Mitos y leyendas: Calvete’s
Era un hombre serio, agobiado por las múltiples actividades del tiempo de cosecha. El petiso Calvete, sin embargo, no esperó su autorización para ingresar y plantarse frente al escritorio. Esperó, confiado. También él valía lo suyo.
El hombre importante levantó la cabeza de los papeles y lo interrogó con la mirada. Se conocían desde hacía muchos años. Calvete inspiró y largó de un tirón:
-Me han dicho’s que en este galpón necesitan un carretillero’s.
El hombre, sorprendido, no pudo evitar la risa. Y no era para menos, no habían pasado más de dos horas desde que él, por expreso pedido del capataz del galpón, había procedido a liquidar sus haberes como carretillero y despedirlo por faltas reiteradas.
Ahora estaba allí, tieso, fresco como una lechuga, con una mezcla de inocencia y picardía en su cara morena, esperando otra oportunidad para demostrar que él era “el mejor carretillero’s de Allen”, como se autoproclamaba.
El petiso Calvete fue otro de los borrachitos simpáticos que tuvo el pueblo hace más de treinta años, cuando todos nos conocíamos. Vivía en el barrio Norte y atravesaba el puente y las vías pedaleando raudamente en una bicicleta tan pobre como él, mientras silbaba algún tanguito y se decía: ¡Ja… no entonás nada, Calvete’s!
Cuando la policía lo encontraba, estragado por el alcohol, él se las ingeniaba para abrazarse a un árbol de la vereda y no había manera de poder subirlo al patrullero.
Una especie de vergüenza secreta le daba fuerzas para evitar dormir la mona en la comisaría y otra especie de vergüenza evidente, considerando la desigualdad de los oponentes, hacía que los agentes desistieran ante tanto empeño.
Muchos recuerdan los grotescos encuentros de box que protagonizó con Talón de Oro en la plazoleta, enfrente del bar de Battafarano. Acicateados por los parroquianos se enfrentaban dos personajes degradados por la miseria y la bebida. Talón de Oro, que había sido boxeador, se hamacaba, ensayaba unas fintas, esquivaba los golpes aparatosos de Calvete. El petiso ponía más ganas que maña y cuando intentaba subirse los pantalones –que ya le llegaban a las rodillas porque no usaba cinto- recibía un poderoso golpe de Talón que lo mandaba derecho a la acequia.
Está visto que para quedar en la memoria de la gente hay que pagar un precio demasiado doloroso.
Marta Inés Tenebérculo