Madres

En el "Día de la Madre" recordamos a mi abuela Barbara o "la nonna", a mi madre Rosa y a otras mujeres que nos contaron sobre sus madres y el orgullo de serlo. 

"Si esta carta se llegase a publicar: Madre te quiero un montón, te amo y también a ti padre, gracias por la educación y los buenos consejos. Vuestro amor me dio y me da la fuerza cada día los amo Leonel Avalis y Mercedes Bernalez" (Carta al diario Río Negro de Javier Paredes desde EEUU)

Barbara, Gregorio y su hijo Juan.

       “Bárbara Mayer, hija de alemanes establecidos en Coronel Suárez, llegó a Allen hacia fines de 1930 ya casada y con 7 hijos. Aquí tuvo 2 más y en total fueron 9: Juan, Florentina, Basilio, Gregorio, Luis, José, Emilio, Rosa y Juan Carlos. Se había casado el 20 de septiembre de 1920 en Villarino, provincia de Buenos Aires con Gregorio Coziansky, un ruso llegado al país de polizón en tiempos de la Gran Guerra. Gregorio, un inmigrante ilegal de 21 años, vino en una bodega de un barco, traía entre sus pocas cosas un revólver de hierro y, tal vez, la decisión de olvidar su tierra para siempre.

Ana Schmit de Mayer y Juan Mayer, bandido rural de Villarino. La única foto junto a su madre... varias copias en la familia, tal vez para dejar su recuerdo...

Bárbara era hija de Juan Mayer, un zapatero que, como todos en la época, no sólo arreglaba zapatos, sino que también los hacía a medida y gusto del cliente. Su madre era Ana Smith y tenía tres hermanos: Ana, Juan y María. El varón, Juan, fue un conocido bandolero de la región a quien veían muy poco aunque siempre tenían noticias de sus atracos y correrías. Las tres hijas mujeres se emplearon desde muy jóvenes como niñeras en casas de familia. Hablaban sólo alemán, lo que les trajo muchos malos momentos, ya que se les hacía muy difícil comunicarse con la familia y los niños a cargo.

Libreta de comerciante de Gregorio

Por su parte, Gregorio era comerciante en Villarino, tenía un bar en Medanos donde iban los trabajadores de la cosecha del ajo los fines de semana a gastar todo su jornal. En el bar del ‘ruso limpio’, como lo llamaban en el lugar por su manía de tener todo extremadamente pulcro, se comía, se bebía y se jugaba mucho. Las noches transcurrían con parroquianos hasta la madrugada e incluso existía un galpón en donde dormían ‘la mona’ hasta el otro día, cuando todo volvía a comenzar: volver al campo y reiniciar el trabajo. La vida de Gregorio y Bárbara era dura pero el bar traía sus réditos económicos y se podían permitir algunos lujos. Hasta que a mediados de los años ‘30, Gregorio, un jugador empedernido, perdió todo.

Esto llevó a que abandonaran la zona y partieran al Valle a buscar trabajo. En el trayecto hasta Allen Gregorio y sus hijos varones mayores se emplearon en las cuadrillas que construían rieles y en la cosecha. En 1937 en Chimpay nació Emilio, y Bárbara debió arreglárselas como pudo para parir y atender a sus hijos más pequeños. Florentina, la hija mayor, fue su sostén en aquellos días y continuó siendo así al establecerse en Allen. La familia vivió en una chacra en las afueras del pueblo.

Cuando iba a nacer Rosa, el 24 de julio de 1939,  se fue caminando sola y a pie hasta el hospital, dejando a sus hijos pequeños al cuidado de Florentina, de apenas 15 años. Luego de apenas un día de reposo, volvió a la chacra con la pequeña en brazos después de caminar los muchos kilómetros que separaban al hospital de su hogar. Las mujeres pobres no tenían privilegios. Con su marido y sus hijos mayores en el campo, debía arreglárselas sola.

“¡Para qué me habré casado! Mejor me tendrían que haber encerrado y que pataleara hasta que me cansara” decía Bárbara, ya anciana, al recordar que tan solo tenía 15 años cuando “el viejo”, como ella lo llamaba, le pidió en matrimonio en 1920. Es que Gregorio tenía unos 35 años y no sólo no hablaba español, sino que tampoco sabía alemán. Ella debió aprender el ruso para poder comunicarse, pues él no hizo ningún esfuerzo en aprender ningún idioma.

Y así lo hizo. Bárbara o “Berta”, como quería que la llamaran, recordaba a sus hijos y nietos que en aquellos tiempos comer era un lujo y para confirmar lo extremo de ese hecho, remataba con una frase: ‘Cualquiera sabe cocinar cuando tiene con qué, pero saber cocinar es cocinar sin tener nada, yo sé cocinar con una alpargata’”.  

El "Viejo" murió tempranamente y los varones mayores pasaron a cumplir el rol de esposo y padre de los menores. El luto, una costumbre que decayó con el pasar de los años, fue la forma de expresar la pena por la muerte de un ser querido. Había en las ciudades lugares especializados y toda tienda estaba siempre bien provista de prendas negras, incluso según las estaciones del año. No debían usarse joyas ni adornos, pero si alguna ocasión lo exigía, había también joyería “al tono”. Se vendía todo, ropa y joyas, con la sutil oferta de “para luto”. Incluso esta costumbre que era para todos, hacía diferencias de género:

“Cuando murió mi papá yo tenía 15 años, por mi edad una tía me cocía la ropa intentando que estuviera a la moda. Claro que no como ahora, pues en aquellos tiempos apenas si podíamos comprarnos una tela o dos al año. Automáticamente por el fallecimiento de mi padre me tiñeron todo de negro. ¡Fue tan triste ver mis pocas ropas teñidas! Al poco tiempo al lavarlas quedaban color “ratón”… El luto duraba un año, antes incluso más, las abuelas casi nunca se lo sacaban después de la muerte de un ser querido. Pero los hombres sufrían menos el “cambio de look” pues en aquella época todos usaban traje negro, casi toda la ropa de hombre era oscura, especialmente la de salir, incluso, creo que sólo se les exigía llevar un brazalete o una cinta en el sombrero, en la solapa o una corbata negra. A las mujeres en cambio nos vestían de negro de pies a cabeza.  El luto Iba disminuyendo a medida que pasaba el tiempo, pasabas del negro riguroso al medio luto en el que podías ponerte algo de otro color apagado, pero siempre algo tenía que ser negro” (Rosa Coziansky, 2007).

Rosa Coziansky

Otras madres: 

“Cuando Alberto estaba por nacer ‘mi mamá me regaló una vaca y la ordeñé hasta que él se fue al servicio militar. Hacíamos de todo en la casa, queso, manteca, crema’. Durante muchos años se dedicaron a la horticultura. Esta alternativa era muy usual entre los inmigrantes italianos que adquirían una pequeña parcela en la que trabajaba toda la familia. ‘Lo que financió todo fue la horticultura’, agrega Alberto. ‘La vieja educación era ‘nada de créditos, nada de bancos’ y durante muchos años progresamos con esta actividad y pudimos comprar más tierra donde plantamos vid y frutales’” (Lidia Zanella de Diomedi para Yappert, S. 2006)

Analía Turnes

“Cuando llegué a la argentina en el año ‘54 estuvimos viviendo en la chacra como 6 años (…) cuando llegamos [al barrio] adonde yo vivo era todo chacra, árboles, pelado, una calle sin asfalto, sin nada. Donde compró mi marido no teníamos agua, no teníamos luz, nada. Mi marido trabajaba mucho y no nos alcanzaba. Sufrí bastante, porque dejé a mi mamá allá, a toda mi familia. Pero como me había casado tenía que seguir a mi marido. Así fue mi vida”. “Tengo más años acá en la Argentina que en chile. Me vine de edad de 17 años. Tuve mi hijo mayor a los 17 años. Vivimos en la chacra de Cunti muchos años. Ahí tuve todos mis hijos. Trabajaba en la chacra desbrotando viña, envolviendo viña, y después los trabajos de la casa. Y tenía que hacer tiempo porque si trabajaba él solo no alcanzaba”. “Yo llegué acá en el año ‘57, con 3 chicos y mi esposo que era policía. Estuvimos en Guerrico primero, en una chacra. Hacíamos quinta, cuando él podía nos ayudaba. Plantábamos papa, cebolla, cosas para usar en la casa, criábamos chanchos, gallinas, conejos. Hacíamos embutidos, salsa… los seguimos haciendo con mi hija”. “Llegamos en el ‘60 de Chile con mi familia. Somos 10 hermanos. Tenía 16 años. Llegamos el 17 de enero a cosechar uvas cerca de Guerrico. Mi mamá compró enseguida una casita acá en el barrio. En Chile teníamos animales, los vendió y compró una casita (…) éramos muchos hermanos y teníamos que salir a trabajar todos los días, a cosechar, a hacer cualquier cosa a la chacra. Trabajábamos de lunes a sábado. El domingo estábamos con la familia. Los domingos la mamá siempre nos hacia tallarines. Esa era la comida de los domingo, porque éramos muchos.”. Testimonios del taller colectivo 2006 grupo de abuelos “La Amistad” del Barrio Norte. Participaron Marta Ibarra, Nivia del Valle, Justa González, Magdalena Vergara, Margarita Martínez, Ana María Surita, Irma Herrera viuda de Hernández, Etelvina Sepúlveda, Rita Melo, Margarita Peirano, Cleremira, Concepción Dutra, Guillermina Etchegaray, Irma Yarlén, Robídia Campo y Nélida Bustamante.

Tio Juan Carlos (Manolete), Mi vieja MAria Amelia, Tia Mirta, Tia Quela, Abuela Amelia, Tio Ruso, tio Negro. Familia de Gustavo Iriarte.

“Mi abuela, según nos cuenta, vino de Zapala, pero era chilena, descendiente de mapuches, eso no le gustaba contarnos (…). Trabajó toda la vida en la chacra de G.R. Cuando se quiso jubilar le fue a pedir que le firmara un comprobante de sus años de trabajo con esa familia, porque no sólo trabajaba como recolectora de frutas. Como vivía allí también ayudaba a la señora en la casa, incluso mi mamá y yo la ayudábamos en la chacra y en la casa. Pero el patrón la desconoció, dijo que nunca había trabajado con ellos. Fue muy triste para ella, tenía 75 años y estaba casi ciega (…). Murió un año después” (Testimonio anónimo, 2009). Riveud

Fui la madre que sentía que debía ser. Los atendía en todo, les cosía, les tejía toda la ropa, jugaba con ellos, les hacía pan dulce o tortas fritas para la tarde cuando venían sus amigos a jugar. Los acompañé en todo. Pasaron la infancia, la adolescencia y cuando ya eran jóvenes se enamoraron y se casaron, se fueron de casa. Me han dado seis hermosos y cariñosos nietitos. De Leslie, mi nieto Germán el más grande. De Gustavo: Rocío, Santiago y Agustín, y de Susana: Marianito y Carolina (Alicia “Coca” Retamal).

La "Coca" en familia.

“Como mis padres se separaron y mamá se hizo cargo de las 7 que éramos, yo comencé a trabajar a los 14 años en la casa de la señora Amparo y luego en la Tienda de Martínez. Mis hermanas también empezaron a trabajar de chicas en una panadería y en la casa de la señora de Bizzotto. Después a los 22 años me casé, me agarró la loca, no sé mirá… me separé en seguida. Tuve a mi hija Marisa así que empecé a trabajar en seguida, la dejaba con una prima”  (Elvira Molina, 2008).

A la escuela había que ir de guardapolvo, blanco e impecable, pero lavar, planchar y hacer todas las tareas del hogar no era tan fácil por aquellos tiempos y Coca hoy en retrospectiva piensa: “¿cómo hacía mi mama? Cuando me levantaba, el guardapolvo estaba lavado, planchado y colgado en una silla, impecable. ¿De dónde sacaba tiempo? yo me acostaba cuando bajaba el sol y ella no había llegado del trabajo todavía…¡¿de dónde sacaba agua?!  Vivíamos en un rancho, no había luz eléctrica, ni agua corriente, el agua la pusieron después, donde esta ahora la Carnicería Gustavito que fue la primera canilla e íbamos a buscar el agua en baldes (o si no al tanque de la Estación)” (Coca Tornaza)

Cuando era joven quería ser enfermera y costurera. Pero sólo un deseo se hizo realidad. Irene recibió su diploma de corte y confección en Buenos Aires y trabajó un tiempo allá para la casa de modas Garvi, una de las más importantes de aquellos tiempos. Ahí tenía muchas clientas. Incluso iba una baronesa de Alemania y la casa de modas eligió a Irene para que le explicara lo que quería en inglés. Ya en Allen no se animaba a trabajar como costurera. Pero un día una señora vio un vestido que ella le había  hecho a su hija y le encantó. La señora era dueña de un conocido negocio de aquel momento, la tienda Ideal. Así fue que Irene comenzó a vender su ropa en Allen. “El vestido que vio lo había hecho a mano, todo fruncidito, fruncidito… yo no tenía máquina”. Pero después se compró una Singer, que aún tiene, y más tarde una Overlook. La clientela fue aumentando, Ethel Bentata, Hilda Viera, Sarita Sitzerman, Sra. Flügel, entre muchas otras, eligieron sus diseños, cuidadosos, elegantes, con bordados originales que fueron casi un sello en muchos de sus vestidos. Irene aún hoy se sorprende de la cantidad de personas a las que vistió. Tuvo tantos clientes que se pregunta “¡¿cómo hice para hacer todo?!”. Trabajó para familias muy conocidas y prestigiosas no sólo de Allen sino también de toda la región (Irene Lusek)

Irene Lusek

“Mamá se casó con papá y  él se la llevó a Covunco”. Pero la vida allí no fue para nada amable: “Pobre, no había luz, tenía letrina… Para dormir, a mí y a mi hermano Alberto, nos tapaba con unos lienzos ¡por la tierra que había!”, cuenta Chiqui, “Ella era muy trabajadora y en esa época tenías que acompañar al marido, otra no te quedaba”. Delia “Chiqui” Carocio de Genga.

Alberto y Rosa tuvieron cuatro hijos: Mabel, Jorge, Héctor y María Rosa, que apenas tenía 8 meses cuando el papá murió. Rosa se hizo cargo de la chacra: “planté pasto, lo cortaba con caballos y la gavilla, después venían a comprar, se usaba para alimentar a los animales. También cultivé verduras, uvas, melones, sandías… vendía álamos, leche… tengo vacas todavía. Yo salía con la Estanciera y me iba al puesto de Manso, cerca de Cipolletti, que está antes del puente 83. Allí vendía todo, antes te dejaban todo. Hubo años difíciles, una vez cayó piedra y no nos dejó nada, pero yo soy muy ahorrativa, hasta me corto el pelo sola, si tenía que arreglar el techo, allá iba y me subía. Me levantaba a las 6 de la mañana, iba a ver el agua para el riego, que había que cuidarla, ponía el despertador y allá iba”. Rosa Severini de Pires.

"Mamá me contaba que, como yo me quedaba sentadita sin moverme y ella necesitaba hablar con alguien, me sentaba y hablaba conmigo como si fuera un adulto. Ella cambió su vida por amor, no la detuvo nada, ni los obstáculos ni toda esa soledad que pasó. No tenía lavarropas, el lavadero le quedaba afuera, los días de invierno recuerdo que entraba con sus manos congeladas de fregar en una tabla de madera con agua fría" (Mónica Skop).

Laura terminó la escuela primaria en la Escuela Nocturna que funcionaba en la 153 en el año 88. Trabajaba todo el día, luego a la escuela y después a la confitería Entretiempo. Cuando sus hijos fueron al colegio, fue también un sacrificio: “Apenas podíamos sobrevivir con lo justo, debía priorizar la ropa y la comida. Compraba en la librería de Olazábal los útiles para la escuela, que era el lujo que les podía dar. Iba pagando en cuotas y una vez que les regalé unos juguetes, los primeros y últimos, los empecé a pagar como un año antes y después se los di. Me acuerdo que el más grande, que ahora vive en Viedma, quería un auto de esos eléctricos y no se lo pude comprar nunca. Pero hace un tiempo lo volví a ver, lo empecé a pagar y se lo regalé de grande. Siempre fueron muy buenos” (Laura Pufal)

Mamá de Laura, cumple 78.

La cosa es que Jacinto fue a pedir la mano de una de las hijas de Luis, aunque no justamente de Julia. Pero Dante dice que “el viejo Nahuelquin le dijo: mirá, esa la tengo ocupada porque la tengo pedida. Llévate a la Julia que la tengo libre, y es muy buena”. Y Jacinto siguió el consejo y no le salió mal: Julia y él tuvieron 7 hijos y fueron muy felices, incluso criaron algunos niños ajenos (Dante Boela)

Los recuerdos de Graciela sobre su infancia son felices. “Uno era mi mama cantando. Cuando ya no cantaba más en el coro, cantaba en la casa”, relata, sonriendo por las evocaciones de su memoria, “Aparte de cantar ella me llevaba a todos los espectáculos artísticos que había acá. A todos los circos, que eran mi fascinación. Y lo siguen siendo. “Me acuerdo que de vez cuando había espectáculos de teatro, no sé como llegaban acá, íbamos también a ver ópera y zarzuela (Graciela Genga)

Cinco poemas para la Carmela

I

La Carmen hace gajos y gajos llueven los geranios en las macetas viejas florecen de ramitas miserables se hacen puro color que estalla en la siesta la Carmen hace parir la tierra y riega las estaciones

recicla y recicla gomas de autos tachos pavas ollas viejas tarros de leche nido culos y culos de botellas entre cisnes de cemento desteñidos

la vida no es otra cosa que una tarde de esas un solo gajo que escapo de la muerte gracias a la Carmen

II

Fue modista peluquera jardinera amasaba como los dioses y cuando soñaba siempre la embocaba a la quiniela era media bruja pero de las buenas

tenia a mano un yuyo para cada problema hablaba el idioma de los niños los vecinos y los viejos

nunca pudo pasar de cuarto grado apenas escribía pero la Carmen sabía mas de la vida que todos los libros que he leído y leeré jamás

III

El día tiene mas de 24 horas se levanta limpia barre amasa cocina charla escucha va y viene como las gallinas cuida las crías de los chanchos los conejos decide la vida y la muerte de los súbditos de la quinta como una reina antigua

todos le deben respeto los perros los gatos ese país de seres y de cosas

cuando sale el sol sale la Carmen el mundo empieza

IV

Se cansó de criar hijos de otros la Carmen ella que nunca se caso y vivió para los demás sin chistar

una vida verdadera por si alguien busca un ejemplo de cómo hay que vivir

para que tanta luz y patio y que hacer con la alegría propia y ajena

V

Yo aprendo por vos de plantas y flores busco donde hacen el mejor pan casero y hago un minuto de silencio en las telenovelas

mientras estás a tres metros de tierra de todo lo que amabas un ángel con tu rostro me visita en los sueños

algún día tendrán que devolverme toda tu ternura

de Katru (Daniel Martinez).

Nieves Lillo y su hijo

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