La casa de Silenzi
Sabías que esta casa es una de las más antiguas de la ciudad?. Diariamente muchos allenses pasan frente a construcciones que, a pesar de sus años aún están en pie. La casa de Antonio Silenzi es una de ellas y aún mantiene esa belleza de las casas de antaño. Hoy, esta y otras forman parte de nuestro patrimonio, y es necesario conocerlas para concientizar y sensibilizar a la comunidad acerca del valor que poseen, y de esta manera protegerlas.
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Ser propietarios tenía ciertas vicisitudes por lo que la obligatoriedad de hacer mejoras parece haberse fortalecido en el momento de la fundación del pueblo. Allen, a pedido de Patricio Piñeiro Sorondo, no aceptaba construcciones precarias. El Decreto de septiembre de 1910 señalaba la exigencia de construir con material cocido, obligación que fue solicitada específicamente por Patricio Piñeiro Sorondo y que el gobierno aceptó de buen grado. Allen sería un pueblo “sin ranchos”. Esto significó mucho más que la simple existencia de construcciones de material, significó que ser propietario en el pueblo era tener capital suficiente como para comprar la tierra, hacer las mejoras, limpiar y dejar el terreno en condiciones, cercar y plantar, esperar a que “la tierra diera sus frutos”. ¿Cuánto tiempo llevaba esto? Al menos, un par de años. Años en los que había que vivir. Por esto, muchos inmigrantes venían solos, trabajaban de jornaleros en las grandes propiedades del lugar y más tarde traían a sus familias, con las que trabajaban mancomunadamente para lograr el capital necesario para adquirir una porción de tierra, generalmente de no más que20 hectáreas.
Por todo esto, un buen negocio fue tener un horno de ladrillos. Uno de los primeros hornos fue de Tomas Orell.
"Patricio Piñeiro Sorondo, el fundador de Allen, determinó, en 1910, un Decreto Fundacional en el que se establecía la obligatoriedad de construir con material cocido en una época en que los ranchos de adobe y paja crecían como hongos en las zonas rurales. Fue ese decreto, precisamente, el comienzo de la buena fortuna de Tomás Orell, ya que aquel payés, oriundo de Santanyí, vislumbró la oportunidad, y comenzó a trabajar al frente de su horno de ladrillos, base de su posterior crecimiento como productor frutihortícola del Alto Valle” (Cobas, C. 2007).
Tomás Orell construyó varios edificios, actividad que compartió con la de agricultor. Su familia vino de Santany (Islas Baleares, España), tomás había nacido allí en 1881. Muchas viviendas, comercios y construcciones fueron parte del proceso. Más adelante, erigió dos emprendimientos de importancia sociocultural: el Cine General San Martín y el Hotel Mallorca (Publicidad Río Negro, 1965). Hoy la calle principal de la ciudad lleva su nombre.
Otro horno de ladrillos perteneció a Gregorio Mesquida. La fábrica de cal era de Torres Ardiles, el comisario. Más tarde, Oreste Amaya también llegó a poseer una fábrica de cal, mientras que José González vendía artículos para la edificación. Otros que explotaron hornos de cal fueron Natalio Bonventre, Soria y Carbelli. Sin duda, la construcción de casas de material significó un buen negocio para muchos pues, tal como vemos en periódicos y guías de la época, los primeros comercios surgían en estrecha relación con aquella exigencia. También, aquellos que impulsaban el desarrollo del lugar no sólo estimularon la organización institucional del pueblo, como se verá después, sino que los primeros Concejos Municipales estaban conformados por estos mismos hombres.
El desarrollo de la edificación atrajo constructores como Felipe Amoruso, que llegó a la ciudad en 1911. Antonio Silenzi construyó importantes edificios durante el desarrollo de la vida institucional del pueblo. La Municipalidad, el Teatro, la capilla Santa Catalina, la bodega Millacó, entre otras, fueron algunas de las edificaciones proyectadas por este inmigrante italiano.
Según el Informe de la Dirección de Tierras, Inspección General de 1924 – 1929 (AHRN), Antonio Silenzi era inquilino de Arturo Olmos de la mitad Oeste de la manzana N° 66 del pueblo de Allen en 1925 (Ver doc. más abajo). Justamente, la manzana N° 66 es, frente a la calle Don Bosco, donde aún hoy se encuentra la casa de la familia Silenzi.
Según la familia Silenzi, Antonio le compró la casa a Patricio P. Sorondo, quien era su propietario. Podría ser así pero en el documento de 1914, según de la Inspección Gral. De Pueblos y Quintas, Sorondo era dueño de mitad Este de la manzana N° 66 (ver documento más abajo) y el documento dice que la ocupa Martín Sisarro y que el terreno tiene una casa “compuesta de un salón de 6 x 8, dos piezas 4 x 3 cada una, con corredor, todo material, revocada interior y exteriormente, cielorasos tejuela, pisos de ladrillo. Wat Clos de idem, un galponcito de madera y zinc…”.
En esta misma inspección de 1914 se indica que la mitad Oeste de la manzana N° 66 es de Arturo Olmos.
Según algunos testimonios de la familia la casa sería una de las primeras construcciones del lugar, incluso de finales de siglo XIX, cuando aún no había pobladores y solo era una región por la que circulaban las milicias. Sin embargo, en 1910, el mapa de Allen de la Inspección Gral. De Pueblos y Quintas indica que la manzana N° 66 no presenta construcciones. Este documento solo tiene marcada que la mitad Oeste (hacia la plaza) de la manzana N° 66 y dice que es propiedad de Arturo Olmos.
¿Por qué les contamos esto?
Desde que iniciamos nuestra investigación sobre la historia de Allen, uno de los temas que sale de las primeras indagaciones es la gran cantidad de tierras que posee el "fundador" de Allen. Sin embargo muchas no están a su nombre. Justamente uno de los nombres que aparecen repetidas veces es Arturo Olmos, quien también participa del negociado de las tierras del Hospital de Allen (Ver "Silencio... Hospital").
"Hay además otros motivos – tal vez el más grave- que determina esta situación de estancamiento de Allen. Nos referimos a la escasa subdivisión de la propiedad en la cercanía de este pueblo, el que se encuentra materialmente envuelto y ahogado por grandes latifundios, como son los de Piñeiro Sorondo por el sur con sus 400 hectáreas aparentes y tal vez 1000 en realidad; el de Hans Flüger (sic) , con cerca de 1000 hectáreas a continuación del anterior; el de la Sucesión Zorrilla con 1000 hectáreas tan bien, cerrando el paso por el Oeste y un poco más allá el Doctor Manuel Cordiviola con 500 hectáreas, y así siguen estos latifundios que han nacido al margen de la Ley, burlando sus disposiciones y pisoteando su espíritu, para servir solo de rémora al progreso de los pueblos, de las colonias y el país" (Expediente 3551 – 1920. Informe Gral. numero 209. Sobre el pueblo Allen, Tomo 5 de 1919 – 1920. Territorio Pueblo Allen del Archivo Histórico de Río Negro)
Este personaje, junto a otros, tienen la característica de no haber poblado nunca las tierras que tenían a su nombre tal como lo exigía la legislación. Esta estrategia de poner distintos nombres a las tierras de un terrateniente (al que podemos llamar así frente a las conclusiones a las que arribamos durante la investigación para realizar el Libro del Centenario) fue utilizada en toda la región y otros puntos del país.
Se evitaba, de esta manera, que les sacaran la tierra por incumplimiento de la Ley de Tierras de 1903, la que obligaba a otorgar tierras a pequeños productores y a invertir en las tierras que se le otorgaban y, la Ley de Fomento de los Territorios de 1907 que si bien buscaba atacar el latifundio y el monopolio de tierras en pocas manos, terminó en un decreto realizado a imagen de los particulares porteños con capital, quienes solicitaban tierras públicas y se les concedía expresa preferencia en el acceso a la adjudicación (Bandieri, S. 2006). También se sancionó la Ley de Irrigación en 1909... el riego fue un tema de enfrentamiento entre los pequños y los grandes productores pues, a entender de muchos autores, la creación de la Cooperativa de Irrigación, presidida por Patricio P. Sorondo, fue otro mecanismo de privilegio para unos pocos, que favoreció también a la concentración de tierras... (Ver La Tierra)
Aún se escucha decir que Sorondo no poseía muchas tierras... en realidad, no poseía todas las tierras a su nombre, solo algunas. Pero además, Patricio no sería el verdadero "dueño" de todas esas tierras (aunque según Samuel Piñeiro Pearson tanto Patricio como Miguel tenían unas 1000 hectáreas cada uno) sino "representante" de una empresa, radicada en Buenos Aires, compuesta por Miguel Piñeiro Pearson, entre otros. Ver en Monitores de Sociedades Anónimas, 1909 en Gorla, D. 1996.
"Los territorios valletanos habían sido apropiados en grandes extensiones por el pequeño grupo social perteneciente a la elite gobernante o al Ejército. Las primeras leyes que reglamentaron la distribución de las tierras dieron como resultado pocos propietarios en grandes extensiones, a excepción del 3,5% de la superficie regada aproximadamente" (Ockier: 1998).
Luis Silenzi, el hijo de Antonio, recuerda que era una casa “semiabandonada habitando en ella dos mujeres conocidas comola Marihuanay otra de nombre Filomena que luego se juntara con un Sr. Orquineri, todos muy viejos pobladores” (Silenzi, L. 1994). Estos comentarios han generado muchas leyendas, en especial, entre la familia y legada, de generación en generación.
Lo cierto es que, como decíamos al comienzo, la casa es una de las pocas construcciones que quedan contándonos el pasado y sus historias. Una de ellas es esta que ayuda a conocer más aún la historia y sus protagonistas.
Hay lugares en donde la historia es entendida como nosotros lo comprendemos: una construcción pasado-presente-futuro, sin grietas (Ver "Si las paredes hablaran").
Salvo algún caso particular como, Fernándo "Fito" Zalazar quien restauró la sala del Teatro Municipal (entre otras acciones, ver La Capilla Santa Catalina); la Asociación Museo Municipal quienes lograron apoyo público para restaurar la Estación del Ferrecorril o Lorenzo Brevi, quien a mantenido una linea en torno a la restauración y memoria, no solo dentro del Museo, sino también como particular, al recuperar el recordado "kiosko de Bentata" y un ala del Hospital local, a nivel público no existen ni hoy ni antes ninguna política que cuide el patrimonio histórico de la ciudad.
No nos damos por vencidos... aún esperamos que Allen valore su patrimonio material e inmaterial, acercando estas historias que colaboran con la memoria y la identidad colectiva de la comunidad.