Rosa Severini de Pires: «Yo soñaba que volaba».

Rosa Antonia Severini es del 20 junio de 1930 y nació en el Establecimiento Zorrilla. Eran 6 hermanos, 4 mujeres y 2 varones.

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Rosa Severini

Cuando Rosa tenía unos 5 añitos la familia se trasladó a la Colonia María Elvira y al poco tiempo la mamá enfermó. Ella llegó de Italia con una infección que se  fue agravando. Debieron trasladarla a Buenos Aires “con la ayuda de una colecta pudimos llevarla, no había con que curarla, pues tenía una infección muy grande en la garganta que no se curaba. Tenía 35 años cuando murió. Yo esperaba que volviera, mi papá leía el diario La Nación y yo pensaba que un día iba a salir en el diario la foto o la noticia de que volvía”, dice Rosa.

 Su padre tenía 30 años cuando murió su esposa. Era 1936 y los niños apenas tenían entre 2 y 13 años cuando su mamá murió. De la Colonia María Elvira se trasladaron a la chacra de Diomedi, a Los Olivos. En esa época “se trabajaban la viña, se sembraba maíz… los porotos se trillaban a caballo, después los pisaban los caballos, se tiraban al viento para separar la paja y se juntaba el grano, esto se hacía para el consumo de la casa.  Recuerdo a Di Giacomo que se encargaba de trillar los cultivos, pero con máquinas. Todo se hacía en la casa por eso se criaban animales para hacer facturas, pan casero, dulces, salsa, frutas envasadas... yo todavía sigo haciendo todo eso”.

Rosa nos dice que a pesar de la tragedia “crecimos con alegría, me gusta cantar y bailar, fui muy buena bailarina, muchos se acuerdan de mí”, dice Rosa, orgullosa. “Ya a los 13 años fui a una fiesta de carnaval, al “Prado Español” en Roca. Y salíamos a bailar, no mucho porque era complicado, no había tantas comodidades como ahora y otra porque mi papá nos tenía cortitas. Íbamos a los bailes en Guerrico, en lo de Cordiviola, a los bailes de Las Tejedoras,  en la escuela que está allá, por lo del Pobre Onofre. Íbamos en el sulky de una vecina, en la parte de atrás y ella decía que nos pusiéramos de perfil cuando atrás venía un vehículo para que nos vieran”, relata entre risas y explica “¡porque íbamos con las mejores ropitas que teníamos!”.

En uno de esos bailes conoció a Alberto Pires, su futuro esposo y así cuenta su historia de amor: “Fuí al baile de Las Tejedoras, ahí me conoce, yo tenía 15 años y él se quedó flechado de mi, me sacó a bailar, me contó que como tenía el cine casi no podía asistir a los bailes, cuándo me podía volver a ver y esas cosas. Nosotros siempre, cuando salíamos, nos quedábamos en la casa de Zhan, una familia amiga y una noche con mi papá vinimos al cine, yo nunca había ido al cine, fuimos con esta familia. Después de ese baile pasaron unos cinco años, yo siempre tenía el recuerdo y fuimos al cine y estaba él, ¡se acordaba hasta del vestido que tenía en aquel baile en que me conoció!. Ese día nos invitó a tomar una cerveza en el bar del cine y papá aceptó. Yo justo tenía a otro flechado, Domingo Celia y como se venía mi cumpleaños, esta familia me dice vamos a ir con Domingo o con Alberto. Después los llevó Alberto y ahí empezamos, me mandó una carta donde me decía cosas lindas, que quería una chica como yo, sencilla, que quería una relación seria. Yo era lo que estaba buscando. Yo tenía admiradores”, dice Rosa y aconseja: “pero uno no tiene que dar mucho calce, uno tiene que hacerse valer!. Pero Alberto a mí me gustaba, así que le contesté la carta. Él había tenido sus noviecitas pero, bueno, lo nuestro fue muy rápido, ya tenía la casa hecha en la calle San Martín, la estrenamos nosotros, se apuró por terminarla porque se quería casar. En julio del ‘51 empezamos el noviazgo y en noviembre se quiso casar”.

La vida de Rosa entonces cambió: “Nos fuimos a vivir a la casa en el pueblo, era otra vida. A mí me faltaba descargar tensiones”, declara dulcemente, “porque en la chacra yo ayudaba, antes los chicos ayudaban en todo y yo siempre fui muy, muy activa, yo soñaba que volaba de chica, me imaginaba viajes volando a lugares cercanos. Mi carácter fue de hacer mucho, siempre estar ocupada. En el pueblo yo me encargaba de la casa, de los chicos, de mis plantas, de vez en cuando iba a hacer limpieza general al cine o a ayudar cuando llegaban las cajas de películas en el tren, pero me faltaba actividad por la costumbre. Alberto trabajaba todo el día, venía a tomar mate y yo le hacía tortas, que a él le encantaban porque era muy goloso. El iba y venía en la tarde, ya a la noche por las películas volvía tipo 1 de la madrugada”, recuerda Rosa.

“En el cine Alberto estaba en la boletería, ‘Cholo’ en la puerta y ‘Pepe’ proyectaba las películas. Alberto también tocaba el piano en los intervalos para entretener al público. Era una empresa entre hermanos desde que la comenzó el abuelo. En 1919 nació Alberto y nació ahí, así que ya el cine estaba. Primero fue el cine con un bar que atendían enfrente. Después vino lo demás, el cine estaba en donde hoy está la tienda Diente de Oro, después estaban las partes hasta la casa de Cechi, todo eso era de ellos. Después hubo que separar todo entre todos los hermanos y al poco tiempo Alberto murió. Era una empresa familiar, pero no tiraban todos juntos para el mismo lado”.

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Alberto, Rosa, Mabel, Jorge y Héctor. María Rosa aún no había nacido.

Alberto y Rosa tuvieron cuatro hijos: Mabel, Jorge, Héctor y María Rosa quienes tenían entre 11 años y 8 meses cuando el papá murió. El cine le tocó a Alberto “pero al morir yo no lo pude atender y se lo alquilé por dos años a Navarro pero ya no rendía porque ya estaba la televisión. También Pepe lo trabajo un año pero después le vendí todo a Zenker. Habíamos comprado la chacra en 1964 y Alberto murió en 1966. Era una tierra fiscal, unas 14 ha. donde no había nada. Sólo alcanzó a poner unos nogales y ciruelos, algunas plantitas de manzana. Yo la fui pagando de a poco hasta que en el ‘78 me dieron el título”.

Rosa se hizo cargo de la chacra: “casi todo era monte así que planté pasto, lo cortaba con caballos y después venían a comprar, se usaba para alimentar a los animales. También cultivé verduras, uvas, melones, sandías… vendía álamos, leche… tengo vacas todavía. Yo salía con la Estanciera y me iba al puesto de Manso, cerca de Cipolletti, que estaba antes del puente 83. Allí vendía todo, antes te dejaban todo. Hubo años difíciles, una vez cayó piedra y no nos dejó nada pero yo soy muy ahorrativa, hasta me corto el pelo sola!! Yo si tenía que arreglar el techo, allá iba y me subía. Me levantaba a las 6 de la mañana, iba a ver el agua para el riego, que había que cuidarla, ponía el despertador y allá iba. ¡¡No paraba, después te pasas de revoluciones!. El campo es lo más sacrificado y lo menos recompensado, nunca me endeudé, pedí créditos y siempre pagué, porque uno está acostumbrado al ahorro, a veces los más pudientes son los que no han pagado sus deudas... Yo no, yo no soy así. A pesar de todo, yo me hubiera adaptado a cualquier cosa, lo que me pusieran adelante. Además me gusta la vida tranquila del campo, como dice esa canción “El collar de caracolas”, que me encanta, me gusta la vida así como la describe la canción ‘ventana al río y puesta de sol’, esa es la vida que me gusta, la vida en el campo y con la persona que uno ama”, culmina un poco nostálgica.

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Pero en seguida su carita se ilumina y vuelan sus recuerdos “cuando salíamos con Alberto, a veces nos íbamos al cine y él tocaba el piano y yo cantaba, le tarareaba las canciones para él que las sacara, canciones italianas, yo me las aprendía de la radio, a mí me encanta cantar, me decían que tenía que haberme dedicado. Pero yo canto para la familia, en las fiestas y cuando arranco ¡me tienen que sacar el micrófono porque yo si no, no paro!”. Pero le dimos el micrófono y Rosa nos canta…

 "El pañuelito" cantado por Rosa:

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También nos muestra carpetas y cortinas hechas por su mama: “ella aprendió en Italia, era muy jovencita, yo me crié con mi abuela pero también tejo y bordo… en el invierno mucho más. Yo tengo que estar ocupada. Lo más lindo es que, si bien nos tocó una desgracia, fuimos muy felices, nos ayudamos y los chicos me ayudaron, estudiaron, se casaron, estoy muy contenta. Nos toco desgracia pero Héctor siempre se acuerda que fuimos felices, los chicos me ayudaban, les di todo lo que pude, educación… también recuerdo con mucho cariño a mi papá y a mi abuela, que nos crió, no hablaba castellano, solo italiano, murió grande, con más de 80’ y papá también".

Rosa recuerda a sus vecinos de la casa en la calle San Martín: "estaba el Dr. Quatrochi a una cuadra de casa (N. de la A. enfrente de la Seccional UNTER), después se fue a vivir a Córdoba, pero por cualquier problema, él venía, yo le hacía pan casero y se reía de los tés de yuyos que hacía para sanar a los chicos, me decía, cuando venía a atender a alguno ‘¿y?… ¿no le hiciste té de cala?”, cuenta entre risas. “Él salvó a uno de los chicos cuando estuvo muy enfermo. Cerca de casa también vivía Osiniri”, continúa Rosa, “en la esquina Barión, enfrente había un conventillo, creo que era de Rivero, allí vivían varias familias, estaba Tarifa, Zalazar, Canelo el carpintero, Cortés casado con Elena López, Assef Hadad, las chicas de Ramos. En la esquina, donde está el Banco Nación había un bar, creo que era la sede del Club Unión, ahí jugaban fuerte, una vez, en invierno, yo estaba en el jardín delante de mi casa y sentí un chiflón que pasó cerquita mío. Era una bala! me levanté, miro y vi que se estaban tiroteando, uno iba todo ensangrentado, se habían peleado por una partida de cartas”.

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Mamá de Rosa.

Rosa dice que antes en Allen había mucha tierra, pero los que más tenían como Flügel “iban a Europa en invierno y venían en verano. Los Sorondo, los Zorrilla y después los Bilo, tenían mucho capital. Los Diomedi, en Los Olivos llegaron a tener 200 ha. En el pueblo había muchas casas viejas, sólo algunas eran nuevas como el chalet del Dr. Visconti que estaba en donde tiene ahora Campetella, también estaban las casas de Bizzotto y de Verani. Pero no había mucho más. Estaba el almacén de Abundio Fernández donde comprábamos todo, no había agua corriente, usábamos el agua del canalito que pasaba por la calle San Martín. Alberto tenía un filtro comprado, que era enlozado, otros filtraban con ladrillos. No había heladeras así que refrescábamos la bebida en botellas envueltas con arpillera mojada y las poníamos en la ventana”.

 Nos confiesa que no es practicante “pero yo creo y sé lo que no se debe hacer, uno sabe lo que no se debe hacer, es muy sencillo, pero algunos viven de mentiras, de engaños, yo siempre digo que hay que ser lo que uno es, no aparentar ni mostrar lo que uno no es ni engañar”, dice sabiamente Rosa. Su hija María Rosa, que está escuchando la entrevista nos dice que es así, que es coherente con lo que dice, con lo que les enseñó. Ella dice “yo no voy a cambiar”. Y su hija agrega: “tiene mucho temperamento, es lo que le permitió salir adelante”. Y después Rosa se despide cantando “Paloma” y “Río Negro, mi tierra natal”.

Entrevista y texto G. Vega.

"Paloma" por Rosa:

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“Río Negro, mi tierra natal” por Rosa:

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Algo mas...

Mi nombre es Laura Gallar Pires, soy hija de María Rosa Pires y Mario Gallar. Tengo 27 años y vivo en Mendoza. Viví en Allen desde 1995 al 2008. Hoy mi abuela Rosa cumple 90 años. Siempre me pareció y me sigue pareciendo una mujer extraordinariamente fuerte. Es por ello que decidí escribir por primera vez y contar su historia. Rosa Antonia Severini nació un 20 de junio de 1930 en la zona rural de Río Negro. Fue la cuarta de seis hermanos/as. Hija de Domingo Severini y Natalina Giaconi inmigrantes de Italia. A los 6 años perdió a su mamá. Quedando a cargo de su abuela paterna Teresa Fava, oriunda de Ancona. Acorde a la época solo estudio hasta tercer grado de la primaria en la colonia María Elvira. En un baile conoció a mi abuelo, Alberto Pires. Él era 10 años mayor.Vivía en Allen, junto a sus hermanos poseían distintos negocios, entre ellos el Cine Hotel Lisboa. La familia Severini, en cambio, se dedicó al cultivo de frutas tales como manzana y pera. En 1952 se casaron, de esa manera la Rosa dejo el campo para mudarse al “pueblo”. Tuvieron 4 hijos/as Mabel (1954-1999), Jorge (1957-1979), Héctor y María Rosa. En 1966 falleció Alberto de una infección en los riñones a sus 46 años. En ese momento ella tenía casi 36 años y sus hijos/as 11, 9, 5 y 8 meses respectivamente. Mi abuela siempre me contó lo amoroso y bueno que era con su familia. Que tocaba el piano y que cada vez que viajaba a Bahía les traía regalitos. Antes de morir, Alberto había comprado un terreno a unos 10 kilómetros de la ciudad de Allen. Rosa siempre dijo que lo único que sabía era trabajar la tierra. Fue así, que sin nada que la retenga en la ciudad, volvió a la vida rural. Las 14 hectáreas de tierra las cultivó sola caballo y carreta con ayuda de sus hijos más grandes. “Esto era una meseta” me dijo la Rosa más de una vez. Y así volvió a la actividad que llevaba en la sangre, la fruticultura. En 1979, ocurrió un hecho desafortunado para la familia Pires Severini. Falleció Jorge a los 22 años ahogado en el rio Negro, a corta distancia de su casa. El mismo río en el que nadé tantas veces. Su cuerpo fue localizado a varios kilómetros rio abajo. En ese momento mi mamá tenía 14 años. Una de las últimas veces que visité a mi abuela encontró una carta de él, me la mostró y entre lágrimas me dijo “era un amor de persona”. Pasaron algunos años, Rosa seguía en el campo viviendo sólo con Héctor. Mabel vivía en Neuquén capital, y María conoció a un mendocino en Cipolletti se casó y se mudó a Tierra del Fuego. En 1995 María vuelve a su pueblo natal, en pareja con Mario y con dos pequeñas. Mi hermana Romina y yo. En 1998 nace Agustín en Allen. Nosotros/as tres somos los/as únicos/as nietos/as de Rosa y Alberto. En 1999 ocurre otro hecho doloroso para nuestra familia, el fallecimiento de mi tía y madrina Mabel Pires de cáncer de ovarios. Mabel tenía 45 años, yo estaba por cumplir 6. Me acuerdo que en sus últimos momentos había vuelto a la casa de mi abuela y María iba a acompañarla. Un día estábamos en mi casa con mi papá y hermanos/as, llegó mi mamá con carita triste diciendo que Mabel había fallecido. Me acuerdo que mi papá se largó a llorar, era su hermana también. Era la primera vez que vivía una muerte de cerca, quise ir al entierro pero no me dejaron porque era muy pequeña. La amábamos, Ro, Agus y yo éramos su devoción. Los años fueron pasando, nos criamos en la granja, entre carneadas en invierno y cosechas en verano. Amábamos ir, todos los domingos era el ritual. Nos levantamos, nos poníamos la ropa para “chacrear” y nos íbamos. Llegábamos antes de almuerzo, bajábamos corriendo del Renault 12 a saludar a la abu y a escuchar cual era la novedad de esa semana. Siempre había algo nuevo, un ternero, pollitos, pavitos, algo. Después de conocer la primicia, empezaba la expedición. Generalmente empezábamos por lo conejos, seguíamos por los gallineros, chiqueros y terminábamos en los corrales de las vacas y la yegua Milagros. Casi siempre en el camino nos cruzábamos con mi tío Héctor que nos saludaba y nos decía que viéramos a tal bicho. A la tarde veíamos los partidos de Boca con mates y alguna delicia casera. La mejor niñez que podíamos pedir, rodeados de naturaleza, aprendiendo de la vida campestre. Entre semana repartíamos leche, tenía su clientela, y a la vuelta pasamos por el super y nos compraba algún postrecito. En el 2008 se nos presenta la posibilidad de mudarnos a Tierra del Fuego. Me acuerdo cuando me despedí de la Rosa, me dijo “no te olvides de la abuela”. Cómo me iba a olvidar si me crió. Así fue que nos mudamos, y pasamos de vernos todos los domingos a vernos una vez al año. En el 2013 la vida nuevamente puso a prueba a cuando le detectaron cáncer en una mama. Pero nada puede con la doña. Cirugía, medicación y a otra cosa mariposa. Pasó por tantas cosas la abuela, pero siempre de pie, siempre agradecida, siempre contando anécdotas, siempre hablando con tanto amor de su Alberto. Me enseñó tanto. Constantemente me decía que tenía que ser buena persona pero también tener carácter. Me enseñó a barrer sin barrerme los pies, a cuidar las plantas, a cocinar, a ordeñar (aunque nunca pude), a jugar a la escoba, la brisca y el truco. También algunas canciones y palabras en italiano que sabía por su abuela. No sólo me enseñó la Rosa, sino que yo aprendí de ella. Aprendí a ser buena persona y respetuosa, a ser fuerte pese a todos los obstáculos que te ponga la vida, aprendí que nadie te puede decir que no podes realizar lo que te propongas, y que en el único lugar donde podes mentir es en el truco. Siento tanto orgullo y admiración por ella. Agradezco ser su nieta. Te amo abue Rosa

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