Ademir Gotin padece un retraso mental severo. Su madre, Celia, tuvo contacto directo con agroquímicos durante el embarazo. Su padre, Darío, trabajó tres décadas en una plantación de tabaco en Colonia Aurora, Misiones.
El impacto de los agroquímicos sigue siendo un debate crucial en tiempos de una lógica expansión de los cultivos genéticamente modificados (GM). El último informe del Servicio Internacional de Adquisición de Aplicaciones de Agrobiotecnología (Isaaa), titulado "20 años de comercialización de cultivos transgénicos en el mundo (1996 - 2015)", indica que la superficie sembrada con semillas GM pasó de 1,7 millones de hectáreas en 1996 a 179,7 millones en 2015. Argentina es el tercer país en el ranking global (detrás de Estados Unidos y Brasil), y su territorio sembrado con transgénicos representa el 14% del total en el mundo.
Las semillas de soja, algodón y maíz GM son diseñadas para resistir las fumigaciones intensivas que demanda la agricultura a gran escala. El herbicida de uso más extendido, el glifosato, se convirtió en la bestia negra elegida por el activismo agroecologista, y aunque la mayoría de los estudios aseguran que es una sustancia estable y su consumo "implica muy bajo riesgo para la salud humana" (Conicet 2009), la falta de control, la mezcla de químicos y las fumigaciones cercanas a las viviendas potencian catástrofes como las que documentan estas fotografías.
"Es un intento por recuperar nuestra memoria ancestral", dice Pablo Piovano sobre su trabajo.
Estefanía Vargas y su hija Marilena en la zona de Pozo Azul, Misiones, donde se cultiva maíz genéticamente modificado.
En Alicia Baja, Misiones, Lucas Techeira (tres años cuando se tomó esta foto) nació con ictiosis, una afección que resquebraja la piel. Su madre, Rosana Gaspar, manipuló sin protección agroquímicos durante el embarazo.
Nacido en Buenos Aires en 1981, Pablo Piovano entró en la redacción de Página/12 cuando tenía 18 años. Con su metro noventa y esa mirada nubosa que lo caracteriza, a Pablo no le llevó mucho tiempo destacarse como uno de los fotógrafos más sensibles y personales de su generación, cubriendo temas de pobreza y derechos humanos. Hace dos años, cuando accedió a las cifras de damnificados por los agrotóxicos recopiladas por la Red Nacional de Médicos de Pueblos Fumigados, supo que había una historia para él. No sólo por el relieve político del tema, sino porque conectaba con algo más íntimo y espiritual. "Entiendo que la tierra es un ser sagrado, lo vivo así todos los días", dice Piovano, "y en el centro de este trabajo está el intento de recuperar nuestra memoria ancestral, nuestra relación con la tierra, con el agua".
En octubre, en la ciudad de La Haya, una fundación de organizaciones ambientalistas montará un "tribunal civil" (que no tendrá validez jurídica) contra Monsanto, la compañía líder del negocio agroquímico, para establecer la figura de "ecocidio". En Argentina, mientras tanto, la Cámara de Senadores de la provincia de Buenos Aires acaba de dar media sanción a un proyecto de ley que permitiría fumigar a sólo diez metros de casas habitadas. "Lo que estamos haciendo es algo muy serio", dice Piovano. "Acá está en juego el derecho a la alimentación, a la salud, a nuestra propia libertad. Somos cuerpo de experimentación, y todavía no medimos el daño que estamos haciendo."
"Era impresionante caminar por las calles de esos pueblos y toparte con las víctimas a cada rato."
El trabajo de campo para "El costo humano de los agrotóxicos" estuvo dividido en tres viajes, aunque la mayor parte de las fotos fueron tomadas durante el primero, en el que Pablo sumó unos seis mil kilómetros al volante de su Proton Wira, un auto malayo de la década del 90. En un principio, el único contacto que tenía era el de Fabián Tomasi, quien lo recibió en su casa de Basavilbaso, Entre Ríos. Tomasi, que se define como "la sombra del éxito sojero", trabajó mucho tiempo como peón rural y banderillero de aviones fumigadores. Terminaba sus jornadas laborales literalmente bañado en agroquímicos, y hoy es un esqueleto viviente. Es un caso extremo de exposición a los tóxicos, pero a la vez es un testimonio del descontrol que reina en buena parte del territorio cultivable, donde el ritmo productivo impone una realidad muy diferente a la que indican las precauciones de una etiqueta de RoundUp. "Fabián fue el que me mostró la dimensión de la catástrofe", dice Piovano. "Y él me ayudó a guionar el resto del viaje."
Mónica Gabriela Rais, de 23 años, en su casa del pueblo de San Vicente. Mónica sufre de paraplejia y retraso mental. Su madre la dio a luz a los 15 años, mientras trabajaba en una planta de tabaco, aun antes del ingreso de los cultivos transgénicos al país..
La Leonesa, provincia del Chaco. La médica chaqueña María del Carmen Seveso asegura que, en poblaciones rurales con fumigaciones intensivas, "la estadística de neonatos con malformaciones triplica, como mínimo, los datos de otros servicios de zonas no fumigadas"..