La fábrica Bagliani
En el semanario Voz Allense Nº 64, editado el viernes 6 de julio de 1934, se publicó que “las activas gestiones de un grupo de vecinos” llevaron a que se instalara la fábrica de conservas de tomates en la ciudad de Allen. El vecindario había financiado parte de la obra. Luego de varias reuniones se había conformado una Comisión Provisoria con el Dr. Velasco como presidente, José Cirigliano como secretario, Aquiles Lamfré como tesorero y como vocales Manuel Mir, Antonio Alonso y Alejandro Brevi. Esta Comisión realizó una colecta para afrontar los gastos de viajes y luego recorrió los “comercios, vecinos y colonos”. Con estas colaboraciones lograron juntar $20.000 Moneda Nacional para instalar la fábrica. Incluso el terreno usado para construirla era propiedad del Dr. Velasco y correspondía a las Quintas 19 y 20.
Se trataba de la reconocida Fábrica Bagliani, el más claro representante allense del modelo de producción europeo surgido con la Revolución Industrial. El fondo que reunió la Comisión se usó para construir el edificio que resaltaría en el paisaje local con una chimenea de 25 metros de altura “como símbolo del trabajo y desarrollo industrial”. La maquinaria para la producción llegó de Italia y, según los medios, lo que pusieron los vecinos sirvió “en exceso” para lograrlo. Desde Europa también se envió a un técnico, pero fueron Gino Gobbi y Bruno Taina quienes mantuvieron las maquinas en condiciones.
El 25 agosto de 1934 la Comisión procedió a repartir semillas a los colonos de acuerdo a la cantidad de hectáreas que se comprometían a sembrar. El viernes 7 de septiembre de ese año, el periódico La Voz Allense comunicó que ante el escribano Pellegrini se firmó el contrato entre los representantes de la fábrica y dos vecinos como garantes de la suma que había aportado la localidad. De esta manera, los pobladores que habían hecho aportes se constituyeron en una sociedad denominada formalmente Sociedad Industrial de Productos Alimenticios (SIPA). Para el 22 de febrero de 1935 la fábrica ya era una realidad. El semanario local relata en sus páginas que se pusieron en marcha las calderas y una “cortina de humo lanzada desde la chimenea de 25 mts de alto ondea hace días simbolizando para Allen una nueva etapa precursora del progreso”.
Los Bagliani ya pensaban en abarcar otras actividades, por lo que construyeron varias otras dependencias. A mediados de marzo de 1935, se cargó el primer vagón de extracto de pomodoro con destino a Buenos Aires. El armador y técnico de la fábrica fue Giovanni Cavazzini que pertenecía a una firma comercial de Parma, Italia. Meses más tarde, el cronista de Voz Allense recuerda que “pese al criterio egoísta o equivocado de muchos pesimistas” se entendió que hay hombres de “empresa y de acción” que “con poco o con mucho son los que Allen necesita para cambiarlo en su aspecto y su forma.” Sin embargo, a pesar del gran éxito existían problemas. Uno era la aglomeración de los vehículos que traían el tomate. Una anécdota de otra fábrica de Bagliani en Villa Regina da cuenta de lo que era esa situación: “Había temporadas buenísimas y otras muy bravas. Sobre todo cuando había más tomates de los que se podían comprar y los chacareros no sabían qué hacer con la cosecha. Nos atorábamos de tomates. Le pagábamos 3 centavos el kilo. Recuerdo a un colono, Chiachiarini, que se paraba frente a la puerta de la fábrica y gritaba: ¿Qué facciamo con i pomodori?” es decir: “¿Qué hacemos con los tomates?” en italiano (Yappert, S. 2004).
Para 1936 se instaló un aserradero en la fábrica, la cual ya recibía más de 3 millones de kilos de tomate y elaboraba un 25% más que en sus inicios solamente 2 años antes. Para ese momento trabajaban para Bagliani alrededor de 150 personas. Este auge tuvo que ver con un contexto nacional. La industria en la Argentina tuvo su crecimiento a mediados de los años ‘30 y ganó impulso durante la Segunda Guerra Mundial. Abarcaba bienes de consumo como sustitución de importaciones sin extenderse a industria pesada. La mayoría no ocupaba muchos obreros y en general la mitad de los propietarios de las pequeñas industrias eran extranjeros. Félix Bagliani y Cia. tenía funcionando 32 industrias, incluyendo ocho bodegas de vino, la producción de sidra y la importante fábrica de conservas de tomate y frutas que proporcionaba ocupación a muchísimas personas y llegaba a fabricar 220 toneladas de conservas de tomate por día en plena cosecha. Además, industrializaba inmensas cantidades de peras, duraznos, damascos, cerezas, ciruelas y fresas cultivadas en el Valle. Llegó a ser tan importante que el tren entraba a la fábrica por un desvío que llegaba hasta la puerta para facilitar la carga y descarga de mercaderías.
Los recuerdos que quedan sobre esta imponente fábrica son anécdotas del buen trato de los patrones como el constante cuidado y ayuda de Don Félix Bagliani a sus empleados: adelantos de dinero cuando había problemas, préstamos sin devolución, pago de cuidados médicos y cirugías a sus familiares, préstamos para la compra de terrenos. Entre estos cuidados estaba la famosa “bolsa” de artículos que a fin de año era esperado por los trabajadores junto a un gran almuerzo celebrado en la misma fábrica. También los recuerdos marcan el origen inmigrante del dueño y la continuidad familiar, donde entran en juego las relaciones y vínculos con el personal y la sociedad en general.
“En los años 40 cuando yo tendría unos diez años el medio de vida de muchos chacareros fue el tomate; mientras la plantación de frutales iba creciendo, en los cuadros libres plantaban tomate. Bagliani les daba la semilla y luego les compraba la producción (…). Mi padre tenía camiones y le hacía el flete del tomate y la madera, pues en el aserradero se fabricaban jaulas para transportar el tomate, se llevaban vacías a las chacras y luego de unos días se volvía a buscarlas… Iban, cajón por cajón, por una cinta transportadora que los arrastraba un largo camino hasta donde se los lavaba y clasificaba para luego caer en la moledora, de allí a la separadora de piel y semilla (…) la salsa común iba al llenado de tarros, que se cerraban, se calentaban y listo.
Había otros, los concentrados, que tenían otro tratamiento y otros que se llenaban con extracto de tomate, tal vez para exportación. Se hacían también dulces y calculo que en plena cosecha el personal llegaba a 800 trabajadores cuando en Allen la población serían unos 3.500 habitantes, lo que significaba que la fabrica era una de las columnas de la economía local pues daba vida al chacarero que recién empezaba y a la gente más humilde, pues la mayoría venía del barrio Norte, capaz que por esto, esta empresa que alimentó a casi un 50 % de la población activa nunca fue tenida en cuenta por las políticas de la época (…).
Para fin de año, recuerdo que repartían entre todo el personal cajas con todos los productos que se fabricaban. Era un espectáculo ver salir al personal por la calle Roca, una gran cantidad de personas, pero especialmente mujeres con sus guardapolvos y cofias a cuadritos celeste y blanco. Sonaba la sirena todos los días del año, días laborales a la hora de entrada diez minutos antes para el fichado de tarjetas (…) Cada grupo tenía su sector de trabajo con su capataz; había una capataz alemana que vivía en la casa que está entre la calle Roca y el canal.. Detrás de Sociedad Italiana estaban las viviendas de los encargados del aserradero, de la administración y el químico”.(Gustavo A. Vega 2007).
La propiedad y gestión de esta industria siempre estuvo en manos del mismo grupo familiar mientras estuvo produciendo entre 1935 y 1989-90. Los Bagliani sellaron una marca que dio el estilo de desarrollo y gestión, caracterizado por una conducción centralizada y paternal.
Alejandro Armando Bagliani es más conocido en Allen por la evolución de su apodo en italiano: Alessandro era su nombre, pero, como era chico, le decían Sandrino y de allí, Sandro, como lo llama la mayoría. Hijo de Félix Bagliani, nació en Buenos Aires y se vino a la zona recién en 1982 a trabajar con su padre, cuando tenía unos 22 años. Cuenta que tuvo que pasar por todos “los estamentos, ya que Don Félix era muy personalista y exigía mucho”. “Las cosas se hacen bien o como las hago yo” le decía. Sandro dice que Félix era “personalista” con ellos y “paternalista” con sus empleados y hoy recuerda que en el día del trabajador en la fábrica se hacía una fiesta con los 300 obreros y se entregaban regalos a todos.
Sin embargo, él se llevaba bien con el padre, a pesar de la diferencia de edades, casi dos generaciones. Tenía ciertas “licencias, pero era un hombre de 72 años y yo tenía 22. Te exigía y siempre parecía que no te reconocía cuando hacías algo bien, pero después se emocionaba contándole a mi mamá lo que yo había hecho. No era demostrativo. Una palmada era un te quiero para acordarse en los próximos 10 años venideros”. Don Félix era de 1908, cuando las costumbres eran muy distintas, “con un padre mucho más bravo que él”, según dice Sandro. En aquel momento los hijos no comían con los padres, no se levantaba la mirada cuando les dirigían la palabra y se trataba de Ud. a los mayores. Félix no hablaba mucho de su vida, sólo cuando tenía que dar ejemplos a sus hijos. Con esta crianza, llegó a Villa Regina en el año ‘32 buscando un lugar donde establecer la fábrica. Era la preguerra y el mundo se encontraba plena crisis del ’29. Los Bagliani habían perdido todo con el fascismo, había mucha miseria en Italia y así decidieron venirse, dejar Piamonte.
Recordaba que, al llegar, un indigente le pidió 50 cts. “para comprar medio kg. de carne para un guiso”. Esto le llamó tanto la atención que solía contarlo a menudo, pues venía de plena inflación alemana “donde un pan de jabón salía 150 millones de marcos”. Así, anécdota de por medio, la fábrica se instaló en una zona que consideraban cercana a Regina. Un cuadro con una foto de la fábrica se ve en plena zona de chacras, el pueblo recién nacía. En Roca tenían una bodega (detrás de lo que hoy es Villanova) y se producía el vino “Marqués de Río Grande”. El nombre era demasiado parecido al de la Bodega de Piñeiro Sorondo, “Barón de Río Negro”, por lo que tuvieron algunos problemas en su momento. El vino que producían los Bagliani era blanco o tinto y se hacía en botellitas de cuarto, que se servían en el vagón comedor del tren.
Entre sus recuerdos de la fábrica, Sandro tiene a los tablones rojos donde se deshidrataba el tomate. También recuerda al “Tomacó”, que Bagliani hacía en Villa Regina, era un tomate concentrado en tableta, “tipo un caldito, se aplastaba el tomate, se lo ponía a secar y después se lo raspaba”. La fábrica siempre intentaba innovar y era su tío quien viajaba a Europa y traía novedades para aplicar. Además de todos estos recuerdos, hay un elemento fundamental que la fábrica dejó en el imaginario colectivo de la gente de Allen: la sirena. Sonaba todos los días, menos los domingos, a las ocho menos cinco, doce menos cinco, dos menos cinco y seis menos cinco… Mucha gente que no trabajaba en la fábrica se acuerda de guiarse por la sirena de la Bagliani para levantarse y no llegar tarde.
La chimenea, el tipo de construcción, los tragaluces y el doble techo para aprovechar la luz natural son símbolo del progreso industrial de la época según Sandro, que se copió de las fábricas que su familia había tenido en Italia. El estilo de su padre era el de controlar toda la producción. Hasta establecía cuantas mujeres iban en cada línea. “Era capaz de pasarse todo el día y decidir cómo se trabajaba. El capataz era quien recibía las órdenes y él se las transmitía a los obreros”, explica su hijo. “Cuando yo me quedé solo”, relata Sandro, “cuando falleció mi viejo el 11 de octubre de 1987, las primeras que se me acercaron fueron las viejas obreras, que me explicaron cómo era todo. Coila, Rosita Purran, María Alegría… Zuñilda, la capataz, que era la asistente del capataz. Yo miraba pero ella era la que organizaba. ‘No se pasen, que hay que ayudarle a Sandrito’ decía”.
Esto muestra el apego de los trabajadores a la familia y la fábrica que siempre tomaba gente nueva. En el lugar habían códigos claros que no se podían romper, y las nuevas recibían reprimendas: “si algo pasaba las viejas obreras no lo permitían… las hacían equivocar, la mojaban…”, cuenta Sandro riendo.
“En la fabrica empecé a trabajar a los 18 años, con mi mamá y mi cuñada. Entrábamos a las 8 y salíamos a las 12. Hubo una época en la que entrábamos a las 12 y salíamos a las 18 después volvíamos a entrar a las 12 de la noche para salir a las 6 de la mañana. En un tiempo trabajábamos corrido de 8 a 12 y entrabas a las 2 y salías a las 6 sin pausas para refrigerio. Después si había otros horarios los tenías que hacer. Éramos la mayoría mujeres, había por lo menos 40 mujeres trabajando conmigo en la fábrica, María Cheuqueta, Eva Rodríguez, Sara Bascuñan, doña Rosita Avilés… ¡Y la capataza! Anita, italiana. Era brava… no era mala, pero como todo capataz te tenía cortito. Cuando salíamos de la fábrica, comprábamos caña de durazno y tomábamos con las compañeras. Los dueños eran buenísimos, Bagliani nos prestó la plata para comprar la casa. Después le pagamos en cuotas a él. Eran buenos los viejos, para qué te voy a mentir… hacíamos pedido y nos traíamos de todo, salsa, keptchup, dulces. Lo que fuera. Yo trabajé en la fabrica hasta el ‘87” (Elvira Molina, 2008).
Cuando se cerró la fábrica, la división de bienes se hizo en forma “racional”, asegura Sandro. Los de Allen se quedaron con lo Allen, los de Roca con lo de Roca, y así en general. La división fue hecha con un dibujo, se tomó todo y se dividió en el papel y de palabra.
Lamentablemente, la fábrica en Allen ya no está en pie. Se presentó una propuesta para lotear el terreno y quien heredó esa parte estuvo de acuerdo. Se derribó el edificio y se vendieron máquinas, frascos, etiquetas y todo lo que había adentro a montones. Hasta ese momento la fábrica parecía estar detenida en el tiempo, esperando que alguien hiciera sonar la vieja sirena, encendiera las calderas y le diera vida de nuevo.
Actualmente, queda la alta chimenea como sola muestra de lo que antes hubo allí. El sentimiento del pueblo se hizo oír de boca en boca y fue lo que la salvó de correr el mismo destino que el edificio. En su momento, la chimenea no tenía la necesidad de ser tan grande, Sandro explica que con solo la mitad del alto se podía cumplir con el trabajo, pero que era como un estandarte que decía: “acá hay una fábrica”. Hoy esa decisión tiene más sentido que nunca. Los 25 metros de chimenea son necesarios para decir: “acá hubo una fábrica”. La fábrica pasó a la historia de Allen, simple y cariñosamente, como “La Bagliani”. Sandro aún tiene guardados unos 30 frascos de su famoso dulce de pera. Alguna vez abrió uno y les convidó a sus hijos. Todos acordaron que estaba muy bueno. Después les mostró la fecha y todos tosieron asqueados. Sandro rió y siguió comiendo. Estaba bueno todavía.
Perdi el contacto con mi primo ALFONSO LANGUE que emigró hace unos 60 años a ALLEN cerca de la fabrica Bagliani. Busco ayuda de alguna persona de buen corazon que me oriente como puedo conectar con mi primo.
Es posible que trabajara en la F.BAGLIANI.
Nuchisimas gracias
Hola José: No se de que manera podriamos ayudar, no conocemos a Alfonso pero podrias intentar poner este mensaje en nuestro facebook que es mas popular y tal vez allí alguien puede darte una mano, saludos!
Felicitaciones por los logros!!!!
Soy gladis de la zona rural de General Roca, esposa de un productor,producimos peras y manzanas me gustaria obtener un numero telefonico para conectarme con ustedes y ver laq posibilidad de negociar nuestro producto, agradecida saludos cordiales.