El tren de Allen

El texto a continuación nos lo envió Hector Cesar Villegas quien nació en Allen el 22/05/48: "Fui a la escuela N° 80. Mi padre, Segundo Villegas tenia un taller mecánico al lado del club social. Vivi hasta los 13 años en la calle Escale, al lado de Alejandro Baquer y al frente de Miguel Fernandez Vega. El tren de Allen surge de la mente de alguien que a los 13 años fue arrancado de el lugar donde nació. Suena mal pero fue así. Mi padre decidió que nos mudáramos a Córdoba y a pesar (lógico) de mis negativas, allá fuimos. Yo, tenía mi primera noviecita, amigos, el olor de la fruta, el color de las bardas y mucho, mucho mas y eso quedó dando vueltas hasta hoy en mis recuerdos perennes. Escribo desde esa época, para mi, tengo poesías, cuentos, libritos, todo para mi aún".

Estas páginas no pretenden buscar culpables ni siquiera explicar el porqué de los acontecimientos enumerados. No tienen bandería política. Son solo el  recuerdo borroso en parte, de sucesos acaecidos en la vida del autor y su entorno. Los juicios son producto de su propia visión después de residir en  este país durante toda su vida.

Foto de Hector García

Yo siempre me quedaba extasiado mirando pasar los trenes. Los de pasajeros se detenían y se producía un movimiento nervioso de personas arrastrando sus valijas. En la parte delantera, el encargado del furgón de encomiendas recibía lo que el auxiliar de la estación despachaba y descargaba lo que tenía ese destino. El de mi pueblo, Allen. Un pueblo separado por chacras plenas de frutales del caudaloso Río Negro. Yo podía ver todos los días las bardas azuladas que anunciaban la pre-cordillera. Y desde mi Barrio Norte parecía que podía tocar con las manos las bardas rojas de arcilla áspera y dura, mas allá del tanque de agua del pueblo, donde se clavaban las balas disparadas en el tiro federal. Mi hermano las sacaba para fundirles el plomo y fabricar cucharitas para pescar.

Decía que el auxiliar de la estación cargaba los bultos en una enorme carretilla y los llevaba a un depósito lindero a la estación. Los viajeros apuraban su ascenso a los coches correspondientes dejando en el andén a alguna madre o novia de mirada triste. Un guarda, colgando de un pasamanos y subido en el estribo de un coche mostraba un banderín verde al maquinista mientras el jefe de estación hacía sonar la campana. Lentamente el convoy se ponía en movimiento al igual que los brazos de la gente despidiéndose. Después, quienes habían quedado en el andén comenzaban a marcharse mientras el tren aumentaba rápidamente su velocidad para ir achicándose en el horizonte. Ya fuera hacia el final de la línea, en Zapala o hacia la cabecera en Plaza Constitución. Y yo, me iba caminando haciendo equilibrio sobre un riel de acero pulido e interminable.

Años 80

Pero trenes largos eran los de carga. Era impresionante ver lo largo que eran esos convoyes de carga de mi niñez. Varias decenas de tanques de petróleo o algún otro combustible formaban un larguísimo gusano negro. Arrastrado a veces por locomotoras a vapor que arrojando un denso humo negro atravesaba rugiendo la playa de cargas rumbo a quién sabe dónde. Otros trenes eran de carga mixta y arrastraban vagones cerrados y jaulas con ganado. Cuando podía, de paso para el taller mecánico de mi papá, me sentaba en una pila de yeso o alabastro para observar a mi gusto. Claro que podían ser maquinas diesel, a veces dos, las que arrastraban los trenes. Las recuerdo amarillas y menos ruidosas que las negras a vapor.

En la enorme playa de cargas del ferrocarril de mi pueblo, bueno, cuando uno es niño todo parece enorme verdad?, pero esta lo era de verdad. Decía, que allí habían grandes cantidades depositadas de piedras de yeso y alabastro y quizás alguna otra que yo no conocía. Eran pacientes pasajeros que esperaban el tren que algún día los llevaría posiblemente a otra playa de cargas y de ahí a alguna fábrica para convertirse en quién sabe qué cosa. Grandes montañas alargadas de piedra blanca con huellas del trabajo del hombre, del esforzado trabajador de lo que mal llamábamos “las caleras”. De alguna parte de ese inmenso desierto que se extendía más allá de la primer cadena de bardas, después del Barrio Norte, extraían esa enorme cantidad y diversidad de piedras. En camiones las traían al pueblo, las descargaban a mano en la playa de cargas y algún día las cargaban en un vagón de la misma manera. Internarse en esos desiertos donde el sol del verano abrasa y el frio del invierno quema la piel, ya era todo un desafío. Allí donde conseguir agua es verdaderamente un milagro, está tan profunda que los árboles son todos enanos, crecen hacia abajo con enormes raíces. Sus copas los muestran como duros arbustos capaces de soportar los vientos que hacen volar la arena. ¿Cómo sería?, en aquellos años de 1950 y pico vivir y trabajar en esas minas seguramente en largas jornadas y en muy precarias condiciones. Esto me recuerda a unas letras del maestro don Atahualpa Yupanqui que dicen algo así como: “en piedras y molejones trabajan grandes y chicos, martillando todo el día pa’ que otro se vuelva rico” .

Una verdadera pintura de esto que recuerdo. Claro que no todo era piedra en la playa de cargas de Allen. Hacia fin de año y durante todo el verano sería incesante el trabajo de carga de trenes que llevarían el producto de las chacras perfectamente embalado. Cajones de peras y manzanas en cantidades industriales colmaban los camiones que lucían la marca de alguna empresa dedicada al empaque y venta de esta fruta. En el idioma local, se los llamaba “galpones de empaque”. En esos tiempos, la fruta, después de ser seleccionada a mano por su tamaño y forma, era envuelta a mano una por una en un papel sedoso. Era notable la velocidad que adquirían las manos de los llamados “embaladores”. De ello dependía también el sueldo que habrían de cobrar. Luego se colocaba en un cajón en el que partiría quién sabe hacia qué mercado nacional o extranjero. Esos cajones, eran construidos a mano por los hombres también en una muestra de virtuosismo manual. La madera para ello se obtenía de los álamos que, plantados por el hombre, abundaban en el Alto Valle. Enormes aserraderos se encargaban de trozarlos a la medida adecuada. Embalada ya la fruta, los cajones eran cargados en camiones que los trasladaban a la playa de maniobras del ferrocarril. Pero esa preciosa carga no esperaba un tren. Los vagones estaban estacionados en gran cantidad para esa época esperando que los camiones los abarroten y cuando esto ocurría, rápidamente eran enganchados a un tren. Su destino podía ser un barco en el puerto de Bahía Blanca para llevar esa jugosa fruta a alguna mesa de quién sabe qué país. En esa época, el Alto Valle de Río Negro y Neuquén producía además de manzanas y peras,  uvas que generalmente eran utilizadas para la producción de vinos en la misma zona. Solamente en Allen estaban la bodega Biló y la Cooperativa Vitivinícola. También era muy grande la cantidad de tomates que alimentaban una fábrica de extracto y salsas ubicada en los confines del pueblo. Su sirena llamando al trabajo me despertaba todas las mañanas. Ciruelas, cerezas etc. sumadas a todo tipo de hortalizas y verduras hacían de esos lugares verdaderos paraísos. El río Negro a través de un complejo sistema de riego era la sangre que irrigaba toda esa vida pujante.

Aérea 2008

El tren nos traía además, los periódicos y revistas que se imprimían en Buenos Aires como así también mercaderías que se podían pedir por catálogos. Mi padre, que tenía un taller mecánico en ese pueblo, mi pueblo, recibía repuestos y herramientas que compraba vía correo en Bahía Blanca o Buenos Aires. Y no menos importante era la correspondencia. Ubiquémonos en la década de los años ’50 cuando no existían el teléfono celular, el fax, la computadora, internet y a esos lares tampoco llegaba la televisión. Recuerdo que el primer televisor encendido que vi en mi vida estaba en la vidriera del negocio de Lino de Benedictis. Estaba encendido pero solo mostraba una pantalla lluviosa. Ese Benedicitis fue inmortalizado por su hijo Piero en su canción Viejo mi querido viejo. Y todo eso, y la ropa que usábamos y las películas que veíamos, la mercadería que vendía Rostoll, las telas que vendían La Ideal y El Diente de Oro, todo…todo lo traía el tren…

Claro que también el tren tiene su recuerdo negro, al menos para mi familia y seguramente para la de muchos jóvenes que en 1955 estaban enrolados en el ejército. El 16 de setiembre de ese año una parte de las fuerzas armadas respondiendo a intereses civiles nacionales y extranjeros derrocaba al  gobierno constitucional del General Juan D. Perón. Pero otra facción, entre ellas parte del ejército, intentó defender al líder natural a toda costa. Por ello, desde diversos puntos del país partieron tropas destinadas a tal efecto. El entonces Ferrocarril Roca sirvió para que parte del personal de Neuquén, Zapala y Covunco tomara el camino a Buenos Aires. El resto lo haría por la ruta nacional N° 22. En las cercanías de Río Colorado, un puente era bombardeado como así también parte de la línea ferroviaria. Una vez más los argentinos se peleaban entre sí para satisfacer quien sabe que intereses. Pero estaba muy fresco en la memoria de todos el ataque criminal que efectuaran aviones de la Fuerza aérea sobre Plaza de Mayo y la Casa de Gobierno en junio de ese mismo año donde se bombardeo a civiles consumando una matanza tremenda de gente que circulaba por ese lugar sin tener idea que la muerte caería del cielo. Los insurrectos estaban decididos a todo. No importaba la cantidad de sangre inocente que se derramara para lograr su objetivo y alguien tomó la sabia decisión de hacer retornar esas fuerzas del ejército a sus asientos naturales. Acertada idea porque no solo no estaban preparadas para la acción sino que habían salido de sus cuarteles sin provisiones. Pudieron subsistir gracias al crédito abierto por algunos comerciantes locales. Locura tras locura.

Imagen histórica de Río Colorado. Una de las bombas lanzadas el domingo 18 de septiembre de 1955 cayó sobre dos vagones tanque llenos de petróleo.

Tanta sangre derramada, tanto odio, tanta ambición sin límites pareció no dar muy buenos frutos para el país si uno se para en este 2018 y mira hacia atrás. De esa Argentina con muchos problemas por resolver si, pero pujante, industrializada en gran escala con una red de ferrocarriles que acercaban prácticamente todos los puntos de esta enorme nación, queda esto, cerraron los ferrocarriles y con ello murieron cientos de pueblos. En varias ciudades del interior los ferrocarriles poseían enormes talleres para el mantenimiento de la flota y todo eso fue desmantelado y/o robado. Se incrementó enormemente el abandono de esos lugares principalmente de sus pobladores jóvenes  pero también de familias hacia las grandes ciudades. Aumentaron los habitantes de las llamadas Villa Miseria. Los productores del interior vieron mermadas considerablemente sus ya flacas ganancias cuando debieron acordar los precios de los fletes con el nuevo transportista, las empresas provistas de camiones. Las industrias fueron desaparecidas del mapa del país salvo algunas multinacionales que aún permanecen aquí y que durante decenas de años monopolizaron la provisión de alimentos e insumos. En este país el estado producía trenes con todo su material ferroviario, aviones de entrenamiento, barcos y sus poderosos motores, tractores, automotores, acero, petróleo, carbón etc. etc. La industria privada proveía de la mayoría de los productos que el pueblo necesitaba para vivir. La carne argentina era famosa en el mundo y se exportaba faenada enfriada o envasada. El trigo llegaba a panaderías de muchos países del mundo. La lana y el cuero abarrotaban barcos cargueros.  No queda nada de eso. Desaparecieron y con ellas la fuente de trabajo directa e indirecta de miles y miles de personas.

Foto Mavis Soriano

 Pero volviendo al tren y a 1955,  quizás ese año marcó un punto de inflexión en la vida de los ferrocarriles argentinos como en tantas otras cosas claro. Después, año a año el servicio fue decayendo en calidad. Las huelgas hicieron su aparición y la declinación paulatina pero firme no tuvo freno. Un día, el Ferrocarril Roca, como tantos otros, dejó de circular con rumbo a Zapala. Y mi pueblo, perdió parte de su encanto. Los trenes, para lugares por los que no cruzaba una ruta nacional, eran como su torrente sanguíneo. Y como Allen había quedado a cierta distancia del trazado de la ruta 22 el haber perdido también el servicio ferroviario le asestaba otro golpe negativo.

Una página más en la historia  de un país  al que la mayoría de las veces pareciera que se intenta destruir pero que aún da pelea.

Foto Hector Garcia

 Algo más....

Héctor César Villegas‎ para el facebook de Proyecto Allen Sobre el agua en Allen: El agua: una surgente proveía a todo Allen Canteras: Canteras de Yeso: entre la explotación y la riqueza Bombardeo de Río Colorado El bombardeo a Río Colorado en 1955. Primera parte. BOMBARDEO A RIO COLORADO - DOCUMENTAL Bombardeo a Río Colorado En Río Colorado recordarán bombardeo de 1955 Bombardeo a Río Colorado 1955. Video  

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1 respuesta

  1. Mavis Florencia Soriano dice:

    Héctor C. Villegas, muy buen relato. Yo nací antes y fui también a la escuela 80. papá ferroviario vivíamos en lo que llamaban la colonia ferroviaria frente a la antigua ruta 22 y donde estaba el embarcadero del entonces FCS …Hermosos recuerdos a mi también me desarraigaron pero mis raíces quedaron allá…jugar en las vias ver pasar el tren…todo una aventura…me hizo muy bien tu relato, hasta una foto aportada por mi ilustró tu relato…Felicitaciones

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