cecilia Gómez en Allen… nuestra ciudad, 2006).
Para Gabriel Rafart (2010) el bandolero patagónico fue considerado distinto a otros bandidos rurales. Los patagónicos tuvieron, de alguna manera, “mala prensa” pues desde periódicos, memorias, reportes y relatos de viajeros se buscó diferenciar a bandoleros patagónicos de otros de otras regiones del país. Planteaban que no había que confundir aquellos, que eran producto de la ausencia de “civilización” con los otros, especialmente los pampeanos, cuyas acciones tenían cierta “valentía y audacia”.
Este discurso pretendía erradicar de la región toda connotación romántica dada por el imaginario popular que enmarcaba a los bandidos patagónicos en una realidad muy distinta, que nada tenía de “heroica”. De esta manera, los “agentes culturales del progreso” reforzaban la idea de que la región era un territorio aún de “bárbaros” que necesitaba ser “civilizada” institucionalizando la ley y el control[2].
Es por esto, que el estado nacional decidió otorgar facultades especiales a los funcionarios territorianos. Así, gobernadores, policías y jueces se transformaron en esenciales para imponer un modelo de integración basado en el imperio de la ley, la propiedad privada y el trabajo asalariado.
“En el pueblo de Gral Roca a veintiuno de noviembre de mil ochocientos noventa y dos, se presenta en esta comisaría don Bautista Castro (…) quien, previo juramento de decir la verdad y que en forma se presentó expuso: que el día sábado último, como a las doce del día, necesitando buscar unos animales perdidos, de los pertenecientes a su patrón Miguel Muñoz, salió al campo a campearlos; que luego encontró el rastro de dos caballos y una mula que se internaban en el campo en que comen los animales de referido Muñoz; que a unas cuatro leguas se distancia, próximamente, de este pueblo encontró un caballo ya carneado con una parte de la carne ya asada y la otra cruda; que a poco de haberse detenido a ver lo que significaba aquel suceso, llegaron los individuos Nicanor Cabrera y un tal Ibañez quienes, una vez preparada la comida del referido animal y después de invitar al denunciante a que los acompañara a comer, procedieron a comer ellos solos, porque el denunciante no quiso aceptarles la invitación” Expediente 7073: Cabrera, Don Nicanor y Santibañez, Don José por abigeato Justicia Letrada del Territorio de Río Negro, 1892 |
Para que este proceso de organización legal se instalara fue necesario el apoyo de las elites y de los inmigrantes. Ambos grupos tenían el mismo modelo cultural y juntos protagonizarán la construcción de la homogenización cultural de la región. Solo fue necesario dar identidad a los denominados “inadaptados” y los expedientes se llenaron con sus nombres.
María Argeri[3] considera que la alta conflictividad de las sociedades de la región es vista por cierta historiografía como un “fenómeno típicamente fronterizo” ya que consideran como frontera a una región social intermedia donde las poblaciones ya asentadas (indígenas) y las que llegan después (inmigrantes) actúan en constante rebeldía. Según esta teoría en estos espacios las normas se diluyen pues, de alguna manera “nunca terminó de cuajar la ‘civilización’”.
Otros estudios, explica Argeri, han intentado superar esta perspectiva y ponen énfasis en los actores sociales. Sin embargo, insisten en que la región fue un espacio renuente a la instalación de instituciones republicanas por la permanencia de rasgos culturales criollos heredados de la tradición hispana.
De esta manera, la mayoría de los estudios refuerzan la idea, generalizada ya, de que las poblaciones indígenas fueron exterminadas y reemplazadas por las nuevas poblaciones de origen migrante. Esto además supone que en la Patagonia los patrones de poblamiento han sido similares a los del resto del país, lo que indicaría que la zona, como toda zona “de frontera”, es violenta per sé. En consecuencia la característica más relevante sería la existencia de muchas organizaciones y grupos delictivos que habrían generado una sociedad de tipo marginal con fuertes rasgos de violencia endémica.
Sin embargo, si bien entre 1880 y 1930 los territorios patagónicos vivieron en un estado permanente de violencia social, la gran conflictividad de la región estuvo estrechamente relacionada al orden estatal que intentaba fortalecerse e imponerse para así homogeneizar la sociedad bajo una estructura de supuesta “igualdad ante la ley”.
Pero ¿de qué igualdad estamos hablando? En realidad este principio colabora en construir una imagen sobre las poblaciones indígenas sometidas como “renuentes al orden”, siendo estigmatizadas como "inmorales, vagos y malhechores" y con acusaciones de "liviandad moral" como en el caso de las mujeres. Nacen así las categorías de "bandolerismo", "cuatrerismo" y "abigeato" (robo de ganado) que, en realidad reflejan la resistencia de estas poblaciones frente a las nuevas circunstancias dadas por la conquista blanca de estos territorios. En este contexto, también se fueron deslegitimando las instituciones indígenas[4].
La conflictividad de la región está implícita en aquella categorización generalizada de la población rural que resiste a la desarticulación de las jefaturas o de otras formas de organización indígenas por parte del nuevo orden impuesto por el estado. Así los sobrevivientes indígenas buscan nuevas estrategias para resistir y acceder a los recursos manteniendo su modo de vida transhumante.
Sin embargo, la llegada de nuevas poblaciones crea enfrentamientos constantes y los indígenas llevaban la peor parte pues estos tenían sistemas y pautas culturales distintos a esos criollos e inmigrantes recién llegados. En la decisión de integrar y disciplinar a la región (para así consolidar los poderes locales y regionales), los funcionarios debieron interceder muchas veces frente a los abusos que se cometían sobre los indígenas, pero al desconocer las pautas de organización de estos pueblos fueron categorizados de peligrosos (Argeri, M. 2005[5]).
Las instituciones y los documentos oficiales presentan una masa indiferenciada de individuos al margen de la ley. Son innumerables los expedientes por homicidios, lesiones, peleas y desacato a la autoridad. Se suman a estos una enorme cantidad de robos y abigeato caratulados por la policía como “bandolerismo” y considerados por observadores de la época como un verdadero fenómeno social endémico propio de la región y símbolo de la falta de adaptación a la dominación estatal que pretendía imponerse sobre los espacios conquistados.
“Ante mi, comisario de policía, se presentó una persona la que previo juramento que presta en forma de ley según su religión, por lo que promete decir verdad cuanto se le pregunte y hechosele saber las penas con [que] la ley castiga cuando se producen con falsedad en sus declaraciones, según el código penal…” Expediente Acuña, Oliva y Soto Juzgado Letrado del Territorio de Río Negro, 1912 |
Las quejas de las autoridades a sus superiores eran frecuentes, pocos lograban mantener el orden en sus pueblos. La organización de la región luego de la conquista militar estableció instituciones que quedaron, en interminables cadenas jerárquicas, bajo el control político del poder central. Fue la seguridad de los nuevos territorios una de las preocupaciones claves del Estado nacional. El esquema tenía a la policía como institución concreta para asegurar la defensa y el orden de la sociedad. A la par del crecimiento poblacional de la región crecían las demandas que “identificaban ‘inseguridad’ con delito y ‘seguridad’ con policía” (Suárez, G. 2010).
En este sentido, tal vez podamos pensar en que aún hoy esta identificación persiste. También, a pesar de las grandes transformaciones culturales, se mantiene la identificación de los mismos sectores considerados “criminales”. Como devenido en algo natural, ser pobre, fue y sigue siendo, una característica para sospechar de una persona.
Pero estamos en tiempos de constitución de poderes dominantes. Para Ageri (2001) mientras estos eran mayoritariamente de origen inmigrante, los sectores subalternos se componían mayoritariamente de indígenas derrotados que sufrían la expropiación y la subordinación. A ellos se les sumaban, en la misma condición, otros migrantes indígenas, mestizos y blancos proletarizados con anterioridad en otros espacios.
Por esto no se puede suponer que en este periodo la violencia en la región solo abarcaba disputas entre indígenas y blancos, sino que era también:
“una expresión propia de los sectores blancos y mestizos que competían entre sí para apropiarse de los recursos materiales, librando una fuerte batalla contra sus reales y potenciales competidores. En síntesis, aquello que la policía, la justicia, los periodistas y los funcionarios denominaban ‘bandolerismo’ comprende al mismo tiempo diferentes sujetos históricos y diferentes modalidades de asumir y expresar el conflicto social en un momento que -es necesario subrayar nuevamente- fue constitutivo de la diferenciación social, destacándose sobremanera el instante de las luchas corporativas en lo que posteriormente iban a ser los sectores dominantes. Por eso, explicar todo este proceso haciendo solamente referencia a categoría legales o la cuestión fronteriza ha servido para ocultar el verdadero problema social que fue legado directamente por la guerra de ocupación” (Argeri, M. 2001).
El expediente 2933 del Juzgado Letrado del Territorio Nacional de Río Negro (1912)
Son numerosas las causas que se ven en los Archivos de Río Negro, pero el robo de ganado es una de las más comunes y numerosas. Otro elemento importante a resaltar es que la mayoría de los protagonistas son de origen chileno. Pensemos que luego de la campaña militar al “desierto” muchos indígenas huyeron a Chile[6] para después volver, por lo tanto, la nacionalidad chilena o argentina es una construcción histórica con actores con diferentes intereses.
El que aquí nos interesa es aquel interés de los funcionarios del nuevo estado (y también de la población en general) que identifica como “chileno” a todo aquel que “viene de Chile”. La lógica nos indica que es así, sin embargo, la numerosa población de “nacionalidad chilena” en la región está estrechamente relacionada a la construcción del estado nacional y la necesidad de delimitar el espacio que históricamente no tenía limites.
De esta manera, la derrota militar de las poblaciones indígenas, la usurpación de sus tierras y el definitivo establecimiento de “nacionalidades” por los nuevos estados, generó el reclutamiento de fuerza de trabajo, mayoritariamente compuesta por descendientes indígenas que aún preservaban la idea de un espacio sin límites.
El expediente 2933 refiere a una causa por robo de animales en Allen en octubre de 1912. Los animales robados pertenecían a la Comisión de Estudios del Canal Río Negro Superior a cargo de Roberto Guarnieri y del Ingeniero Valdemar Abrahamsen. Los protagonistas son el Comisario Tomás Torres Ardiles y los testigos que dan su testimonio: el nombrado Abrahanmsen, Gustavo Meyer (ambos son dinamarqueses), Estanislao Leiva (argentino), Carlos Orquera (chileno) y Pedro Oliva (chileno). Otros nombrados pero que no dan su testimonio son: Jesús Soto y “un tal Acuña”. Estos tres últimos son sindicados como autores del robo de los animales.
Intentaremos presentar este expediente junto a hipotéticos testimonios de ficción (en negrita), un recurso que tal vez permita al lector una mayor comprensión de las acciones, sus protagonistas y el contexto de la época.
Un robo de ganado
Era una mañana cálida de octubre de 1912 cuando el comisario del pueblo de Allen, Don Torres Ardiles, recibió en el precario edificio que hacía de comisaría al joven Abrahamsen. Valdemar Abrahamsen era un ingeniero dinamarqués que llegó al pueblo para trabajar para la Comisión de Estudios del Canal Río Negro, que intentaba dar solución a los problemas del riego de las chacras.
“Cuando yo llegué acá, ellos ya estaban... Yo venía de Médanos, mi familia vivía toda allá pero le fue mal y se vinieron acá. Trabajamos en el riel, ahí, haciendo la vía, vio’. Venían de todos lados a trabajar, hasta indios había, de Valcheta, de Choele, de allá, de Quetrequile… recagao de hambre, ¿sabe? Yo estaba flaco pero ellos… pura costilla viera uste’. No los quería nadie, los echaban como perros de todos lado, “indio ladrón” les decían todos… que se yo, ¡pa’ mí que ni pa’ afanar servían!” |
Ese año había sido especialmente difícil para el pueblo, llegaba la temporada de cosecha y los trabajos que la empresa Ferrocarriles del Sud realizaba estaban muy atrasados. Además, el terraplén del canal secundario norte no tenía abertura y estaba inundando la vía pública, así lo informaba el periódico Río Negro.
El ingeniero se acercó a la comisaría a denunciar el robo de 5 caballos de propiedad de la Comisión y aseguraba que el responsable era un tal Jesús Soto, un peón que trabajaba con él y que había salido del campamento hacía ocho días y “viajaba hacia la cordillera”.
El Comisario decidió dar cuenta al Juez Letrado y al Jefe de Policía del territorio y les envío un telegrama para poder esclarecer el hecho y detener a los culpables. Se preparó así para continuar tomando testimonios y citó a un nuevo testigo: Gustavo Meyer, otro ingeniero dinamarqués, Jefe de la Comisión.
Mucho más no se podía hacer. Escuchar, informar a Viedma y esperar, así era su trabajo. Si las actuaciones llegaban a la capital con tiempo y no quedaban detenidas, se podría librar el arresto de Jesús Soto, hasta ahora el único inculpado.
“¿Por qué siempre se la agarran con nosotros? ¿Qué hicimo? Vinimos, trabajamo, nos cagaron bien de hambre, porque usté no sabe lo que nos pagan… una vergüenza, mire, no alcanza ni pal pan!! Sabe donde vivimos? En una tapera vea usté, un galpón, ahí amontonados todos, durmiendo en unos trapos mugrosos, no sabe… Yo a ese tal Soto, lo ví trabajando aca con la comisión, como todos con pala y barro hasta el cogote, todos. Y ahora, que sé yo si el tipo se robó todo? Usté se cree que él que se robó los caballos?. A mi no me parece, mire, yo le cuento, el Soto se fue hace rato, no sé adonde, pero como aca todos saben que viene del otro lado de la cordillera, ya esta!! ¡chileno ladrón! Así le dicen, chileno ladrón!! Pero a mi, vea, a mi, no me parece… pero capas que si… |
Meyer le dijo al comisario que sabía del hecho pues, estando en Roca, recibió un telegrama donde le informaban que se habían robado cinco caballos del corral de la Comisión. Señaló, además, que el Comisario Zimmerman de Cipolletti le informó por carta que el peón Leiva, quien trabajaba para la Comisión, acompañado por otro, siguieron el rastro de los animales robados. Incluso los vieron que iban vadeando el río y pasaron hacia Neuquén.
El Comisario Ardiles citó luego a Estanislao Leiva, un jornalero neuquino, empleado de la Comisión. Según Leiva, él recibió órdenes de Guarnieri para buscar los animales robados y ya cerca del río vieron rastros que cruzaban hacia Neuquén. Por no llevar armas se volvieron a Cipolletti y fueron a la Comisaría. Ya con un agente y el Comisario volvieron al lugar donde vieron los rastros. Desde la orilla vieron a los animales y él alcanzó a reconocer a Jesús Soto. Decidieron cruzar con una balsa que se encontraba allí pero al llegar ya no estaban.
Los pobladores se quejaban. En Allen aumentaban los robos. El periódico Río Negro decía aquel año que “las raterías continuaban en el pueblo de Allen”, al vecino Pascual Barni en 4 meses “ya le han carneado 4 vacas lecheras, sin que la policía se haya interesado debidamente en el esclarecimiento de tan grave delito”.
Ardiles leía el Río Negro y pensaba. Ya quisieran ellos estar en su lugar. Por eso, había empezado a invertir, para retirarse. Tenía a su cargo un sargento, un cabo y diez gendarmes, pero no alcanzaba. Pensaba desde hacía un tiempo en formar una Comisión de Fomento, invitar a los vecinos a velar por sus intereses.
¿Sabe qué es lo peor? Ser indio… o chileno, que es lo mismo… a nosotros los cristianos no nos tratan bien pero a esos menos vea, ahora dicen que las chacras van a dar sus frutos, entonces ahí vienen todos a trabajar, cada vez vienen mas. Llegan y se acomodan como pueden, a orillas de los canales, en las calles ciegas o cerca de las bardas, allá pa’l norte del pueblo. Yo no sé ¿cómo viven ahí? Un tierral que nadie quiere, más arriba si Usté va, vea, hay unas cuevas también, ahí viven parece, así dicen. Son como animales viera… |
Así más tarde el mismo diario leía que a “falta de autoridad” que intervenga en lo “relativo a los intereses comunes de la población” la Comisión ayudaría en procurar “el cuidado y vigilancia de las acequias de riego y las gestiones necesarias, para dotar a la policía de un local apropiado” (Río Negro, 1913).
¿Por qué siempre los peones? No hay un día que no nos lleven presos o nos culpen de algo, si no es el Ismael, me buscan a mi o al tuerto. No hacemo’ nada, trabajamo’ y nos cagamo’ de hambre, eso hacemo’, nada más… Los patrones están ahí, tienen lu’, nosotros ni pa’ la vela nos alcanza, ellos tienen animales ahí, tienen comida buena, ¿sabe? lo que quieren tienen, nosotros ni una vela… pa’ calentarnos un poco hacemo’ un fueguito con los palos que robamo’. ¡Y si! ¡Lo robamo’!! ¿Qué quiere uté? ¿qué nos muramo’ de frío?. Al tuerto ya se lo llevaron preso por los palo que se afanó, ¡pero si andaba cagado de frío! medio enfermo andaba el pobre. Si te enfermá’, jodete, porque en el hospital ni te atienden, a veces vienen lo tordo al galpón, por la enfermedá’ esa que te dan las putas, andan ahí revisando si hay chancro y eso… pero de frío nos morimo’ y chau. |
Unos días después de la desaparición de los sospechosos del robo, el comisario Ardiles obtuvo algo más de información. Un tal Carlos Orquera había visto a Soto y a dos más, Acuña y Oliva, con los animales hurtados.
En la mañana del 12 de Octubre de 1912 llegó Orquera a la Comisaría, un chileno de 25 años, jornalero que vivía “accidentalmente” en Allen. Declaró que había visto a Jesús Soto, una tal Acuña, un tal Oliva y dos más con los animales de la Comisión e iban en dirección río Neuquén, aguas arriba. Señaló que en un primer momento creyó que “iban mandados por el ingeniero” pues Soto estaba de peón en la Comisión, por lo que no le llamo la atención. Pero dos días después se enteró que al ingeniero le habían robado los animales y ahí se acordó que los había visto en Cipolletti.
Ardiles citó a Guarnieri por esta nueva información, pero este no estaba en la zona. Decidió entonces, enviar todas las actuaciones a Viedma y esperar. Así, el 5 de noviembre llegó a la policía allense una nota de Viedma donde le informaban que habían recibido su informe.
Mire, aseguran, aseguran, que el tipo robó, que el tipo mató y que sé yo cuantas cosas más lo culpan, despue’, lo largan. Los tienen entre ojo y ojo, ahí te tienen, te dejan como la mona. La gente te mira, despue’, ¿sabe? Uno queda marcao’, a veces por un fulano que te tiene entre ojo, el tipo te entrega a los leones, te cagan la vida y no salís más ¡¡no te contrata nadie despué!! ¿Qué te queda? Y robar, si, si eso dicen que es fácil, si, si, ¿fácil? ¡¡Anda vo’ a robar!! Yo no. Eso hacen ellos, yo no, que quere’ que te diga, yo no puedo, ellos afanan y allá se van al otro lado, al norte y de ahí a La Picasa… sino derechito a la Cordillera pa’ Chile. Si de ahí vienen todos, todos ladrones son… de allá vienen, viera usté… |
La respuesta de Viedma se hizo esperar un mes. Ya era diciembre cuando el Jefe de Policía del Territorio le informó al Juez Letrado en Viedma que mantendría el sumario en la Secretaría “hasta que el autor o los autores del hurto se presenten”. Además, recomendó que informara a la policía de Neuquén para que si los capturaba y los remitía al territorio. Finalmente, el 30 de diciembre libran la captura de los presuntos autores, Soto, Acuña y Oliva, “bajo apercibimiento de ser declarados rebeldes”.
Ya en febrero de 1913 apareció “un tal Oliva” por el pueblo y lo hicieron comparecer ante las autoridades. Decía llamarse Pedro Oliva, sin sobrenombre ni apodo. Era chileno y tenía veinte y ocho años de edad. Había sido detenido en noviembre de 1912, en Junín de los Andes (Neuquén), por una pelea que había protagonizado con Juan Antinao. No reconoció el hurto de animales en Allen, pues aquella noche se hallaba trabajando en Cuenca Vidal. Pedro Oliva informó que había sido detenido por la pelea con Antinao también en la Comisaría de Cipolletti y que no tenía ningún otro proceso.
Más de un año más tarde, el 13 de julio de 1913, el Fiscal y el Juzgado Letrado decidieron finalmente sobreseer provisoriamente a Oliva por no encontrar pruebas suficientes para culparlo del robo de los animales en Allen.
¿Quienes son los protagonistas de los expedientes?.
El delito y la violencia en la región tienen protagonistas. Pero tal vez no sean quienes aparecen en los expedientes, tal vez la conflictividad de la región tiene otras raíces y, por ende, otros autores: una alianza entre comisarios, jueces y propietarios que en nombre de la civilización, del Estado Nacional y el imperio de la ley transformaron en una propiedad privada.
La región es propiedad privada, es parte de un Estado Nacional que fue cooptado por la elite propietaria que impulsó la Conquista militar, una elite que se hizo dueña de enormes cantidades de tierras en la región. Que también, en muchos casos, tenía lazos (ideológicos y/o comerciales) con propietarios en la región. Por esto se hizo necesario el imperio de la ley así como también afianzar el derecho a la propiedad privada.
Esta, parte central del orden liberal que se instalaba en el país, fue el gran argumento de aquellos que definían qué era delito y quién era delincuente. De esta manera, podían estigmatizar sin problemas de conciencia al pobre, al extranjero –generalmente el chileno en una población mayoritariamente de ese origen- y al aborigen recientemente derrotado y reducido a la servidumbre (Burton G. 2008).
Los protagonistas de los expedientes son en su mayoría pobres, extranjeros, aborígenes. No son aquellos que alcanzaron la posibilidad de ser propietarios sin grandes esfuerzos, que heredaron propiedades. No son “honorables” y a sus nombres no les precede el “Don” del que gozan los notables de cada pueblo de la región.
Las páginas de los expedientes se llenan de rostros oscuros y ojos rasgados, de hombres de vestimentas andrajosas, de mujeres golpeadas y de niños abandonados. Se llenan de los denominados “bandidos”, considerados enemigos del estado y de la ley, que roban “por vicio”, por “barbaros e incivilizados” y que, no gozan de la fama de los legendarios bandoleros pampeanos.
Los expedientes también se llenan del denominado delito de “abigeato”, es decir, de robo de ganado, una práctica que revela el proceso de desestructuración de las sociedades agropastoriles indígenas, a las que primero la campaña militar le confiscó su medio de vida, el ganado y luego, a través de distintos mecanismos de poder, impuso una violencia normativa que desconocía no solo sus costumbres sino su medio de supervivencia. Judicialmente, el estado transformó al mapuche en criminal por el solo hecho de vivir como mapuche. El robo de ganado es una práctica residual no institucionalizada y puede ser visto como una manifestación de descontento generalizado, una acción de acuerdo a una tradición que ya no reconocía los limites que antes ponía la ley de los lonkos (León, L. 2008)
De esta manera, la acción de la justicia fue en defensa de los nuevos propietarios de la región forzando a indígenas y descendientes a un proceso de incorporación al estado nacional, al modelo de producción y de trabajo asalariado.
Finalmente, tal vez el caso analizado no nos permita reconocer a quienes indicamos como protagonistas obligados. Del expediente de Oliva, Acuña y Soto solo sabemos que Oliva es chileno y que si robaron los animales que un testigo asegura, los trasladaron a Neuquén, camino obligado para el cruce de la codillera a Chile. Sin embargo, el caso junto a los textos de ficción nos pone en sintonía con algunas de las cuestiones comúnmente soslayadas al analizar la violencia social de la región en tiempos de la construcción institucional y legal de la recién incorporada Patagonia.
Bibliografía:
Argeri, María Elba: "De guerreros a delincuentes. La desarticulación de las jefaturas indígenas y el poder judicial. Norpatagonia, 1880-1930". Madrid, 2005 Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Colección Tierra Nueva e Cielo Nuevo, 2005
Argeri, María Elba: “Mecanismos Políticos que posibilitan la expropiación de las Sociedades Indígenas Pampeano Patagónicas (1880 – 1930)”. 5° Congreso Nacional de Estudios del Trabajo, agosto 2001.
Burton; Gerardo: “La Patagonia fuera de la ley. Bandoleros en tierra de nadie”. Publicación Confines. El Extremo Sur de la Patagonia. Noviembre – Diciembre, 2008 Año I – N° 14
León, Leonardo: “El ocaso de los lonkos y el caos social en el Gulumapu (Araucanía) 1880 – 1925”. Cuedrenos Interculturales Año 6 N° 11 Segundo Semestre 2008
Rafart, Gabriel: “Bandidos de la Patagonia: ¿criminales o rebeldes?” En Rafart, Gabriel (Comp.): Historia Social y Politica del Delito en Patagonia. 1° ed. EDUCO, Neuquén 2010
Rafart, Gabriel: “Tiempo de violencia en la Patagonia. Bandidos, policías y jueces 1890-1940”. Ed Prometeo, Bs As. 2008.
[1] Debattista, S.; Debener, M. y Suarez, D. (Comp): Historias Secretas del delito y la ley. Peligrosos y desamparados en la Norpatagonia 1900 – 1960. EDUCO, 2004.
[2] En 1932, el periódico Río Negro, bajo el título “El auge del bandolerismo en nuestro territorio. Interesante opinión del doctor Lapalma”, reproduce una entrevista al fiscal de justicia del territorio, Oscar F. Lapalma, que publica el diario “La Razón”. Al igual que otros análisis, el fiscal asegura que el bandido patagónico es un delincuente nato, audaz pero cobarde, “de una perversidad brutal, pero grandes simuladores y mansos en apariencia (…) No es posible comparar este delincuente con el matrero, que existía en las provincias del litoral. Este siempre fue un gaucho valiente, tratándose de defender la vida o salvar la libertad comprometida en un trance difícil. El bandido de la Patagonia es un cobarde” (Yappert, S. 2006).
[3] Argeri, María Elba: “Mecanismos Políticos que posibilitan la expropiación de las Sociedades Indígenas Pampeano Patagónicas (1880 – 1930)”. 5° Congreso Nacional de Estudios del Trabajo, agosto 2001.
[6] Recordemos también que las rastrilladas indígenas recorrían un largo camino que unía, desde tiempos precolombinos, Leubucó o Leuvú-có (noroeste de La Pampa) con Chole Choel, la Confluencia de los ríos Limay y Neuquen hasta Chile, cruzando los históricos pasos cordilleranos. Esto indica no solo la antigua relación entre, lo que luego se denominará Chile y Argentina, sino también que la Patagonia fue una zona que no distinguía actores que circulaban el espacio, por lo tanto ellos tampoco distinguirán por varias generaciones esa pertenencia al los estados nación impuestos de uno y otro lado de la Cordillera de los Andes.